Opinión

Ciri psicólogo

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 15 de Noviembre del 2025
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La tarde de este viernes está siendo plomiza con amenaza…, no con amenaza no, con promesa de lluvia muy beneficiosa para el campo y las personas. Hasta en el vocabulario se nos nota las influencias, en este caso de los informadores meteorológicos, para los que las lluvias y otros agentes climáticos son perniciosos por alguna excusa inventada o fabricada, para intranquilizar al personal. Lo triste es que a veces aciertan avisando debacles.

La presencia de Ciri en la cafetería se cuenta desde hace rato. Es un hombre prevenido, por lo que su gabardina y sombrero cuelgan del perchero, el paraguas en su lugar correspondiente, al que uno el mío. Sonrisas de bienvenida, preguntas por la salud y miradas fijas en el café y las magdalenas que acaba de situar el camarero a nuestro alcance sobre la mesa.

La lluvia en la calle arrecia, la gente en un correprisas pegada a la pared,  un niño disfrutando de su impermeable chorreando la carita junto a los mechones de pelo que asoman goteando, salta en el charco de la acera y se divierte malicioso con el efecto de las gotas salpicadas.

Terminado el primer bocado de magdalena hermanado con el sorbo cuidadoso de café y tras asearse el bigote con la servilleta que escribe el letrero: “Ganar sin riesgo es como triunfar sin gloria”, Ciri comenta:

—Estoy leyendo “Fundamentos de Psicología para la vida moderna”, lo saqué de la Biblioteca Municipal, te aseguro que es muy importante a la vez que divertida la puesta en práctica de lo aprendido.

—Mira tú por donde, la psicología es una de las ciencias que me atraen desde siempre, cuenta, Ciri, cuenta…

—Esta semana me he detenido en el capítulo de los complejos, no de todos los que pueda tener una persona, solo de dos. El de superioridad y de inferioridad en el fondo están muy relacionados. Puedo decirte que sin llegar a ser psicoanalista ni mucho menos, que es divertidísimo sentarte en un banco de la plaza y observar la gente que pasa, conoces que esta es una de mis aficiones favoritas, me pasaría horas enteras. 

—A ver si te he comprendido bien. Tú te sientas en un banco y con solo ver pasar a la gente ya sabes los complejos que tiene…, pues que tiemblen los profesionales médicos, se van a quedar sin trabajo —respondo entre risas divertido con la ocurrencia.

—Cuidadito conmigo, compañero, que estás intentando manifestar tu supuesta superioridad frente a mí —contesta mi amigo raudo como pelota de tenis rebotada y con la cara severa de profesor catedrático, lo que provoca más risas de mi parte—, así estaría asomando la patita tu posible complejo de superioridad.

—Ciri eres un exagerado, estás pensando que todas las personas que estamos a tu alrededor tenemos anomalías psicológicas, somos acomplejados, con problemas de comportamiento…, ¡Eh aquí al Freud del siglo XXI!

Se toma el colega mi chifla con serenidad franciscana. Ni me mira. Con pulso de relojero corta la segunda cuarta parte de su magdalena. Se la lleva a la boca con paciencia discipular del santo Job. Mastica marcando tiempos imitando al metrónomo. Deglute copiando la suavidad de la seda. Echa una ojeada por la ventana agrisada por el cielo y la lluvia.

Juraría que se ha enfadado o por el contrario se hace el importante. Los segundos pasan con pesadez de plomo. Tengo la sensación de que ha transcurrido una eternidad y es que me hierve la sangre cuando alguien a mi lado se hace el pasota.

—Estaba diciendo que me he documentado sobre el complejo de superioridad —salta Ciri aparentando venir de otro mundo—. Esas personas que se creen superiores a los demás: miran por encima del hombro, luchan por juntar las cejas con el comienzo de la nariz en la frente. Entienden más que los interlocutores del tema más excéntrico que salga en la charla.  Saben de todo lo humano y lo divino. Siempre llevan razón, y cuidado, al intruso que ose llevarles la contraria, le repetirán hasta la saciedad sus razones, incluso levantando la voz una y otra vez con la cara roja de ira.

—Acabáramos, amigo, esas gentes surgen como hongos en el otoño, ya lo decía el Eclesiastés 1, 2: «ματαιότης ματαιοτήτων, τὰ πάντα ματαιότης». (Mataiotes, mataioteton, ta panta mataiotes) leído como se oye. Que traducido dice: “Vanidad de vanidades, todo vanidad”. Se refiere a los que se hinchan como la rana de la fábula que quiso ser buey —respondo con clara tentativa de hacerme el sabio e interesante, cosa que no pasará desapercibida al colega y me quedo mirando a Ciri, que simula no verme y actúa como distraído.

—Has entendido perfectamente lo que quería decirte —mantiene mi amigo  su ambiente simulado superioridad; como es también buen docente acompaña la actitud para completar la explicación de su idea sobre el complejo del que estamos hablando. 

—He de decirte más, compañero del alma. Esas personas del complejo de superioridad tienen menos piezas alemanas que un botijo. Por debajo de su hinchazón del ego solo hay vacío, su miopía intelectual los lleva a minusvalorar al resto de mortales con los que conviven, sin que ello les cause el más mínimo reparo.

—También en eso te doy la razón, colega. Por una vez y sin que sirva de precedente, querido Ciri, igualmente conozco gente así. Sin el mínimo pudor y desde su púlpito real o imaginario lanzan diatribas contra todo el que no piense como él, incluso inventando razones sin convicciones. 

Sin darnos cuenta habíamos finiquitado nuestros cafés. La noche se presenta oscura y lluviosa, el tema es interesantemente práctico, por lo tanto decidimos alargar la reunión pidiéndonos  ambas copas de brandy.


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