A lo largo
de estas semanas en las que he terminado de escribir lo que -espero- pronto
será mi segundo libro, me he descubierto a mí mismo tropezando a cada paso por
el pasillo, arrastrando a lo largo de mi casa un cansancio casi congénito, una
ansiedad en forma de bola en el pecho y de piedra en el colchón. Cosas tan
sencillas como contestar a un correo, escribirle a un amigo o ir a comprar el
pan se convertían en tareas difíciles para las cuales no tenía reservada ni una
pizca de energía. Preguntándome por los motivos de esta imposibilidad corporal
para afrontar la vida diaria durante el proceso de escritura, he recordado una
vieja distinción conceptual que ha terminado por ayudarme a interpretar mi
cansancio.
Los griegos
tenían tres palabras para referirse al tiempo: Kronos, Aión y Kairós.
La primera de ellas refería el tiempo cronológico; es decir, la secuencia de
los días, los meses, los años. El tiempo, digámoslo así, que puede medirse con
el reloj. En este sentido, Kronos es el dios de los plazos, y de los horarios,
del tienes que hacer esto para la semana que viene, que no se te olvide
contestar antes del lunes, el tren sale a las 8.00… Bien. Al menos ya tenía
un dios al que odiar mientras escribía, y ese dios es Kronos. Él era el que, en
contra de mi voluntad, me exigía someterme a los ritmos diarios del
funcionamiento del mundo. Todo el mundo que me requería atención -me decía-
estaba siendo arrastrado por la cinta transportadora de Kronos como maletas en
un aeropuerto.
¿Pero dónde
estaba yo? Esto es lo bueno de los griegos: que siempre contestan a nuestras
preguntas. Y no fue esta una excepción. Aión es la segunda palabra que
los griegos tenían para referirse al tiempo. Aión es un dios eterno, un dios de
dioses: el dios de lo que nunca muere y siempre regresa. Aión es el dios de los
círculos y de la quietud; de todo aquello que solo se mueve para volver a su
posición original. ¿Estaría acaso habitando el tiempo de Aión? No. Los seres
mortales tenemos prohibida la entrada a esa temporalidad para la cual la
sucesión metódica de las horas y los días carece de sentido.
Y aquí llega
la tercera palabra: Kairós. Las cosas comienzan a complicarse. Pues
Kairós no es un dios ni una divinidad, sino un pequeño daimon
escurridizo cuyo significado aproximado sería este: Kairós es el pequeño dios
del tiempo oportuno, del momento justo. Kairós tiene los pies alados, es
veloz y sujeta una balanza con la mano izquierda. No es, sin embargo, símbolo
del equilibrio: al contrario, Kairós porta la balanza para hacernos caer en la
cuenta de que, cuando hace su aparición en nuestra vida, el equilibrio es
imposible. Para Kairós el tiempo no avanza: es una divinidad del instante.
Si imaginamos la línea temporal establecida por Kronos diremos que Kairós
siempre cae de manera vertical sobre la horizontalidad de Kronos. No dura nada,
apenas existe, pero en ocasiones aparece y nos permite sustraernos por un
momento a la linealidad de los días. Y ese… ese es el momento de la escritura.
Siempre que
me pregunten que por qué escribo me gustaría dar esta respuesta: escribo porque
el pequeño dios del tiempo oportuno me ha visitado y me ha dicho que era el
momento de hacerlo. Entonces Kronos es puesto entre paréntesis y no puedo
contestar a los correos, asistir a los seminarios. Todo lo que dura me
molesta porque Kairós me ofrece la posibilidad de un instante eterno en el que
lo que hago es importante por el simple hecho de que es el momento oportuno
para hacerlo. Por supuesto, Kronos regresa en seguida y vuelvo a mi estado
natural: el de no saber escribir una palabra. Y pienso: solo se es poeta un
rato -pongamos unas cuantas horas- cada varios años. El resto del tiempo se es
una persona absolutamente normal que va a comprar el pan sin inconvenientes,
aupado por Kronos.
En términos
de Deleuze, podríamos decir que Kairós es un pliegue, pues, a fin de cuentas,
lo que hace es mediar entre dos tiempos: el de Kronos y el de Aión. Kairós
rompe el tejido de Kronos y nos deja asomarnos al tiempo inmortal. Escribimos y
sabemos que muchos lo han hecho antes de nosotros; y que muchos otros lo harán,
y nos sentimos parte de una cadena infinita que no avanza hacia ningún lugar,
sino que se repite. Percibimos por un momento la sensación por excelencia de la
escritura: la de que todo encaja. Todo está donde tiene que estar porque
el daimon del tiempo oportuno así lo dice.
Como
estudiante de literatura, pero también como lector en general, he pensado mucho
acerca de qué hace que la literatura sea literatura. ¿Por qué un poema es un
buen poema? Y no he encontrado mejor definición que esta: un poema es bueno
porque los latidos oportunos del pequeño Kairós se esconden detrás de cada
palabra y de cada imagen. Una vez leí que cierto escritor proponía a sus
alumnos en un taller de escritura el siguiente ejercicio: cogía un gran poema
(de Philipp Larkin, por ejemplo) y quitaba algunas palabras. Entonces invitaba
a los estudiantes a rellenar la palabra que creían que era. Ninguno podía
adivinarla. Y no porque sus palabras no fuesen buenas o hermosas sino porque no
era oportunas. Mi experiencia me dice que así funciona la literatura: es
imposible aislar un rasgo universal que contengan todos los buenos libros. Y,
sin embargo, leemos e intuimos la brevísima visita de Kairós. No escribimos por
razones extrañas: escribimos porque sentimos que es el momento oportuno para
hacerlo.
Qué puedo
decir, mamá: para un cuerpo es difícil transitar de un dios a otro. Las
distancias son largas, los saltos enormes, y Kairós siempre nos eleva
demasiado. La caída al tiempo del calendario es dolorosa. Más dolorosa ahora,
recordando que hoy cumplo 27 años y que los cumpleaños siempre han sido el
mejor arma de Kronos para recordarnos que por mucho instante eterno que Kairós
nos haya hecho ver, al final los números siempre ganarán la partida. Habrá que
coger el teléfono, acudir a las citas, redactar los ensayos, hacer los
exámenes. Siento no haber cogido el teléfono estos días. Siento no haber
contestado a los mensajes de WhatsApp. Pero ahora, por fin, he comprendido. Mañana te llamo y te cuento.
Un beso,
Fran
Granada, 19
de febrero de 2021
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Viernes, 2 de Mayo del 2025
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