Si sobrevoláramos desde el
espacio cualquier ciudad y contempláramos las acciones que sus habitantes venían
realizando a diario dejando como rastro una estela, obtendríamos la imagen de
un denso y tupido entramado social compuesto por las múltiples relaciones de
índole familiar, profesional, sentimental, espiritual, recreativo o altruista, reflejo
de esa necesidad que tenemos unos de otros para poder sobrevivir.
El impacto del COVID 19 en nuestras vidas no
sólo nos ha obligado a permanecer aislados, a seguir manteniendo las distancias,
dejar de disfrutar de momentos gratos, enfocar la vida laboral de otra manera haciendo
trizas el futuro económico de millones de familias sino que nos ha hecho reflexionar
y averiguar ese grado de dependencia que habitualmente manteníamos formando
parte esencial de nuestro estilo de vida, de nuestro estatus, de nuestra
personalidad; y no me refiero a esa dependencia consecuencia de las
incapacidades físicas o síquicas, de edad y movilidad que también y que en
estos días está siendo desde muy complicada a cruel, sino a la determinante influencia
de los otros en el desarrollo de la vida normal en cualquiera de nosotros.
Si echamos un vistazo a como transcurrían
nuestras horas cotidianas hace meses, recordaremos aún la cantidad de tiempo
que nos pasábamos saludando, hablando por la calle, perdiendo unos minutos con la
encargada de la tienda, comentando los dimes y diretes, preguntando por los
hijos o las nietas entre las estanterías o esperando en la cola de las cajas de
los supermercados, hablando del tiempo en las consultas, arreglando el mundo
mientras echamos la partida, discutiendo en el café si fue o no penalti,
atendiendo a los clientes detrás de mostradores, ofreciendo las maravillas del
último producto del mercado…dándonos la paz en las iglesias, enseñando a pensar
al alumnado…o acompañar a quienes se sienten olvidados, arrinconados, fatigados.
Es mediante las relaciones sociales por cuanto las
personas tomamos conciencia de nuestra realidad y dimensión desarrollando
nuestras virtudes y potencialidades. Seres
abiertos al fin no como figura filosófica sino como realidad vital; esponjas
que absorbemos todo aquello que nos rodea para expulsarlo
después teñido con nuestra impronta, con nuestro talante personal.
Al fin y al cabo somos seres bañados por unas relaciones
que constituyen nuestros accesos al conocimiento, aquellas que ayudan de manera
sustancial a conformar en definitiva nuestra personalidad. De tal manera que al intentar definir
nuestra propia identidad sería cuestión difícil sin recurrir a los demás. Es la
añorada riqueza que nos aporta el entramado social.
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Lunes, 5 de Mayo del 2025