Sevilla, Aranjuez, Santander, Guadalajara, Puertollano,
Tomelloso, Campo de Criptana, y Alcázar de San Juan forman parte de una lista
de poblaciones con un denominador común en el último año; las agresiones a sus
árboles, la mayoría provocadas o consentidas por las administraciones públicas,
con participación estelar de los ayuntamientos. Bajo el pretexto de las
intervenciones urbanísticas, algunas innecesarias y de alto coste económico,
los árboles ornamentales son expulsados de sus dominios urbanos o, en el mejor
de los casos, maltratados por podas abusivas. No solo hablamos de árboles individuales
sino de arboledas y glorietas enteras. El colmo es cuando los concejales de
turno enarbolan la bandera de la sostenibilidad para justificar la ejecución de
este tipo de actuaciones, como la tala, en febrero del año en curso, de más de
una decena de olmos pumila en la barriada del Grupo Renfe, en Alcázar de San
Juan.
¿Qué está pasando entonces?. Nadie pone en discusión la
necesidad de los árboles en las ciudades, de hecho ya acompañaron a los
habitantes de las primeras urbes fundadas en la antigua Mesopotamia y en
el Imperio Medio de Egipto (IV milenio
A.C). El problema es que al tener, por lo general, ciclos de vida relativamente
largos, su presencia y rol no siempre se han visto correspondidos con los cambios
demográficos, urbanísticos, políticos, culturales, de las sociedades humanas en
un intervalo de tiempo que puede comprender unas pocas décadas. La ciudad es un
ecosistema vivo, que muta y crece. Lo cual no siempre es una garantía para los
más significados miembros del Reino Vegetal, impidiéndoles alcanzar una
próspera, tranquila, consumada y
merecida longevidad.
Abandono de los servicios municipales
Hay que subrayarlo; la ciudad no es un lugar para los
árboles. La dura compactación del suelo, el cemento y el asfalto no son buenos
conductores para la aireación de su sistema radicular, entorpeciendo del mismo
modo su movilidad en la búsqueda de agua. Las remodelaciones urbanísticas, la
falta de protección de raíces, tronco y copa en obras de edificación, la mala
disposición del mobiliario urbano, las podas mal hechas o a destiempo (en
primavera, coincidiendo con su plenitud vegetativa), el vandalismo, etc,
resumen el conjunto de calamidades que un árbol medio sufrirá a lo largo de toda su vida. Ya de antemano,
la inadecuada selección de una especie
va a condicionar, y no para bien, su crecimiento y experiencia vital en
un entorno hostil y desagradecido, como la ciudad.
Las molestias y daños que suelen propiciar (levantamiento de
aceras, invasión de raíces bajo el suelo en casas próximas, fisuras en muros y
construcciones, daños a tuberías, riesgo de caída en los ejemplares más viejos
o enfermos) tiene que ver en ocasiones con la falta de mantenimiento o el
abandono de los servicios municipales. La sistematización de podas drásticas
terminan acelerando procesos de deterioro que abocan al árbol a una tala
segura, por el peligro que podría suponer para las personas o las propiedades.
Una parte del problema radica en la dificultad de conciliar
la vegetación urbana, en especial los pies arbóreos, con los proyectos de
remodelación urbanística, ya sea por exigencias legales, demanda social, o
electoralismo. Los casos que se presentan son dispares. A veces no hay
alternativa y hay que quitar el árbol. Pero en muchos otros, se desprecia las
ordenanzas municipales y las protestas vecinales, decretando (con inusitado
autoritarismo y prepotencia) la innecesaria, arbitraria y desproporcionada tala
(que debería ser siempre la última opción de no haber solución técnica
posible).
De poco nos vale su exuberante belleza y prestaciones
(ambientales, de salud, culturales, recreativas, psicológicas e incluso
religiosas) si entorpece una mejora de carretera, una renovación del pavimento
o una obra menor. Es curioso, y desconcertante, que todavía no hayamos
aprendido a integrar los árboles en los planes urbanísticos y en la ordenación
del territorio. No será por falta de conocimiento, instrumentos normativos, y
capacidades técnicas o materiales.
Planes de reposición del arbolado
Los responsables de tales desatinos pretenden confundir a la
opinión pública con una utilización demasiado estricta de los planes de
reposición del arbolado, que consisten básicamente en la sustitución gradual de
los individuos enfermos y viejos. Nada que objetar a este respecto. Las leyes
biológicas de la enfermedad y la senectud también se ceban con ellos, por lo
que se requiere su clasificación, por parte de los servicios técnicos
municipales, para su recuperación (en los casos menos graves) o
su apeo (en los irreversibles, por mal estado o gravoso coste
económico en su mantenimiento). Los planes de reposición son una buena, útil y
necesaria herramienta de gestión, siempre y cuando sean concebidos y
desarrollados partiendo de principios y criterios científicos de la
Arboricultura moderna y sostenible. Además, representan una oportunidad para
corregir errores del pasado, como ya decíamos con la elección de especies
inadecuadas.
Por desgracia, con bastante frecuencia, los ayuntamientos
hacen un uso torticero, banal, y hasta mercantilista, de los planes de
reposición, incurriendo en la erradicación encubierta, o no tanto (que se lo
pregunten sino a los vecinos del barrio del Carmen de Tomelloso) de cientos de
árboles maduros, sin distinción previa y quirúrgica de su estado de
salud. Coloquialmente hablando, la brocha gorda.
Si se quita un viejo árbol achacoso, se pone otro en su
lugar, y ya está, arguyen algunos. Olvidan
que no es lo mismo un árbol de setenta u ochenta años (en capacidad de
filtrar polvo y partículas contaminantes, en depuración del carbono
atmosférico, en humidificación del ambiente, en proporcionar sombra, en ofrecer
refugio y soporte para la reproducción a la fauna, en concedernos bienestar
emocional y psicológico…) que un arbolito sacado de un vivero que difícilmente
(y menos al paso que llevamos) alcanzará la edad que llegó a a tener el
primero.
Preservar en las mejores condiciones los árboles maduros es
costoso y difícil. Salvarlos a todos sería una tarea imposible, pero el escaso
interés de las autoridades por su conservación, al menos de unos cuantos, raya
la indolencia. Es triste decirlo pero todo un patrimonio natural y cultural se
nos está yendo de las manos en muy poco tiempo. Moreras, castaños de indias,
chopos, plátanos de sombra, olmos, tilos, fresnos, acacias, melias, sóforas,
testigos mudos de nuestra historia reciente se van para siempre, sin que casi
nadie alegue nada en su defensa. Ocurre todos los días en muchas ciudades y
pueblos de España.
Percepción social de su valor
Se ha avanzado en los últimos años en la puesta en valor de
los árboles y arbustos en la ciudad. Las ordenanzas de medio ambiente recogen
títulos dedicados a la flora urbana. Hay ayuntamientos que cuentan con
ordenanzas específicas de arbolado urbano, como el de Alcázar de San Juan. Los
más preparados hasta disponen de Catálogos Municipales de Árboles Singulares.
La gestión de las zonas verdes, en general, goza de espacio en la agenda local
(pero inconexa de una visión más global y democrática del urbanismo moderno). Y
la xerojardinería o la jardinería
mediterránea, que prioriza las especies autóctonas y las técnicas de ahorro de
agua, es observada y aplicada en los departamentos de parques y jardines de los
ayuntamientos (aunque por otra parte se siga – incomprensiblemente - fomentando
el césped, como se hace en Tomelloso).
Nos encontramos así ante una contradicción; ahora hay más
árboles en nuestras ciudades que nunca, dada la proliferación de parques y
zonas verdes al fin de acompasar la expansión urbana (ciudades dormitorio,
cinturones, conurbaciones, polígonos industriales). La legislación es mayor, al
igual que la percepción social de su valor, ensalzando por ejemplo su
contribución a un escenario de adaptación al calentamiento global y a la crisis
ecológica. Sin embargo, quiero remarcarlo una vez más, los árboles más notables
y maduros, los más importantes, desaparecen de nuestras calles, plazas, extrarradios y caminos rurales.
¿Por qué no cuidar y gestionar mejor lo que tenemos, en vez
de “reponer” o crear nuevos parques (aburridos y excesivamente funcionales a
veces)… que luego, por cierto, no se atienden debidamente?
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024