Feria 2022

La alegre bullanga de la feria

Carlos Moreno | Jueves, 18 de Agosto del 2022
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Las gitanas guapas ríen a carcajadas bajo las luces de neón de los coches eléctricos, los rapaces afinan la puntería en las casetas de tiro, las mujeres suspiran por el mejor premio de la tómbola, mientras el marido  se rasca el bolsillo y compra  los boletos que hagan falta.  El olor a pollo y pincho moruno despierta el apetito del paseante que busca mesa, y después el  estómago todoterreno de la última semana de agosto aún tiene hueco para una berenjena de Almagro, churros y buñuelos con chocolate y si da tiempo un helado artesano o una horchata en alguna de las heladerías de la avenida. Los algodones dulces se consumen en las fauces de los pequeñitos, que están en edad de crecer y devoran también hamburguesas, perritos calientes y  patatas horneadas. 


Los turroneros tienen la clientela más espaciada,  porque la gente espera al último día para cargar provisiones. Además, siempre hay algún turronero que alarga su estancia mucho más allá de la feria. 


El mocerío sube al imponente galeón pirata que se balancea  y chilla al sentir  el vértigo; justo al lado,  la imponente atracción que gira 360 grados en la que el griterío es todavía mayor,  la noria casi llega al cielo y la bruja del trenillo se pica con el bacinillo de turno. En los toros americanos las caídas de los adultos provocan las risas del personal, la  gente menuda bota feliz en los hinchables; las curvas del látigo asustan a los de dentro y a los de fuera,  las luces siguen bailando al ritmo vertiginoso que marca el pulpo, el zig-zag, los cochecitos de, el gato veloz, la uve, el dragón que vuela por los raíles...   


De fondo se oyen los números que va cantando con pausa e intriga el eterno hombre del bingo. Por fin aparece y los que se quedaron cerca lamentan su mala suerte. El suelo es una alfombra de  cartones no premiados.


En el paseo central se disponen los puestos de juguetes; los camiones y las excavadoras de toda la vida que llenan de nostalgia a los que ya no son niños, los maravillosos coches en escala, las bicicletas con las que  soñábamos los niños de los70,  triciclos, monopatines, muñecas de ojos divinos, simpáticos peluches…


En el paseo contiguo al barrio del Carmen, los vendedores de cacharros pregonan las bondades de una sarten que no se pega, o de un revolucionario cortador de zanahorias. Calderones, cubos, cuchillos, abridores, cacerolas, platos, juegos de vasos y copas, cafeteras, cuberterías, moldes para hacer rosquillos, almireces, parrillas… De fondo se escuchan las primeras canciones del artista que, poco después de la media noche, asoma por el escenario de los Jardines del Parque


La gente hace parada en los puestos de los marroquíes con sus perfumes y niquis de cocodrilo reproducidos como hermanos gemelos de los originales; admira las figuras de caoba que traen los africanos, los jerseys de alegres colores de los peruanos, los adornos y miniaturas chinas y todavía hay tiempo para ver  más puestos con  transistores, radios, relojes, pulseras, collares, coleteros camisetas de los equipos de fútbol más famosos del planeta, banderas revolucionarias y contrarrevolucionarias,   banderas de grupos de rock duro,  pins, monederos, el enorme muestrario de zapatillas de deporte a ras del suelo.

Vueltas y más vueltas para empaparnos bien este torbellino de olores, sabores músicas, colores y productos que irrumpe en la última semana de agosto.   


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