Se despertó en mitad de la noche tras sentir que le faltaba el aire. Agitada, no tardó en calzarse y bajar a la calle. Hacía fresco, como correspondía a las noches de mayo que anuncian junio. Allí pudo verlo, sentado en la acera, mirándola fijamente. Tenía los brazos cruzados, apoyados sobre las rodillas. Parecía estar desorientado.
Ella se acercó tímidamente. A medida que se aproximaba a él, sus pasos se hicieron más alargados. Confiada, llegó a estar tan sólo a medio metro. No recuerda cómo, pero posó sus manos sobre su cabello y él dejó de mirarla de esa forma. En su lugar, cerró los ojos y se recostó sobre el pavimento. Allí descansó mientras ella lo acariciaba. Para cuando amaneció, había desaparecido de nuevo.
—Hasta mañana —pensó, apoyando las palmas sobre la acera. Madre la vigilaba desde la ventana. Cuando entró en casa se abrazaron.
—Volverá esta noche, madre. Y un día de estos lo hará para quedarse —se dijo entre lágrimas.
Madre no pronunció palabra alguna. Los muertos no hablan entre ellos y tampoco deberían desear que los vivos regresen, cada noche, al abismo de la propia existencia.
Ramón
Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena y escribe
relatos cortos en su blog «Marlentina».
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Domingo, 22 de Diciembre del 2024
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