Definir bien lo que se quiere ser
es necesario para alinear las decisiones a tomar con el futuro al que se
aspira. Ser la “Atenas de la Mancha” es incompatible con albergar una planta de
biometano. Convertirse en la “Toscana del sur de Castilla” también lo es.
Construir un destino turístico cimentado en la excelencia y en la calidad
obliga a preservar con mimo el principal recurso de que disponemos para ello:
la limpieza (y ello incluye los aromas) de nuestros campos, la higiene de
nuestros suelos y tierras, la belleza de nuestros parajes.
Seamos coherentes con nuestros objetivos.
No solo hablamos de economía, que lo haremos. Tomelloso se ha decantado en la
última década por mejorar el nivel de su cultura, por la convivencia, por ornar
sus espacios urbanos y su territorio, por el deporte, por la vida sana, por el
cuidado del medio ambiente, en definitiva, por elevar su grado de civilización
y modernidad. Y todo esto por lo que se ha apostado sí que es coherente con esa
estrategia de ciudad que todavía está en marcha. Una planta de biometano significa
contrariar y perjudicar ese proyecto. Es decir que se desea algo y hacer exactamente
lo contrario. Esta contradicción tiene un alto precio en términos de imagen y
de su optimización, en definitiva, un alto coste económico.
Los principales argumentos contra
la instalación de una planta de biometano en nuestro término municipal nos los
proporcionan sus partidarios. Se asegura que estará alejada del núcleo urbano,
a quince kilómetros. Al dar publicidad a esta salvaguarda se está reconociendo
que esta instalación ocasiona efectos negativos por sí misma, si fuera
inofensiva se podría ubicar junto a una guardería. Entonces, como no se puede
reconocer que sería inocua se contrarresta con el asunto de la distancia. Pero,
claro, serían quince kilómetros del centro de Tomelloso, pero siete del
Santuario de Nuestra Virgen de las Viñas, dos o tres de la Carrasca de la
Sandalia, únicamente unos metros de viñedos, quinterías, bombos, que son
espacios tan tomelloseros como la calle D. Víctor. La obligación de nuestra
administración local es proteger todo el suelo (y subsuelo) de su término
municipal, no propiciar la conversión de una parte del mismo en un puerto
franco para la contaminación, la hediondez y el mal gusto.
Cuando se anunció el proyecto se
explicaron sus beneficios económicos. Al ser la especialidad de nuestro alcalde
las matemáticas, se pensó que a cien mil euros y veinte puestos de trabajo le
seguiría una multiplicación por diez elevado a cierta potencia. No es así, son
unos simples cien mil euros y veinte puestos de trabajo. Nada más, para una
población de más de treinta y seis mil habitantes, un productor interior bruto
de más de ochocientos millones de euros y un presupuesto municipal de treinta y
cuatro millones de euros. ¿La
contraprestación que pagamos?: poner la primera piedra para demoler ese proyecto
de mejoramiento de nuestra ciudad que aún lucha por una economía inteligente,
un entorno bello, un aire sin pestilencia y un saber estar en el siglo
veintiuno.
Aunque tal vez esta interpretación no sea la correcta, al menos que se consulte a los tomelloseros y tomelloseras sobre esta importante cuestión que afectará más de lo que parece a sus vidas.
José Diaz Toribio
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