En las facultades de Economía y en los IES se enseña el coste de oportunidad. Formalmente, digo. Porque en la vida se ha enseñado siempre y recuerdo a madre (y a madre de madre) decir, unas cuantas veces al día, que «no se puede estar en misa y repicando», que «teta y sopa no cabe en la boca» y que «no se puede estar al plato y a las tajás», expresión esta última que el buen saber manchego ha compilado con la bendita palabra «chocotajás» (me perdonen algunos por no mentar la «pringue»).
Por tanto, sucede que, si queremos una cosa, probablemente tengamos que renunciar a otra, que también es buena y tiene su aquel. Y lo que a algunos les parece que eso es ir jodido por la vida, a otros nos hace sentirnos bien, pues aún nos queda la capacidad de elegir y de aprender si decidí mal.
—¡Para aprender, perder!
Hay cierto regusto en la derrota o en la mala elección. Al fin y al cabo, uno sigue vivo y se consuela sabiéndose aún propietario y responsable de sus actos, los mismos que te traen y te llevan de aquí para acá ¡Leches! Igual es esto lo que nos mantiene cuerdos.
El coste de oportunidad, expresión académica y formal de unos saberes básicos inquebrantables, está en busca y captura. Además, se le reclama vivo o muerto. La pandemia no es la culpable, pues esto ya había comenzado cuando barríamos sin escoba, comíamos sin fogones, firmábamos sin bolígrafo, regalábamos sin regalo o establecíamos las condiciones de nuestra primera cita sin más juicio que unas palabras emergentes en una ventana de chat. La «roomba», el «glovo», la «telefirma», el «amazon» y el «messenger» ya estaban cuando llegó el trabajar sin ir al trabajo y los coches que van solos y vienen a recogerte cuando a ti te da la gana.
—¡Es la «televida», imbécil! ¡Ya no tienes que renunciar a tu tiempo!
La «televida» esta, que nos permite disfrutar de nuestro tiempo y ser nosotros mismos. Pero, ¿qué tiempo ni qué leches? ¿En qué voy a gastar yo ahora el tiempo si «todico» lo hacéis por mí? Lo quieren muerto. Al coste. Al de oportunidad. Quieren «chocotajás». Como las últimas que andan ahora por ahí sueltas, que bien baratas las venden.
—¿Cuáles?
—Ir a la cena de navidad del trabajo, a la cena de navidad de los amigos y a la Cena de Navidad de la familia, vacunado con doble pauta y con prueba de antígenos. En la del trabajo, el test entra en el menú y en la de los amigos, nos lo haremos allí mismo. Vamos ¡con todas la garantías!
Esta ultimísima «chocotajá» está casi agotada. No crean que los que se agolpan en los escaparates son los adolescentes. Todo lo contrario. Los que han puesto precio a la cabeza del coste de oportunidad tienen sus arrugas y se les presupone capacidad de raciocinio, aunque parece más bien un espejismo pues, precisamente, esa es la que les permitiría asumir la renuncia. No es así. Son demasiados años viendo las series del tirón, pegando el mismo whatsapp navideño y saliendo a correr con el entrenador virtual. En realidad, hablamos de víctimas que son, también, verdugos. La vida misma.
Así que pueden considerar un test de antígenos para las cenas, el trabajo, el súper, el bus y las cañas. Háganlo a diario y disfruten de las «chocotajás». No obstante, si aún, después de la doble pauta de vacunación, usted está dispuesto a ir por la vida con un test de antígenos, ¿no cree que debería considerar la opción de salvar al coste de oportunidad y elegir que no quiere estar en misa y repicando?
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Sábado, 13 de Diciembre del 2025
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