Nuestra sociedad tiene perfectamente establecidos para todas las circunstancias que puedan presentarse un complejo articulado de acuerdos y pactos como corresponde a su alto nivel de desarrollo. Desde un punto de vista legal todo está aquilatado dando así respuesta a múltiples situaciones de todo tipo y cuando este estado de equilibrio ha de ser modificado se logra en base a otros acuerdos más en concordancia con las necesidades que la sociedad demanda.
El diálogo social ha de estar sometido obviamente a un lenguaje previo que todos entendamos de antemano que aquí no caben ocurrencias ni modificaciones a conveniencia porque lo legal no hace sino establecer los derechos y deberes, los espacios de cada ciudadano y colectivo. Digamos que cada situación de legalidad se antoja como una célula situada junto a muchas otras que aún llegando incluso a tocarse, en ningún momento entran en conexión una con otra. De esta manera cada célula tiene perfectamente definido su territorio y cometido, quedando todo muy ordenado aunque no necesariamente entreverado.
Sin embargo estas células están sumergidas en un recipiente que las contiene a todas presentando su propia dimensión; este recipiente es la sociedad y de esta manera ninguna célula debe salirse de este organismo que la integra y de hacerlo muere por inanición. Además de esta limitación de espacio que tal situación conlleva, la disposición nunca es estática sino que cada célula tiene vida propia; lo legal por tanto afecta a personas con libertades y estos límites que en principio parecen inamovibles en realidad pueden acabar rompiéndose ocasionando necesariamente una intromisión de unas sobre las otras, situación para la que el sistema legal no tiene respuesta, entre otras cosas porque no es su cometido.
Para ello de lo único que consta “lo legal” es del poder sancionador pero nunca puede pretender el poder de convicción que está reservado al moral. Es aquí donde el ser humano ha de tener un talante completamente distinto al que tienen los perros de una rehala cuando uno de ellos escapa de su atadura y los demás lo atacan a muerte.
El hombre como ser inteligente y social está dotado del sentido de relación y ha de tener presente que su razón de ser no es la soledad sino la convivencia. Y es aquí también donde aparece la conciencia de sus actos, la ética de su comportamiento, aquello que por encima de los derechos adquiridos y de las leyes que le amparan, hace que renuncie de manera voluntaria a ese cerco que le protege, en favor de los demás.
La libertad en muchas ocasiones consiste en renunciar a esos derechos, en beneficio del bien común, sobre todo cuando con este gesto posibilitamos que algunos puedan llegar a tenerlos. Ese es el fin de la solidaridad humana, por eso nos cuesta tanto profundizar y hacerla vida con nuestro comportamiento.
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Domingo, 6 de Julio del 2025