“Cuidar a
los cuidadores va a ser esencial, ante el cúmulo de soledades impuestas;
precisamente, es el darse y el donarse lo que nos hace actuar bien y sentirnos
mejor”.
Todo está cambiando, nada
permanece, es norma de vida. Por sí mismo, vivir es mudar de aires. Está bien anidar
recuerdos que potencian la cátedra viviente, pero tampoco podemos quedarnos en
el pasado, hay que hallarse en el presente para reencontrarnos con el futuro.
Ciertamente, somos frágiles, pero el potencial es inmenso, además de que
podemos compartir mutuamente las debilidades con nuestros análogos. Este
acompañamiento puede ser fructífero sí, todas las partes, han experimentado la
filiación y la fraternidad de pulsos. Por cierto, cuidar a los cuidadores va a
ser esencial, ante el cúmulo de soledades impuestas; precisamente, es el darse
y el donarse lo que nos hace actuar bien y sentirnos mejor.
La sociedad debe apresurarse
a atenderse y a entenderse, sobre todo a sus ancianos y niños. Indudablemente,
estamos llamados a acoger el magisterio de la fragilidad, al menos para
realizar una reforma indispensable en nuestra civilización, pues la exclusión
afecta a todas las etapas de la vida. Sin duda, tenemos que ser más corazón que
coraza y, de igual forma, más poesía que poder. Únicamente así, podremos
reivindicar la necesidad de invertir en una economía del cuidado resiliente e
inclusiva, incluido en el desarrollo de sistemas de cuidados y apoyo sólidos.
En efecto, el crecimiento de la población y su envejecimiento, cuando menos
debe hacernos repensar sobre la prestación de asistencia y acogida,
favoreciendo una promoción humana integral de la persona.
Ojalá nos ponga en acción el
gesto humilde de la donación, un espíritu donante que parte y comparte. Tal vez,
sería curativo, volvernos poetas en guardia permanente para revolvernos contra
el egoísmo, poder salir de nosotros mismos e inclinarnos con amor hacia toda
fragilidad. Desde luego, a poco que nos adentremos en nuestro interior,
percibiremos que, si damos aliento, nosotros incluso hallaremos níveos soplos
en los desalientos. De hecho, precisamente en la flaqueza, descubrimos quién
nos vela y quién está con nosotros; máxime en un momento en que la impunidad ha
permitido décadas de atrocidades. Bajo esta sombra nos hacemos fuertes, no con
la ilusoria pretensión dominadora o de autosuficiencia, sino con la fortaleza
de hacer humanidad y de sentirnos humanitarios.
No tengamos miedo a la
novedad, tan sólo ama, y verás que el mundo es distinto. Si a esta innata
pasión auténtica, la completamos con reformular la enseñanza como una profesión
colaborativa, respaldada por políticas, prácticas y entornos que valoran el
apoyo mutuo, la experiencia participada y la responsabilidad conjunta, además
de percibir que el ser humano vive de los cambios, nos daremos cuenta de que el
mayor hallazgo pasa por hacer familia. Por ello, es vital conocerse y
reconocerse en los lazos de unidad, porque ninguno puede desligarse realmente
de nadie. Nada, por consiguiente, de lo que ocurra a las personas nos debe
resultar ajeno, en un orbe cada vez más dominado por la dimensión tecnológica, desfigurando
el encuentro entre corazones.
Quizás debamos volver a la
mar a reparar las redes vivenciales, volverlas menos virtuales y más físicas,
para que nuestras propias miradas acaricien los vocablos del alma y donen luz,
que nos liberen de las sombras. Hoy más que nunca, nos hacen falta mallas, que
nos hagan redescubrir la belleza de lo auténtico, por vías menos digitales y
más de escucha, donde ninguna burbuja de filtros pueda apagar la voz de los más
indefensos. No olvidemos que el trabajo humanitario es una obligación moral,
que todos debemos ejercitarlo, como hoja de servicio, de nuestro paso por este
mundo injusto, que arde de inhumanidad y deshumaniza vínculos. Hacerse cargo,
pues, del presente en su situación más angustiante, y ser capaz de injertarle
dignidad, es la mejor opción a cultivar. ¡Hagámoslo!
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Jueves, 2 de Octubre del 2025
Lunes, 29 de Septiembre del 2025