(A Manu y Nacho)
Mis nietos Manu y Nacho recibieron como
regalo la pasada Noche Buena una máquina registradora, en conseguida imitación a
las instaladas en los supermercados. El juguete lleva incorporados múltiples
detalles y accesorios como lector de tarjetas, teclado para marcar el número
secreto y cajoncito con monedas y billetes de juguete, a modo de miniaturas de
los de curso legal. Los críos con tres años, con una gran capacidad de
observación y retentiva apuntan maneras de contables cuanto menos. En la
primera “compra” que hicieron entre ellos, Manu le preguntó a Nacho con cierto desparpajo:
¿con tarjeta o en efectivo? La pregunta y el léxico empleado, me dejó
descolocado.
El uso de billetes como medio de pago viene
mostrando desde hace tiempo una curva notablemente descendente. Hoy abonamos
casi todo con tarjetas de débito y sobre todo de crédito que parecen doler
menos. Compras en estaciones de servicio, restaurantes, comercios, viajes…el
plástico se ha convertido en una especie de billete artificial con valor
polivalente limitado. Los niños que son “esponjas”, están interiorizando esta
realidad y la ponen en práctica a las primeras de cambio y nunca mejor dicho
como fue en este caso.
La escena de mis nietos con sus
billetitos de juguete me ha traído a la memoria el primer billete de una peseta
que mis padres me dieron para ir a la feria en la década de los cincuenta. Recordarán
que se trataba de un billete marrón con la imagen del Marqués de Santa Cruz,
tan pequeño como los que ahora manejan Manu y Nacho. Ahora pienso que sería de
aquél billete del que me deshice enseguida, quizá para comprar una berenjena de
Almagro, orzas repletas de ellas situadas al inicio del paseo del Parque de
Gasset, e imagino los bolsillos, monederos y carteras que después visitaría
antes de quedar en desuso.
Y
es que a diferencia de las estáticas y frías tarjetas, los billetes siguen
siendo algo así como testigos mudos que recogen las circunstancias vividas en
los múltiples lugares donde han estado; desde el momento de emitirlos hasta que
deteriorados son retirados de la circulación.
En sus años de existencia, estos “papeles
de curso legal” se hacen presentes en múltiples bolsillos, lugares y
situaciones de distinta índole y viajar tantos kilómetros como nadie ni nada ha
podido hacerlo. Justificantes de compraventas de muy distintas urgencias y
necesidades, pretextos insuficientes para tranquilizar conciencias y oportunos
socorristas para salvar algunas vidas.
Un billete puede recorrer en un solo día
medio mundo y pasar de ser el único “papel” en el bolsillo raído de alguien que
sobrevive en un precario estado, a hacerlo junto a otros muchos fajos de igual
o distinto valor en las arcas de quien habita una mansión, para quizá regresar
por la noche al mismo lugar del que por la mañana salió. Solamente él sabe las
veces que ha entrado de nuestros bolsillos y los distintos momentos y
circunstancias en las que nos ha vuelto a visitar.
Bendito dinero con el que nos ganamos el
pan de cada día o miserable parné cuando la utilizamos para conseguir aquello
que sabemos no es conveniente para nuestra integridad moral. Porque los
billetes no saben de bondades o perjuicios, amistades o enemistades, no conocen
colores políticos, ni escalas sociales, son como necesarios pasaportes a los
que les está permitido el tránsito a todas las conciencias y lugares.
La vida de un billete podría traducirse
en el relato de una parte de las nuestras.
Desde aquel primer billete de la infancia, hasta el último que la
imprevisible vida nos permita dar o recibir al comprar o vender cualquier y
postrero bien. Los billetes son así, discretos testigos y veraces justificantes
de pago en los múltiples momentos que la vida nos ha dado. De momento para mis
nietos Manu y Nacho la vida y los billetes, sólo son un juego.
¡Feliz Año Nuevo!
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Martes, 1 de Abril del 2025
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