Hoy les hablaré de aulas y ordenadores (o tablets y pizarras digitales, qué más da). Son, ya, unos cuantos años metido en el mundillo de la educación y les debo decir que comienzo a sospechar que nos está ocurriendo lo mismo que con el inglés (ya saben, a los españoles se nos reconoce porque somos los únicos que nos pasamos media vida intentando aprender inglés).
Y es
que llevamos (los docentes) un buen montón de años tratando de integrar eso que
llaman las TIC en la enseñanza. Créanme, aún hoy sigo encontrando (casi a
diario) algún problema con un cable, un adaptador, un programa desactualizado o
vayan ustedes a saber.
No
todo es malo, claro está. Avances se han hecho. Hoy en día, pasamos las faltas
de asistencia directamente a una base de datos que, todo sea dicho, tiene
conexión directa con los móviles de los tutores legales de nuestros
estudiantes. Casi todos, quien más, quien menos, enciende el proyector en el
aula y lo raro, ahora, es ver a un docente sin su portátil. Por otra parte, la
pandemia nos recolocó como trabajadores online y aprendimos a utilizar
plataformas a distancia para impartir lo que ahora denominan «saberes». Pero…
seguimos igual.
—¡Explíquese!
Afirmo
que seguimos igual porque no hemos entendido cómo usar las TIC en educación.
Dicho de otra forma, las TIC las usan los docentes, pero no los discentes.
Nos hemos equipado con las mejores pizarras digitales, con modernos portátiles
y con estupendos proyectores, pero a partir de la primera fila de pupitres
hasta la última, todo sigue exactamente igual que hace treinta años (cierto es
que, en todos los centros, hay aulas informáticas, pero son insuficientes y
están pensadas para impartir ofimática).
De esta suerte están configuradas las aulas. El noventa por ciento de su espacio no ha sufrido el paso del tiempo y únicamente el diez por ciento ha sido alterado por la presencia de algún elemento informático, que es usado siempre en la misma dirección: de docente a estudiante.
¿Es
esta la forma correcta de aplicar las TIC en el aula? Creo, rotundamente, que
no. No estamos cambiando nada en su sustancia (sólo conducimos un automóvil más
moderno). Seguimos operando con la misma configuración, es decir, tenemos a una
parrilla (hoy más que nunca, por la separación covid) de estudiantes que asiste
a la liturgia de costumbre.
—Entonces
¿qué propone? ¡Aclárese!
No
propongo grandes inversiones. De hecho, soy partidario de aplicar el paradigma
BYOD (acrónimo de la expresión inglesa «Bring Your Own Device» que, traducido,
viene a querer decir «trae tu propio dispositivo»). Así es, propongo que los
estudiantes usen un arma poderosa que suelen llevar escondida en sus bolsillos:
el móvil.
Gracias
a ese pequeño aparatito, los estudiantes pueden crear contenido en la pantalla
del proyector (usando, por ejemplo, el servicio https://www.mentimeter.com). También pueden resolver un
«kahoot» o consultar el artículo
53.1.b del Estatuto de los Trabajadores para conocer la indemnización mínima
que debe plantearse en un ERE. También ¿por qué no? pueden descargar cualquier
contenido educativo a través de un código QR y trabajar, después, con él.
Pienso, por ejemplo, en una hoja de cálculo, preparada para simular un préstamo
hipotecario o un plan de ahorro. Si les gusta la Historia del Arte, pueden
acceder a las obras que necesitan comentar en la selectividad (incluso a darse
una vuelta por el Museo
del Prado).
Ya no digamos, acceder a miles, millones de textos y fragmentos de novelas,
útiles para escenificar ejemplos en las materias lingüísticas.
¿Les
apetece enviar a sus estudiantes al patio o a los alrededores del colegio,
guiándolos a través de Google Maps para que lleven a cabo observación directa
de una planta o del nivel de contaminación acústica de una zona determinada?
¿Qué les parece si, una vez vistos los fundamentos de la programación en Arduino, cada equipo de alumnos
escribe unas cuantas líneas de código o monta algún sensor sobre la placa a su
ritmo gracias a las indicaciones que el propio docente ha grabado en un vídeo
subido a Youtube?
Si
les gustan las matemáticas, tal vez sus estudiantes puedan comprender el
significado del término «pendiente» y «corte en ordenadas» gracias a servicios
web como https://student.desmos.com/, por poner un ejemplo.
En
todos estos casos, el aula acaba por transformarse en un lugar donde los
estudiantes aprenden a su ritmo. De repente, ya no tenemos una parrilla de
personas mirándonos durante todas las horas lectivas. Ahora, una vez comprendidos
los conceptos, pueden ponerlos en práctica, usando las TIC. Lejos de parecer
complicado, es muy sencillo. Sólo hay que hacer una cosa: enseñarles a
usar el arma que manejan a diario. Si no lo hacemos, estaremos haciéndoles un
flaco favor: prohibirles que usen (bien) un dispositivo justo en el lugar
donde pueden aprender a hacerlo y permitirles que lo usen (mal) justo donde no
les podemos enseñar (en la calle). Piénselo.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando
de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).
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Sábado, 21 de Diciembre del 2024
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