Muchas de nuestras visitas a las cuevas de Tomelloso, ya hemos superado la cifra de sesenta, se están produciendo en la zona centro de la ciudad, en calles como Dulcinea que acoge un importante número de estas construcciones únicas. Hoy hemos vuelto a esta calle para visitar la cueva de Antonio Perales Madrigal. Este tomellosero no ha sido viticultor, pero cuando adquirió su casa en el año 1976 se encontró con la joya arquitectónica de la cueva que decidió conservar. El hombre que elaboró vino en esta cueva fue Juan José Cepeda Carretero.
Bajamos por la escalera que en su primer tramo tiene peldaños de ladrillos, que son producto de una reforma más reciente, pero poco después aparecen los escalones originales esculpidos en la propia tierra por picadores y terreras. El hueco de la escalera presenta un techo abovedado de ladrillo que también es una reforma que se hizo después, pero el resto de los elementos de la cueva se conservan en su pura esencia.
La cueva es de forma rectangular y da cobijo a catorce tinajas de barro, unas son de 300 arrobas de capacidad y otras de 250. “Era una cueva de pichulero buenecico”, asegura José María cuando va sumando las arrobas de vino que podía guardar la cueva en su totalidad y llega a unas cuatro mil. El suelo de la cueva está en la tierra, horadado por dos pocillos. Hay una lumbrera, hoy más pequeña que la original, porque el propietario decidió reforzarla al estar en un paso estrecho de calle que provocaba que muchos camiones se subieran al acerado. El techo está en la tosca, conservando su ocre de siempre, lo mismo que las paredes. La cueva apenas guarda humedad.
Con su vista sagaz para captar cualquier detalle, José María descubre restos de la antigua escalera que era algo más corta que la que se hizo después. La cueva es del principios del XX. El empotrado de las tinajas está algo deteriorado en algunos tramos.
Se ve el tubo por donde bajaba el mosto. Las tinajas son panzudas y tienen un boca muy gruesa Entre las catorce tinajas aparece otra más pequeña, la del gasto o consumo diario. José María las compara con los famosos trompos de jugar a la pirindola que era una de las diversiones de los niños de antes, de aquellos que pintaba el gran López Torres en el campo o en las calles de Tomelloso. Niños fueron también Antonio y el propio José María que ven en las cuevas un atajadero para recordar tiempos pasados.
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