Opinión

Señor Juan García García. Calle del Retrato, 8. Madrid.

Ramón Castro Pérez | Viernes, 4 de Noviembre del 2022
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Juan siempre lleva una peluca en la guantera del coche. Dice que ponérsela le ha sacado de algún que otro apuro. Por ejemplo, pasar de Juan a Juani en un segundo y, así, causar un momentáneo desconcierto. En una ocasión, ante el asalto de un besucón, la utilizó como elemento protector, situándola entre sus labios y los del agresor. Como trapo del polvo. Incluso, como elemento de distracción ante la atenta mirada de la ley y el orden, provocando dudas en el cuerpo. A Juan le encantan las pelucas, como ya podrán suponer.

Cuando se pusieron de moda, Juan ya venía de vuelta. Mostraba orgulloso su etiqueta a los amigos, diciendo que era la más cara de «New Crin». Pelo natural, como este, decía mientras se metía la mano debajo de la camisa, frotándose el vello del pecho, tan frondoso que sus dedos desaparecían completamente ¡Sexy!

Juan se ponía la peluca para ir al trabajo y el jefe se agarraba unos mosqueos de no te menees. Decía, Juan, el próximo día que vengas con eso en la cabeza, vas a la calle. Y Juan tecleando en el ordenador, sacando adelante las nóminas de media plantilla. Sí, jefe, no se preocupe, aseguraba entre risas, sabedor de su talento con la contabilidad y la fiscalidad. Juan y su peluca haciendo declaraciones del IRPF con el programa PADRE, después RENTA WEB ¡Fabulosas deducciones a golpe de peluca! gritaba exhausto tras calcular la correspondiente al alquiler. Y todos tan contentos con nuestras negativas a devolver, optimizadas por aquel loco de la peluca. Maravilloso ¡Sexy de nuevo!

Un día le pegaron. Iba en el metro y una señora lo increpó. Ridículo, que es usted un ridículo. Juan comenzó a reírse a carcajadas, apuntando a la señora con el dedo y otro señor, indignado, se levantó del asiento y le propinó un puñetazo de aúpa. La imagen era dantesca pues, al rompérsele la nariz, la sangre salpicó a todo el mundo e incluso la peluca tuvo que acabar en el tinte. Cuídela, sostenía ante el dependiente, que lleva toda la vida conmigo y mire cómo me la han dejado esos animales. Al recogerla, días más tarde, se la llevó puesta. Estuvo ocho horas recorriendo la línea 3, bajándose unos segundos en Callao y volviéndose a subir. Ese día acabó borracho en un bar de Legazpi. Dijo que se había cansado mucho en el metro. Borracho sí, pero con su peluca puesta.

Aquella noche se echó novia en un antro, entre Legazpi y Almendrales, aunque ella decía que era de San Cristóbal. Porque Juan es guapo. También con dos copas de más. La futura pasa un poco de vergüenza cuando la peluca sale a relucir, pero nosotros pensamos que ya se ha hecho a ella. La novia a la peluca, queremos decir. A veces, Juan se la quita y la prueba sobre ese pelazo rizado que tiene la muchacha. A Juan eso le gusta mucho, pues dice que es como si, de repente, tuviera otra prometida y se vuelve a enamorar. Entonces, cuando ella se mosquea, él le dice que no tenía más remedio que enamorarse porque, en realidad, era ella y no otra. La esencia permanece, mi amor, le susurra Juan, medio pedo, al oído y ella, loquita por él, le da mordisquitos en la oreja, llamándole bribón. Ay, mi bribón con peluca, qué guapo es. Y se van los dos corriendo a meterse en la cama a hacer sus cosas. Dejan la peluca en el pomo de la puerta. Por fuera, para que nadie los moleste. Llévatela si quieres, me gritan desde dentro. Seguro que ligas. Se escuchan las risas, sobre todo. Son crueles conmigo estos dos. A veces. No siempre. Yo a Juan lo quiero mucho, la verdad.

Juan, que he perdido la peluca. No sé dónde la puse anoche. Volví al bar y estuve de copas con dos o tres, que ya no me acuerdo quiénes eran. El caso es que la peluca no está. Juan, no te pongas así, que yo te compro otra. Juan ha puesto precio a mi cabeza. También a su peluca. Tal vez la recupere. De momento, me persiguen tres tipos y no parece que lleven buenas intenciones. Yo la peluca no la tengo, así que supongo pretenden matarme y llevar mi cuerpo a rastras hasta él. Ojalá encuentre antes la peluca y anule la recompensa. Aunque Juan es rencoroso y le da igual que yo lo quiera. Le ha dicho a todo el mundo que le he defraudado.

Hay personas que quieren más a sus animales que a los demás. En el caso de Juan, sólo quiere a su peluca. Todo lo demás le trae sin cuidado, incluso la chica de San Cristóbal o que tres matones acaben con mi vida. Debo desaparecer y poner tierra por medio. Si usted la encuentra (la peluca), envíela, por amor de Dios. Estas son sus señas: Señor Juan García García. Calle del Retrato, 8. Madrid.


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