Cuevas

Un cueva pequeña, pero grande en encanto y esencia tomellosera

Isidoro Martínez nos muestra la joya subterránea de una vivienda que adquirió hace doce años

Carlos Moreno y Franciscio Navarro | Viernes, 29 de Octubre del 2021
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Tan iguales y tan diferentes al mismo tiempo. Esta reflexión vuelve a aparecer con motivo de la visita a la cueva de Isidoro Martínez en la calle Ave María. Una cueva pequeña, pero grande en encanto y esencia tomellosera, perfectamente conservada y que incluye el atractivo de curiosos aperos relacionados con la viticultura. 

Isidoro Martínez nos ha abierto con gran amabilidad las puertas de esta casa tradicional que anteriormente perteneció a Víctor Díaz. Y afortunadamente lo ha hecho a los cuatro que habitualmente visitamos las cuevas de la ciudad: nuestro experto en estas construcciones José María Díaz, la arquitecta, Ana Palacios y los dos periodistas de La Voz, que hoy si han podido liberar tiempo de sus quehaceres para bajar al subsuelo de Tomelloso. El comentario introductorio de José María no tiene desperdicio. “Esta cueva era de un pichulerete con 25 o 30 fanegotas con las que podía vivir muy bien”.

La cueva es de pequeña dimensiones, con una escalera  con peldaños enlucidos en cemento y siete tinajas de cemento de cuatrocientas arrobas. Hay una octava tinaja, en lo que era el jaraíz y también la del gasto que es más pequeña.  El suelo de la cueva está horadado por dos pocillos y mirando arriba vemos las dos lumbreras con desgarre trapezoidal que el propietario abre con frecuencia para ventilar la construcción. El techo está en la pura tosca y observamos también el balustre que está en perfecto estado. Una de las paredes presenta los inevitables desprendimientos que provocan la humedad y el paso del tiempo y que enseñan una tierra arcillosa en la que se afanaron picadores y terreras.

No  tardará José María en descubrir quién fue el tinajero: Justo Espinosa “que trabajó con mi padre y se inspiró en las molduras y rosetones que él solía hacer. Las tinajas se construyeron en los años cincuenta, pero la cueva se construyó unos años antes”. Al subir, nos detenemos en una pequeña fresquera dividida por un pilar a modo de parteluz que demuestra el interés que demostraban los picadores también por los detalles estéticos.

El propietario se siente orgulloso de esta cueva y confiesa su apego a todo lo que tenga que ver con las tradiciones de la ciudad. De hecho, cuenta que en casa tiene muchos aperos y elementos de la viticultura tradicional. Algunos se pueden ver todavía por la cueva como arados, garruchas, canillas, un tablero para descargar uva, varios rastrillos, una venencia, una llave de boca hormiga que socorría a los vinateros en múltiples usos y otros curiosos objetos. La cueva de Isidoro Martínez es la número 81 que ha visitado La Voz de Tomelloso y todavía quedan joyas subterráneas que admirar.

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