Los periodistas de La
Voz, la arquitecta, Ana Palacios y nuestro experto en cuevas, José María Díaz
visitamos hoy la cueva de Ángela Marta Novillo en la calle Santa María. Explica
la propietaria que la historia de esta cueva empieza con el abuelo de su abuelo
Faustino Marta Salinas, es decir su tatarabuelo. Seis generaciones que delatan
la antigüedad de una cueva que pudo construirse en torno a 1870.
La escalera, modificada
con respecto a su trazado primitivo, nos conduce primero a un jaraíz que alberga dos prensas, una
eléctrica horizontal y otra de mano, que
se complementaban en las labores del prensado de la uva. “En la eléctrica le
daban el primer apretón y en la de mano terminaban”. Vemos también el pocillo
del orujo. Justo al lado, hay una bonita colección de aperos: un ventilador,
corchos de tinajas, serillas, ganchos, bombonas, rastros, horquillos, una
machota de guarnicionero, varios cribones, una
caldera de cobre para hacer arrope, una colección de lebrillas que se
solían utilizar mucho en las matanzas.
Salimos del jaraíz para
seguir bajando y llegar a una cueva que tiene siete tinajas de cemento, de
quinientas arrobas de capacidad, numeradas, que fueron construidas en los años cincuenta,
una de barro de 200 arrobas y la del gasto, también de barro, que será de unas
ochenta arrobas. El techo está en la pura tosca, y por tanto, no presenta ese
uniformidad que sí tenían otros techos que rellenaban con tierra los picadores
y que según indica José María se acababa cayendo. Tanto las paredes como el techo están
encaladas. La cueva tiene una lumbrera de desgarre trapezoidal que descubre la
distinta dureza de las capas del terreno.
La altura de la cueva es de unos siete metros
y apenas presenta humedad. El balaustre
es de hierro. Está muy bien conservada y la propietaria la tiene bien iluminada
con bombillas en los huevos de las tinajas que producen un bonito efecto
lumínico. Los rabos de las tinajas son lisos y no vemos otros elementos
decorativos.
Otro detalle evidente de
su antigüedad es la existencia de una canaleta con tejas que discurre paralela
a la escalera. También nos llama la atención una pequeña alacena donde los
antiguos propietarios guardaban el preciado queso en aceite. La alacena tiene
una puerta con una pequeña celosía.
Cueva curiosa la que
hemos visitado y con esa gran solera que le da su siglo y medio de existencia.
Al final posamos con la propietaria que nos emplaza a visitarla de nuevo cuando
haga varios arreglos. La hospitalidad de los tomelloseros no tiene límites.
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Jueves, 1 de Mayo del 2025