Opinión

El entramado social

| Sábado, 9 de Mayo del 2020
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Si sobrevoláramos desde el espacio cualquier ciudad y contempláramos las acciones que sus habitantes venían realizando a diario dejando como rastro una estela, obtendríamos la imagen de un denso y tupido entramado social compuesto por las múltiples relaciones de índole familiar, profesional, sentimental, espiritual, recreativo o altruista, reflejo de esa necesidad que tenemos unos de otros para poder sobrevivir.

 El impacto del COVID 19 en nuestras vidas no sólo nos ha obligado a permanecer aislados, a seguir manteniendo las distancias, dejar de disfrutar de momentos gratos, enfocar la vida laboral de otra manera haciendo trizas el futuro económico de millones de familias sino que nos ha hecho reflexionar y averiguar ese grado de dependencia que habitualmente manteníamos formando parte esencial de nuestro estilo de vida, de nuestro estatus, de nuestra personalidad; y no me refiero a esa dependencia consecuencia de las incapacidades físicas o síquicas, de edad y movilidad que también y que en estos días está siendo desde muy complicada a cruel, sino a la determinante influencia de los otros en el desarrollo de la vida normal en cualquiera de nosotros.

Si echamos un vistazo a como transcurrían nuestras horas cotidianas hace meses, recordaremos aún la cantidad de tiempo que nos pasábamos saludando, hablando por la calle, perdiendo unos minutos con la encargada de la tienda, comentando los dimes y diretes, preguntando por los hijos o las nietas entre las estanterías o esperando en la cola de las cajas de los supermercados, hablando del tiempo en las consultas, arreglando el mundo mientras echamos la partida, discutiendo en el café si fue o no penalti, atendiendo a los clientes detrás de mostradores, ofreciendo las maravillas del último producto del mercado…dándonos la paz en las iglesias, enseñando a pensar al alumnado…o acompañar a quienes se sienten olvidados, arrinconados, fatigados.

Es mediante las relaciones sociales por cuanto las personas tomamos conciencia de nuestra realidad y dimensión desarrollando nuestras virtudes y potencialidades. Seres abiertos al fin no como figura filosófica sino como realidad vital; esponjas que absorbemos todo aquello que nos rodea para expulsarlo después teñido con nuestra impronta, con nuestro talante personal.

Al fin y al cabo somos seres bañados por unas relaciones que constituyen nuestros accesos al conocimiento, aquellas que ayudan de manera sustancial a conformar en definitiva nuestra personalidad. De tal manera que al intentar definir nuestra propia identidad sería cuestión difícil sin recurrir a los demás. Es la añorada riqueza que nos aporta el entramado social. 

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