Opinión

El suicidio, la adolescencia y los responsables

| Martes, 18 de Noviembre del 2025
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El suicidio es la salida que algunas personas toman como respuesta a un problema que viven con tal angustia que les impide contemplar otras soluciones. El suicidio no es un capricho ni una llamada de atención, sino la más dramática expresión de la desesperación, una que lleva tiempo reduciendo a cenizas cualquier capacidad de respuesta que un ser humano pueda tener. Ese desconsuelo, como el dolor, es algo relativo y, por tanto, no puede juzgarse cuando no se ha sufrido en propias carnes. Ni siquiera el pesar de uno es comparable al de otro.

El suicida convive con sus problemas desde hace meses, años tal vez. Ha intentado encontrar respuestas y ha aplicado, como ha podido, estrategias para salir de aquello que le ahoga. Y, sin embargo, ha fracasado. Esa imposibilidad, esa falta de acierto, esa carencia de suerte incluso, le ha llevado a comenzar a pensar en quitarse la vida. Con el paso de los meses, la frecuencia de pensamiento aumenta y, si el problema no desaparece o se reduce, tomará la decisión para dejar de sentir angustia.

La adolescencia es pura fragilidad, pues los cimientos de nuestra personalidad están desprotegidos y debemos construir un edificio sobre ellos lo suficientemente fuerte y flexible como para afrontar todas las desdichas que en la vida nos asaltarán. Incluso, siendo mayores, maduros y adultos, protegemos ciertas zonas oscuras de nuestro ser que, en su día, no fraguaron adecuadamente. La adolescencia es (siempre lo ha sido) una etapa repleta de problemas.

No obstante, al estrato normal de incertidumbres y desalientos que acompaña a un adolescente, le hemos añadido, en los últimos años, toneladas de basura que esperaban ser vertidas más tarde, cuando la personalidad fuera lo suficientemente resiliente como para soportarlas. Y lo hemos hecho nosotros, los adultos. Les hemos mostrado, a través de nuestra vergonzosa permisibilidad con las pantallas, el asqueroso mundo que les esperaba, una vez maduraran. Y, al mismo tiempo, hemos añadido más capas de tierra muerta para que sus problemas aún pesen más, convirtiéndose, en algunos casos, en insoportables. Les mostramos que la vida de los demás es perfecta, que si no tienes lo que deseas, es mejor no existir, que si algo te duele, eres el culpable y no quien te lo provoca, que el mundo se acaba cuando nadie te responde, que un simple no acabará con tu vida social y que tus errores los conocerá todo el mundo, que además es perfecto y, por ello, te convertirás, para siempre, en la persona más ridícula de todas las que habitamos el planeta. Todo lo anterior comienza a hornearse a los diez u once años. Mientras no nos demos cuenta, mereceremos, como sociedad, lo que tenemos.

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