Opinión

Un acto de fe

Rafael Toledo Díaz | Martes, 5 de Enero del 2021
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Que las palabras son como las personas es algo que se me acaba de ocurrir, seguramente un disparate de idea. Pero como quiero defender mi opinión, me explicaré: Palabras o vocablos los hay de todas clases y tamaños, algunas son sencillas y bonitas, otras son soberbias y altivas, las hay diferentes y rimbombantes, e incluso a muchas se las puede acusar de ser escandalosas y altisonantes. Por su tamaño serán grandes o pequeñas en función del número de sílabas, si llevan acentos o diéresis es como si llevasen bufandas, gorros, guantes o sombreros. También pueden ser serias o divertidas, otras son extremadamente técnicas y enrevesadas, muchas de éstas las utilizan los políticos para no decir nada, son palabras de relleno aunque suenen pomposas, son palabrejas engañosas. Pero frente a ellas existen otros términos que van directos al asunto, son tajantes y definen hechos incuestionables como vida o muerte, las dos caras de la moneda.

Hay tantas clases de palabras como tipos de personas y además, suelen tener vida propia, las palabras tienen sus cosas y siempre quieren ser libres y bien utilizadas. De vez en cuando nace alguna nueva y el acta de nacimiento lo certifican esos señores académicos que casi nadie conoce, unos personajes que suelen pensar y escribir, unos tipos cada vez menos serios y envarados aunque alguno llegue a ser insolente y provocador, y eso está bien. Algunas palabras que acaban de aparecer casi nacen sabiendo utilizar el móvil y los nuevos cacharros tecnológicos. Algunos osados pretenden sustituirlas por unos dibujos que llaman emoticonos, quieren infantilizarlas y no saben que a los niños les encanta jugar con las palabras, las cogen como si fuese plastilina y al final terminan dándole la forma correcta, no existe nada tan divertido como observar a un nene cuando empieza a hablar.

Pero es una pena que los más jóvenes utilicen en su vocabulario muy pocas palabras, habrá que empeñarse en explicarles las bondades y los beneficios de la riqueza del lenguaje y su diversidad. No se dan cuenta, pero es un aviso de su falta de atrevimiento ante las inmensas posibilidades; tío, tía, tronco, guay, mola se parecen mucho a pasta, hamburguesa, perrito y patatas fritas, y algunos de ahí no salen.

En esta ocasión y para empezar el año me proponen la palabra "OFRENDA", e inmediatamente la asocio a otra que dicen puede ser su sinónimo, pero que también puede significar otras cosas, me refiero a SACRIFICIO. Estos dos vocablos suelen ir unidos o condicionados porque la ofrenda siempre demanda un sacrificio.

Estos términos me trasladan a viejas civilizaciones y me conducen a un altar, a sacerdotes y hechiceros, a boato y ceremonia, pero también a costumbres bárbaras y sangrientas fruto de la ignorancia.

Y sin embargo, ahora, en los tiempos que corren ofrecemos sacrificios menos trágicos y cruentos, pero siempre con el mismo sentido, esperando conseguir una recompensa emocional o espiritual. En nuestro altar personal e íntimo hemos sustituido a la doncella o el carnero por un bien del que nos cuesta prescindir, a veces algo inmaterial como dejar un vicio o una mala costumbre y, a cambio, esperamos recibir energías positivas que nos ayuden a transitar en una nueva etapa.

Este hecho concreto siempre suele realizarse al iniciar el año, después del derroche navideño tratamos de reconducir nuestra conducta y ofrecemos nuestro empeño en cambiar los malos hábitos haciendo propósito de enmienda.

En este nuevo ciclo que empieza tenemos razones suficientes para hacer ofrendas personales y colectivas esperando soluciones a las grandes asuntos que nos afectan. Sobre el sacrificio y la renuncia ya llevamos unos meses de clases avanzadas que nos han puesto al día sobre nuestra fragilidad como especie, desgraciadamente no todas las sociedades podrán ser recompensadas a pesar de que todos ofrezcamos lo mejor de nosotros.

En cualquier caso, la ofrenda siempre supone un acto de fe en aras de una posible satisfacción, aunque ésta sea anímica o espiritual, porque el futuro es impreciso y no sabemos si los dioses consideran suficientes nuestros sacrificios y renuncias para este año que se supone esperanzador, otra cosa es que nos las concedan. 

Mis compromisos particulares para este tiempo nuevo serán moderar esos hábitos que me empujan a ser poco tolerante, y por supuesto y aunque no entiendo muchas medidas de las que se toman, seguir aceptando con obediencia y resignación las normas que pretenden prevenir los efectos de la pandemia que nos asola.

Globosonda: Texto para la Caja Negra del mes de enero del 2021


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