El verano siempre es una época especial para leer. Ya se sabe
lo sofocante que es el calor de estos meses en los terruños manchegos, y qué
mejor para refrescar la mente que una buena sombra y un libro. Uno piensa que
merece más la pena consumir el poco ocio en el hojeo que en otros
entretenimientos más mundanos. Todo está en los libros, y cada uno de
ellos guarda sus historias, su sabiduría y sus palabras. De estas últimas
quería hablar, ya que todos los libros las recogen y algunos las explican, como
es el caso de los diccionarios. Y es que hace unas semanas llegó a mis manos
el llamado “Diccionario Tomellosero”, escrito por un autor local que, al
llegar a Tomelloso en su juventud como maestro de escuela, le llamó la atención
la forma de hablar del lugar, registrando durante años miles de palabras
cotidianas del habla de estos lugares de La Mancha. Una conocida e influyente
peña local se percató de la importancia de la obra para la ciudad y comenzó a
difundirla, publicándola a través de una conocida e influyente editorial local
y dándola a conocer a través de conocidos e influyentes medios de comunicación
y como no, también a conocidas e influyentes personalidades del ámbito
nacional.
Todo esto está muy bien, pero he de admitir que, aun creyendo
ser uno de los últimos tomelloseros en adquirir el libro, me quedé un poco
decepcionado durante su lectura: Indudablemente sí que es una obra con un
trabajo de campo magnífico, pero uno se esperaba más palabras realmente
autóctonas. Durante su lectura busqué el origen de algunas palabras que
aparecen en este libro y, para mi sorpresa, me di cuenta de que la inmensa
mayoría de términos, por no decir prácticamente todos —obviando alias, personas
y lugares—, no son autóctonos de Tomelloso. Si el intrépido maestro en los
años que recogió la riqueza léxica de la ciudad, heredada de nuestros mayores,
hubiera tenido las herramientas tecnológicas de consulta que tenemos hoy en día
a nuestro alcance, seguro que se habría quedado maravillado con la etimología
de muchas de las palabras que cosechó en su gran trabajo: Palabras castellanas
genuinas desterradas de los diccionarios hace siglos, palabras que nuestros
antepasados deformaron o cambiaron su significado, palabras provenientes de
obras literarias o personalidades históricas y un gran número de préstamos de
nuestras regiones vecinas.
Tomelloso no es ninguna isla lingüística aislada. La
mayoría de las palabras que creemos propias no lo son para nada. De hecho, una
gran parte las compartimos con el resto de pueblos manchegos y castellanos,
aunque probablemente en nuestra ciudad resida la mayor riqueza léxica de la
zona. Navegando por el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española de la
Real Academia —que comprende unos 70 diccionarios históricos en castellano— o
por la Biblioteca Digital Hispánica se pueden descubrir las formas pretéritas y
los significados de estas palabras que tenemos por muy nuestras. Desde estas
líneas quiero explicar algunas, pero también me gustaría animar a los lectores
a encontrar más significados de nuestras “palabrejas” a través de la red:
Nos referimos a alguien asobinao cuando tiene mucho
sueño. Sin embargo, el término asobinado, proveniente del latín supinare
y presente en los diccionarios de español desde 1770 hasta 1853, era lo que se
decía de la bestia de carga que al caer metía la cabeza entre los brazos de
manera que por sí no podía levantarse.
El hato es la provisión de comida de los pastores o
gañanes que llevan para algunos días al lugar de cabaña al menos desde 1734
según la RAE. Es un término originalmente pastoril, ya que durante la Edad
Media un hato era un rebaño de ganado.
Desensebar supuestamente es tomar un aperitivo, pero según la
RAE es variar de ocupación o ejercicio para hacer más llevadero el trabajo. Abaleao
(o abaleado) es supuestamente alguna cosa doblada, pero realmente es
trigo o cebada limpio de paja. Ralenco (o rialenco), que algunas
veces significa presumido y otras vago, es una deformación de la palabra
castellana realengo. Tener azogue es tener inquietud, aunque esta
palabra se utilice realmente para referirse al mercurio. Una recochura
es algo así como una recocción en castellano, aunque en Tomelloso
también sea sinónimo de preocupación. Por jamacuco entendemos desmayo o
descomposición corporal, pero en 1739 se le decía zamacuco a una
borrachera. Algo jamagoso (o hamagoso) era en lengua castellana
algún alimento que tenía mal sabor desde 1604 hasta 1706 —fecha en la que
desapareció de los diccionarios, pero no del habla de nuestra ciudad—. Aluciar,
que significa dar lustre, ya era una palabra anticuada en el Diccionario de
Autoridades de 1726 y las cotufas eran unos frutos provenientes de
America parecidos a las chufas en 1780. Abocicar es una deformación de hocicar,
lo mismo que amoto y arradio. Un bitanguero, aparte de una
persona aficionada a no estar en casa, es una funda de esparto dotada de asas
para llevar la comida recién cocinada desde la casa de campo al corte de siega
en La Mancha, Andalucía y Murcia. Todas estas palabras se han utilizado o se
utilizan en muchos lugares: Incluso hasta un pichulero es un buscador de
pequeñas ganancias haciendo pequeños negocios en países hispanohablantes como
Chile, Uruguay o Argentina en la actualidad.
Capítulo aparte merecen los adjetivos despectivos
“tomelloseros”. Para referirse a alguien falto de inteligencia el léxico local
es especialmente rico: Cima significa tonto en Tomelloso, pero en 1729
era el nombre del tallo del cardo. Betoldo, aparte de tonto, es una
deformación del nombre de un campesino rústico llamado Bertoldo, el cual era un
personaje de los relatos de Julio Cesar Croce, publicados en 1620. Su hijo,
llamado Bertoldino, destacaba en la obra por su estupidez. Otra voz para
definir a un estúpido podría hacer referencia a Sinaco, que vivió en
época del emperador romano Tiberio y por lo que parece fue ejecutado solo por
ser amigo de Cayo Asinio Galo, un político crítico con el emperador.
Si hay una palabra legendaria en La Mancha, esa podría ser bacín:
Un bacín es una especie de jofaina o cuenco destinado a multitud de usos, como
recipiente para agua u orinal, entre otros. La palabra, presente en la mayoría
de idiomas romances, parece que procede de la raíz celta "bac",
que significa cavidad. Uno de estos usos para este tipo de cuencos era el pedir
limosna en las iglesias, llamándose bacina en estos casos. Antiguamente
a las personas que portaban estos antiguos cepillos limosneros en las iglesias
donde se congregaba todo el pueblo —generalmente mujeres por aquella época—, se
les llamaba bacinas o bacineras. No sabemos si el primero que llamó
bacín o bacina a una persona entrometida en asuntos ajenos se basó en el orinal
que tenía debajo de la cama o en la persona que andaba pasando el cepillo por
la iglesia, pero consiguió que esa palabra se hiciera especialmente popular en
toda la región. Casi igual de popular es su sinónimo licinciao, que es
un coloquialismo de licinciado, que aun pareciendo una deformación
vulgar, era un término correcto para referirse a un licenciado en los siglos
XVI y XVII.
En nuestro vocabulario también hay bastantes préstamos de
otros idiomas, especialmente de la lengua valenciana. Por ejemplo, la
palabra lesme que se utiliza también para definir a un tonto viene de la
forma valenciana l'esme, que quiere decir “sentido común” o “juicio”. En
valenciano es una palabra muy utilizada, siendo muy frecuente escuchar frases
como Ha perdut l'esme (ha perdido el juicio). Sargandan viene de sargantà
o sargantana, que quiere decir “lagartija” y gobanilla (o govanilla),
que hace referencia a la castellana muñeca o al antebrazo, viene de la
valenciana govanella, aunque en algunos lugares también le llaman gomanilla,
bobanilla o bobanella. También hay algún préstamo del francés,
como la locución a la virulé, del francés bas roule, que hace
referencia al desorden.
De este pequeño conjunto de palabras “tomelloseras” mi
favorita es la que a menudo usamos para referirnos a un abrigo por su
curiosa etimología: Según el diccionario de Ayala Manrique de 1729 la palabra chambergo
deriva de la casaca que vestía el mariscal flamenco Schönberg, que imitaron los
soldados españoles en la Guerra de los Treinta Años (1618 - 1648). A los que
iban vestidos de esa manera comenzaron a llamarlos chambergos en honor de su
inventor, y tanto éxito tuvo esta palabra que se llamó "la Chamberga"
a la gente que la madre del rey Carlos II de España, Doña Mariana de Austria, tenía
acuartelada en Madrid.
Aunque parezca que en estas líneas quiera hacer una mala
crítica a este diccionario “tomellosero” no pretendo que lo sea, sino todo lo
contrario. Esta y otras publicaciones del estilo recogen la sabiduría de
nuestros ancestros basada en el habla, de la que nos han llegado algunos
términos que se han conservado en nuestro pueblo intactos a través de los
siglos, perdiéndose otros lugares. El habla tradicional de Tomelloso no es
auténtica en cuanto a su origen, ya que es una modalidad de habla
castellana con algunas deformaciones vulgares (como la de cualquier otro pueblo
de la zona), pero sí lo es en cuanto a su riqueza léxica. Esa podría ser
perfectamente una de las razones por las que nuestra ciudad ha dado más
literatos por habitante que prácticamente ningún otro lugar del país. Y es que
ya me lo dice mi pareja, forastera y conocedora de términos como gobanilla
desde niña. Según ella en Tomelloso hablamos mucho. Y tiene razón.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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