Desde hace tiempo y en ocasiones tristes o luctuosas he recurrido a
manidas y tópicas expresiones para acompañar en el dolor a conocidos, amigos o
familiares que acababan de perder a un ser querido. Así, y durante el diálogo,
fluían con naturalidad frases como: "Es ley de vida", "Ya era
muy mayor" o " Ahora los siguientes somos nosotros"… Dichos
repletos de sentido común que surgían espontáneos ante la falta de conocimiento
o frente a situaciones penosas donde apenas puedes apelar a otras
consideraciones que no sean la edad o el inevitable desenlace.
Pero, ¡ay amigo!, cuando el receptor de esas palabras de ánimo eres tú,
entonces empiezas a reparar sobre esas declaraciones que de manera recurrente y
mecánica habías pronunciado, pero inconsciente ante la carga emocional que
conllevan. Son testimonios que ahora
agradeces porque, más pronto que tarde, te servirán para serenarte ante la
tristeza que provoca la ausencia de un ser querido.
Aunque sabes que en algún momento llegará el final, nunca te acostumbras
al vacío que provoca la muerte de un ascendiente. Mucho menos si es inesperada
o deriva del deterioro y la longevidad del familiar que, de repente, ya no
estará dentro de la rutina de tu vida. De improviso descifras que la vida y la
muerte son las dos caras de una misma moneda.
Cierto que el tiempo hará su labor, y que curará o disfrazará las
heridas que provoca la ausencia, pero al principio te notas raro, descolocado y
repleto de vacíos porque, además de las carencias afectivas, se han acabado las
tareas de acompañamiento, de cuidador o el simple tutelaje que ocupaba gran
parte de tu tiempo.
Será a partir de ahora cuando tengamos que reordenar los hábitos
adquiridos durante tanto tiempo e intentar optimizarlo de manera distinta.
Supongo que esas nuevas costumbres forman parte del duelo que, inevitablemente,
de forma consciente o no, hemos de pasar.
La evidencia nos muestra que la generación de nuestros ascendientes está
siendo o ha sido muy longeva, y aunque también nosotros empezamos a ser
mayores, de golpe, nos hemos quedado huérfanos y desamparados, pero estas
situaciones de orfandad nos van a servir
para reflexionar sobre lo más íntimo.
De pronto reconocemos que le damos demasiada importancia a cosas y
hechos que no la tienen, que son accesorias, porque lo importante es vivir el
momento y disfrutar de aquello que la existencia nos ofrece. Por eso, volvemos
a poner en valor la importancia de la salud como base esencial para nuestro
bienestar, el propio y el de la familia o de nuestro entorno más cercano.
A la vez, solemos echar la vista atrás y aunque parezca que ha pasado
mucho tiempo, solo ha sido un suspiro. Recuerdas las miles de horas de trabajo
en la fábrica, en la oficina o en cualquier empleo y apenas son nada, un
comprimido pasado que solo nos proporcionó los recursos para sacar la familia
adelante.
Sin embargo, y tras un suceso así, dudamos de los viejos dogmas y nos
volvemos más descreídos poniendo distancia a determinados asuntos que antes
creíamos importantes. Y entiendes ahora que la vida es otra cosa.
Es normal que al principio, y tras serenarte, evalúes o te preguntes
cómo ha sido tu relación con la persona desaparecida. Y así, en ese particular
ajuste de cuentas y a pesar de diferencias o enfrentamientos, es importante que
nos hayamos perdonado los mutuos errores o desaciertos, de haber comprendido y
aceptado comportamientos y manías, porque también nosotros los vamos a tener.
Irse en paz y quedarse en paz ¡qué importante es!
Pensamos que el hombre es el ser más complejo de la creación o de la
evolución y por eso nos creemos superiores; pero la realidad es que no somos
nada, acaso un minúsculo chispazo de energía en el universo.
Nuestro cuerpo, que tanto cuidamos, es simple materia que se transforma
y, aunque dotados de razón, somos al mismo tiempo capaces de lo mejor y lo
peor. Sin la vida, el alma o nuestra mente son emociones que se elevan o
desaparecen, y solo seremos recuerdo o
memoria hasta que llegue el momento que dejen de hablar de nosotros.
Aunque es comprensible el afán que tenemos por perdurar, hay que
resignarse y entender que el concepto de
inmortalidad es una quimera.
Hay muchos refranes y frases repletas de gracejo popular que nos animan
para abordar esta nueva etapa. Pasar el duelo es pasar página y seguir
avanzando también hacia nuestro final como les ha sucedido a tantas otras
generaciones que nos precedieron.
Por eso, y a pesar de la tristeza del momento, debemos volver a
recuperar la ilusión; para eso, nada mejor que mantener la curiosidad y el
interés por todo aquello que nos rodea, porque afligidos o no, la vida
continúa.
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Miércoles, 3 de Diciembre del 2025
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Jueves, 4 de Diciembre del 2025
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