Aparte del cercanías, hace bastante tiempo que no
viajaba en tren, al menos un recorrido considerable. Ahora, en este otoño que
está a punto de finalizar viajo de nuevo al sur. Como voy sentado de espaldas
al sentido de la marcha debería
conformarme con dejar atrás el paisaje pues, de seguir en el empeño de
anticiparme, seguro que al final tendré tortícolis,
A través de la ventanilla atisbo la campiña y sus colores, una manía más porque casi me conozco al dedillo este paisaje de la Mancha que ahora atravesamos a velocidad de vértigo. En un instante se suceden pequeños olivares, sementeras recién aradas, parcelas en barbecho, suaves colinas, monte bajo y viñas, muchas viñas. Si acaso, y en la lejanía, se divisa alguna raña que rompe la uniformidad de la llanura.
Menos mal que el otoño todavía permite una pequeña
variedad de colores pues las siembras están a punto de brotar y la planicie aún
no se ha vuelto completamente ocre o parda, una acromía que tan bien definió
Francisco García Pavón sobre el paisaje manchego.
La visión que observo me viene al pelo porque, como
acompañante para este viaje, he elegido el último libro de Pedro Antonio
González Moreno. Me refiero a "Paisajes desde dentro" y que ha
editado la Biblioteca de Autores Manchegos en el mismo formato de sus dos
anteriores libros de viajes como son "Más allá de la llanura" (2009)
y su reedición del 2013. Son libros que conforman una trilogía sobre la
diversidad del paisaje y su importancia en la geografía de la provincia de
Ciudad Real, pero este en particular cierra un círculo o completa espacios y
capítulos que quedaron pendientes de relatar en los anteriores.
No deja, sin embargo, de volver a recalcar Pedro
Antonio en los primeros capítulos el frágil nexo que hilvana a las cinco
provincias que conforman la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, una unión
forzada políticamente y que presenta una gran diversidad de contrastes, sobre
todo en cuanto a paisajes y realidades geográficas. No en vano, la misma
provincia de Ciudad Real tiene dos territorios bien diferenciados como son el
Campo de Montiel y el de Calatrava, este de origen volcánico y del que el término
de Valdepeñas viene a ser la natural frontera divisoria de ambos.
Además de recalcar la singularidad de los ríos que
recorren la provincia como el Jabalón y su cauce errático, la impotencia del
Cigüela en su intento de rellenar las Tablas de Daimiel o el sobrado Bullaque,
el autor reconoce al padre Guadiana como el gran vínculo de las aguas que nunca
son suficientes para satisfacer las necesidades de la seca llanura.
En este nuevo volumen el escritor nos cuenta sobre fortalezas emblemáticas, piedras y castillos repletos de historia, pero también de ermitas de las que dice que están situadas en las colinas y lejos de las poblaciones, y puntualiza: "cerca de Dios y lejos de los hombres", no en vano en estos territorios tuvo su asiento la Orden de Calatrava.
Pero también hay un nuevo capítulo dedicado a los
volcanes, de hecho, en la actualidad existe una nueva iniciativa turística para
mostrar un territorio repleto de viejos volcanes y desgastados cráteres que
hace millones de años fueron el germen de esta tierra tan particular al oeste
de la provincia.
Completan el libro la crónica del viaje que
realizaron por estas tierras este calzadeño de origen y la escritora catalana
Rosa Regás que fue directora general de la Biblioteca Nacional, un recorrido
pendiente que se materializó cuando finalmente fue destituida de su cargo tras
una gestión controvertida.
Además de hacer un pequeño capítulo sobre la
pandemia del coronavirus y la tristeza que reflejaba el latir de aquella
campana de Calzada por los fallecidos, pero sobre todo, en sus páginas recalca
la soledad impuesta para protegernos de tamaña tragedia.
Para finalizar el volumen Pedro Antonio ha elegido
una leyenda basada en el paisaje y su horizonte. Me refiero a la "Mujer
muerta" o dormida. Un relato de amores imposibles entre Rosaura y Leonardo
y la cruel venganza por infidelidad del caballero don Rodrigo Villanueva y
Blanco de Guzmán.
Relata el autor que existen casos similares en toda
la geografía en especial en la Sierra de
Guadarrama (Segovia). Y añado que también los que hemos hecho la mili en Ceuta
sabemos de una leyenda parecida que se refiere a “Yebel Musa” o “La mujer
dormida”, aunque desde la ciudad española los caballas o ceutíes la nombran
como "La mujer muerta", una masa rocosa que son las últimas
estribaciones de la Sierra del Rif situadas al oeste muy cerca de la frontera
de Benzú, pero localizadas en territorio marroquí. En este caso y, entre otros
posibles significados míticos, es un relato fabulado de amores imposibles entre
una princesa mora y un caballero cristiano, pero que viene a ser muy similar.
En mi particular viaje me asombra la velocidad que llegan a consiguen estos nuevos trenes que, como un rayo, atraviesan la llanura de norte a sur o viceversa. Esa sensación me lleva a hojear un capítulo imprescindible sobre aquel ferrocarril de vía estrecha que posee la nostalgia de un tiempo pasado recordando un tren, casi de juguete, si lo comparamos con este tiempo de los modernos AVE.
El “trenillo” o tren de Calzada iba desde
Valdepeñas a Calzada de Calatrava y Puertollano, siempre al oeste, un
territorio casi desconocido para mi y tan presente en los viajes de Pedro
Antonio. De él ya apenas sabemos pues, sobre su línea férrea, apenas unos
mínimos tramos son reconocibles, sepultados o fagocitados por cultivos y
malezas con el paso de los años. Solo historias del pretérito relatan sobre
viajantes que ejercían el estraperlo en tiempos de la posguerra para la
subsistencia de sus familias, de pequeñas mercancías de productos agrícolas y
escenas surrealistas cuando, en algunas ocasiones, los pasajeros tenían que
empujar al convoy porque la pequeña locomotora de vapor no conseguía superar
los pequeños repechos del terreno.
Resulta evidente que el este de la provincia queda
huérfano de esta infraestructura tan necesaria para viajar desde un punto de
vista de servicio público. Ahí andan siempre Tomelloso y Argamasilla de Alba
reivindicando su tren para desarrollar más si cabe la comarca y su influencia.
Lo que sí resulta manifiesto es ese mar o ruta del vino desde estas dos grandes
ciudades como son Valdepeñas y Tomelloso; un apartado que también explica el
autor en su libro.
En estos tiempos de prisas y urgencias un viaje muy
recomendable más allá de tópicos es desarrollar una ruta por estos lugares tan
interesantes como desconocidos, porque el paisaje se comprende caminando,
estando, compartiendo con los lugareños charla, viandas y costumbres.
No obvia el escritor los grandes retos pendientes de la provincia, su
desarrollo por ejemplo, pero también las amenazas del intento de explotación de
las tierras raras, de la falta de protección de un patrimonio natural que tuvo
uno de sus mayores atentados en el pasado siglo con el proyecto de hacer un
inmenso campo de tiro en Anchuras, muy cerca del entorno del parque natural de
Cabañeros.
Aunque todas las reseñas citadas apenas son datos sobre ciudades,
lugares, paisajes o accidentes geográficos, es reconocido que Pedro Antonio
González Moreno, aparte de los libros de viajes ha tocado todos los géneros de
la literatura, desde el ensayo a la novela, las memorias y, sobre todo, la
poesía.
Cualquiera podría preguntarse si un libro de viajes puede ser poesía y
yo afirmo que este lo es, porque junto a los anteriores, sus páginas rezuman
poética y amor a la tierra. Es más, su lectura continuada o a saltos me
emocionan y me propone volver para conocer un poco más con otros ojos o a
través del recuerdo y la memoria. De la misma manera hace que me pregunte qué
sentido tiene la vorágine de las grandes urbes y las consecuencias de este
imparable progreso tecnológico, pero también a interpretar el presente y la
necesidad de reconciliarme con mi origen.
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Domingo, 28 de Diciembre del 2025
Lunes, 29 de Diciembre del 2025
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