Nos ha contado Martina que ella y su marido Laureano Moreno adquirieron la casa a la famiia de Antonio Peña,  apodada “Los casilleros” y se encontró con una cueva que decidió conservar y, por cierto, muy bien. La cueva es finales del XIX y principios del XX, una época en la que empezaron a traerse tinajas de barro de mayores dimensiones, señal evidente del momento de auge que atravesaba la viticultura de la ciudad en aquellos años que obligó a los propietarios a buscar mayores envases. Son ocho tinajas de 450 arrobas de capacidad, además de otras dos más pequeñas con capacidades para 150 y 180 arrobas.  Haciendo la multiplicación de tinajas por arrobas salen 3.200 arrobas que con su posterior conversión a litros nos sale un “picholero”, otra vez aflora la curiosa palabra de la maravillosa jerga tomellosera, de cierto nivel.

Bajamos por una escalera que, a excepción de su primer tramo, es ancha, con treinta escalones, como repetidas veces nos recordará la dueña, que están bordeados con listones de madera. El techo de la escalera está abovedado y las paredes encaladas. En medio del trayecto nos topamos con una fresquera.

La cueva se mete en la calle unos 3,5 o 4 metros, dato que permite a José María destacar la dureza de la tosca en una zona que, además, es de bastante grosor. La cueva mide 6,40 metros de ancha;  9,25 de larga y  tiene 6,40 de altura. 

Cuando alcanzamos la cueva nos sorprende el gran tamaño de las tinajas de barro, unidas por un empotre de cemento. Presentan hasta cuatro agujeros para diferenciar el nivel de calidad del vino que se extraía: de primeras, de segundas y finalmente las lías. Los agujeros no se hacían en línea, detalle que cuidaban los constructores para evitar que se agrietaran. El suelo está en tierra y justo en el medio, nueve baldosas, fijaban el lugar de las lumbres que se hacían para combatir el tufo. Y nos topamos con algún curioso apero como el pico con el que se excavaba la cueva y las pajuelas de azufre. José María calcula que un equipo formado por dos picadores y tres terreras podría tardar unos cuatro o cinco meses en construirla.

 El desgarre de la lumbrera es circular, lo que recuerda que entraron las tinajas por arriba y el techo se presenta en una tosca limpia y dura de color terroso que le da todavía un mayor encanto.   La estructura de la cueva  rectangular está reforzada con dos pilares, uno a cada lado, pero Ana Palacios aclara que “el ladrillo a comprensión no funciona, con lo que realmente no refuerzan nada la estructura. Los pilares están más por el miedo del albañil o la necesidad de curarse en salud. La tosca está perfecta”.

Vemos también el pocillo que recogía el mosto que se podía derramar y observamos que las tinajas están sobre un ligero poyo. Cuando subimos notamos la diferencia de temperatura, mucho más en la época de un incipiente verano que empieza a dar sus primeras sacudidas.