La visita número 123 a
las cuevas de Tomelloso nos lleva hoy a la joya subterránea que tan bien
conservan Antonio Lara y Mari Carmen Huertas en la calle
Desengaño. Llevan un año viviendo en la casa que adquirieron a la familia
Perales y cuando vieron la cueva no lo dudaron un solo segundo: tenemos que
adecentar esta maravilla. Al fin y al cabo, Antonio es un enamorado de las
tradiciones de Tomelloso y fue feliz con el hallazgo de una cueva familiar que
pudo construirse antes de los años treinta. Los propietarios reciben, junto a
la buena compañía de su nieto Rubén, a los dos periodistas de La Voz, a la
arquitecta Ana Palacios y nuestro experto en cuevas, José María Díaz.
Antonio y Mari Carmen se pusieron manos a la
obra y una vez que la desalojaron de trastos, la limpiaron y pintaron y el
resultado final ha sido excelente en esta
cueva-museo que alberga antíquisimos y curiosos aperos, no solo del
oficio de vinatero, sino también de otros oficios.
Accedemos a la cueva y
pronto nos percatamos de su buen estado de conservación. Las paredes del primer
tramo de la escalera están encaladas y los peldaños se han revestido de una
pintura gris. Ya en su parte más baja predominan los tonos terrosos de su estado original.
Enseguida aparecen
curiosos y tradicionales objetos como garruchas, poleas, ruedas de carro,
cestos de mimbre, la redina del aceite, fuelles, machotas para inmovilizar las
mulas, balanzas, romanas, un brasero…Ya abajo, pisamos el suelo alisado de cemento y contamos diez tinajas.
Todas son de cemento y tres de ellas son más antiguas, están pintadas en un
tono sanguina y se sitúan en un nivel del terreno más alto. Su capacidad es
unas 350 arrobas. Las otras siete son mayores y son de unas 450-500 arrobas.
José María conoce la mano de sus constructores: los Cotas. Vemos también los
restos de un antiguo pozo y un pocillo.
Mirando hacia arriba observamos
un balustre que no presenta un solo rasguño, pintado en blanco y en azul claro.
El techo aparece en la pura tosca y lo interrumpen dos lumbreras de desgarre
trapezoidal estrecho. Apoyada en la pared observamos la larga pala que
utilizaban los panaderos y otro palo largo de hierro que se utilizaba para
extender la brasa de la leña del horno. Al lado hay varios horquillos para la
basura y la paja y una aceitera.
Aperos realmente curiosos
encontramos en otros rincones de una cueva que la familia pretende disfrutar.
De hecho, el hijo de los propietarios quiere hacer una barra de bar en uno de
los espacios. Tijeras de podar, tijeras de vendimiar, corchos de las garrafas
de boca ancha, un hacha, una orza, cestas de mimbre, una barja, planchas,
tablas para lavar…Un termómetro marca una temperatura de unos ocho grados en
este invierno tan crudo. Cuando subimos para marcharnos, José María hace bajar
de nuevo al periodista para mostrarle un curioso objeto que nunca habíamos
visto en nuestras visitas a las cuevas: una soga de pintar viñas. La soga lleva
unas estacas que se clavaban en el terreno para tensar la cuerda. Este apero,
dio pie a un dicho muy extendido entre las mujeres de la época “esa es más
larga que una soga de pintar”. El dicho provoca la risa de todos y viene a
poner punto y final a una visita muy agradable en la que los propietarios nos
han recibido de forma exquisita.
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Sábado, 10 de Mayo del 2025
Martes, 13 de Mayo del 2025
Martes, 13 de Mayo del 2025