Desde la noche de los tiempos siempre ha habido en la sociedad una cierta
negativa a tratar el tema del suicidio, como si los medios de comunicación u
otros canales de divulgación presentaran un cierto veto o respeto al tratar el
tema. Por suerte en los últimos tiempos, esta tendencia, que nos acompañaba
desde décadas o siglos parece estar cambiando. Si, porque el suicidio no es, y
no tiene por qué ser un tema tabú, es un tema actual, del cual necesitamos
hablar si queremos normalizar el estigma que lo acompaña. El suicidio ha sido
un tema difícil da tratar debido a la estigmatización social fruto de la vergüenza,
asociado a patologías o trastornos mentales. Se calcula que detrás de un alto
porcentaje de suicidio hay relacionado algún trastorno psicológico.
Según la RAE por suicidio se entiende el acto voluntario de quitarse la vida.
El origen de la palabra suicidio se encuentra en el latín, “suicidium”
compuesto por dos palabras, “sui” que
significa “a si” y “cidium” que significa “matar”.
Según los últimos datos publicados por el INE, el número de personas
muertas por suicidio sigue creciendo, y esto teniendo en consideración algunas lagunas
en el sistema de categorización o contabilización, que podrían hacer los datos aún
peores de lo que ya son. Solo en 2021 murieron por esta causa en España 4003
personas, (2982 hombres y 1021 mujeres). Y en el primer semestre del pasado año
la cifra siguió subiendo alrededor de un 5% respecto al año anterior. La franja
de edad entre los 45 y 54 es donde se
encuentran más suicidios. Dicho de otra forma, en España cada 2 horas
se quita la vida una persona. Tres de cada cuatro suicidios son llevados
a cabo por hombres. El ahorcamiento es el método más común para materializarlo,
seguido de arma de fuego y envenenamiento (sobre todo en mujeres). Se
calcula que por cada persona que ha consumado el suicido hay otras veinte que
lo intentan sin el éxito esperado. En una sola hora diez personas
intentarán quitarse la vida. Pensar, simplemente en el espacio temporal que estáis
leyendo esta entrevista cuantas personas están consumiendo una conducta autolítica.
El suicido, en la actualidad, ha llegado a ser un problema de salud pública
relevante, además de una seria problemática social.
Aunque la especie humana ha evolucionado durante el transcurso de los
milenios, los motivos por los cuales muchas personas recurren a esta práctica,
suelen ser casi los mismos.
Desde la antigua Grecia, el mismo Sócrates, a consecuencia de una sentencia
de culpabilidad por parte del estado, se quitó la vida de forma voluntaria. Su
discípulo Platón, aunque no aceptaba el acto voluntario de quitarse la vida, si
reconocía tres circunstancias que lo legitimaban: Que el estado lo ordenase, sufrir
una enfermedad incurable o situaciones de extremas crisis.
Los Romanos siguieron en la misma linea de los griegos, catalogando el
suicido como un acto no legitimo ya que solo los dioses podían decidir sobre la
vida de los humanos.
Aunque los propios romanos fueron los primeros en reconocer un “atenuante”
en aquella situación específica asociada a un desequilibrio mental.
La religión cristiana, excepto algunas incongruencias presentes en libros
sagrados, se manifestó abiertamente en contra del suicidio, pues según la
misma: la vida es propiedad del Señor y no podemos disponer libremente de ella.
Esto nos ayuda a interpretar el concepto que se ha ido perpetuando a lo
largo de los siglos y que ha reforzado el estigma sobre el mismo. El suicido es
un pecado y el suida es un pecador a los ojos de Dios, y como consecuencia, a
los ojos de la misma comunidad.
En el renacimiento y en el romanticismo conforme el conocimiento se iba abriendo
camino se inició una asociación entre el suicidio y trastornos o desequilibrios
emocionales. A principios del pasado siglo Freud asoció el acto del suicidio a
un evento presente, fruto de sucesos traumáticos del pasado. En su obra “Totem
y Tabu” Sigmund Freud afirmaba que el impulso suicida resulta ser por regla
general un autocastigo, fruto del deseo de muerte dirigido a otros.
Sean cuales sean los diferentes paradigmas o visiones filosóficas a lo
largo de la historia, es evidente que el suicidio siempre ha estado relegado a
tema tabú un poco por ignorancia o simplemente por miedo.
—¿Qué Pasa en el cerebro de un
adolescente que pierde la esperanza en la vida hasta el punto de quitarse la
misma?
—Uno de los datos más patentes y al mismo tiempo preocupantes, es el
aumento de suicidios, que se está produciendo en la franja de edad entre los 10
y 14 y los 15 y 19 años. Es una evidencia, que las conductas suicidas entre los
adolescentes a raíz de la pandemia se han disparado, y la tendencia no deja de
crecer. Las variables psicosociales que están relacionadas con un comportamiento
autolítico, pueden ser múltiples y varían desde presiones sociales hasta el maltrato,
pasando por la identidad de género, el aislamiento, el bulling etc. (por citar
algunas).
Si, porque el suicidio, no tiene un agente estresor único, el suicidio
presenta una base multifactorial. Si queremos encontrar un único denominador
común, tal vez lo podemos encontrar en el déficit general a afrontar y
resolver situaciones conflictivas.
El malestar emocional acompañado de determinados estresores socioculturales,
que se apoyan sobre desórdenes mentales de base, representa un caldo de cultivo
ideal que puede desembocar en conductas autolíticas.
La gran mayoría de los sujetos que recurren al suicidio no quieren matarse
a sí mismo, quieren matar el monstruo que llevan dentro. El monstruo que le está
produciendo este gran sufrimiento.
Hay una serie de señales que no debemos tomar a la ligera, y que nos
advierten de la desesperanza, el abandono y el lento y progresivo acercamiento hacia
al báratro. Nunca pasar por alto señales que nos avisan de que algo no está
funcionando.
Cuando un adolescente experimenta un evidente sufrimiento emocional
asociado a una desesperanza cognitiva profunda, o una ausencia total de
recursos intrínsecos como extrínsecos, estamos muy cerca de una posible
situación de peligro. Las personas que expresan ideas suicidas, en la gran
mayoría de los casos, lo ven como la única forma de salida, la única forma de
liberarse del malestar que viven.
¡Stop a los falsos mitos o creencias erróneas sobre el suicidio!
Hay una serie de falsas creencias relacionadas con el suicidio que me
parece necesario remarcar.
Uno de los primeros mitos, que se debería desmantelar, es el relativo al
suicidio romántico de las películas o de los protagonistas de novelas
literarias. El suicidio asociado a una prueba extrema de amor, como un
sacrificio extremo, nos acompaña desde siglos, y entre ellos seguramente Romeo
y Julieta han sido los más famosos y destacados. El final de una historia de
amor es un duelo, pero en sí, no es suficiente para justificar conductas tan
drásticas. Ninguna relación por especial que sea, vale la vida de una persona. Otro
mito es el que suele relacionar el suicido con conductas impulsivas, el suicidio
en general es fruto de un largo proceso hecho sobre todo de soledad,
sufrimiento y dolor.
Otra falsa creencia es la relacionada con la idea de que las personas que
expresan verbalmente sus intenciones suicidas nunca acabaran llevándolo a
cabo. Se calcula que 9 de cada 10
personas expresaron previamente a su conducta, su idealización.
El suicidio no presenta una predisposición genética, las conductas suicidas
no se heredan, pero si se heredan trastornos psicológicos o de personalidad, esquizofrenia,
bipolar etc. Tener antecedentes familiares de suicidio puede dar lugar a un
aprendizaje vicario, como por ejemplo el de una figura de apego o de referencia
que pone fin a su sufrimiento de la forma más equivocada.
Otra falacia es la que asocia conductas autolesivas con posibles futuras
conductas suicidas. No existe siempre una relación directa entre las dos
conductas.
—¿Hay señales de peligro que nos
avisan de una posible conducta suicida?
—El suicidio es una argamasa de problemas familiares, sociales, laborales, académicos,
económicos que suele sumarse a un locus de control externo y a una falta de
recursos emocionales intrínsecos. El suicidio no es una enfermedad biomédica que
puede evidenciarse con una analítica ni un trastorno psicológico asociado a una
serie estricta de criterios de inclusión. El suicidio es multifactorial, en el
cual intervienen una infinidad de agentes.
Sabemos que pueden encontrarse patologías latentes a conductas suicidas
como la depresión mayor.
Entre los posibles factores de riesgo o precipitantes encontramos: ausencia de un grupo de apoyo primario. Otro
punto a tener en consideración está relacionado con conductas previas de
suicidio. Las amenazas, nunca tienen que ser infravaloradas. Hablar del tema,
buscar información o fantasear sobre el tema es el primer eslabón de la cadena
que lleva al siguiente paso, que es la planificación y la consecuente puesta en
marcha del acto. Otra de las características emocionales que suele acompañar a las
conductas suicidas, son los elevados sentimientos de culpa junto con los
antecedentes familiares, así como el
insomnio o la hipersomnia, pérdida de peso, descuido general de autoimagen o simplemente
el deseo de reunirse con personas fallecidas. Los abusos o violencias sufridas
en etapas de la infancia o adolescencia, las famosas cicatrices emocionales, pérdida
de amistades, aislamiento etc.
—¿Qué hacer para prevenir?
—La misma Organización Mundial de la Salud destaca que el problema del
suicidio es un problema de salud pública mundial.
Como he remarcado antes, a día de hoy hay más muertos por suicidio que por
accidente de tráfico. Pero mientras para combatir la lacra de los muertos en
carreteras desde hace décadas, tráfico y diferentes asociaciones llevan a cabo
políticas de prevención de información, de concienciación y educación vial, consiguiendo
una reducción de la siniestralidad vial, en el caso de los suicidios, esto no
es así, no hay una “educación o información” que ayude a prevenir o
desestigmatizar y por tanto reducir el número de suicidios.
Desde mi punto de vista como profesional, la prevención tendría que estar
centrada en tres grandes pilares: identificar, diagnosticar y tratar.
Las estructuras de apoyo primarias como la familia, además de los amigos
los mismos profesionales de la salud juegan un papel determinante, ofreciendo
aquella estructura de apoyo esencial en el proceso de prevención, posibles recaídas
y rehabilitación.
La terapia psicológica es de gran ayuda ofreciendo espacio de escucha y
dialogo libre de juicios con el fin de fomentar conductas y pensamientos
funcionales y adaptivos.
Clave para el éxito de cualquier intervención terapéutica que requiere de tiempo
y paciencia, es una sana alianza terapéutica y de un espacio de diálogo
sincero.
Familia, instituciones educativas y medios de comunicación tiene que
ejercer de agentes educadores y en consecuencia protectores frente al suicidio.
Pedir ayuda, no tiene que ser visto como un acto de debilidad, de deshonra,
más bien es un acto de valentía, de quien decide hacer frente a sus miedos a su
desesperanza y enfrentarse a sus demonios.
No demonizar, no encubrir, no
mirar para el otro lado. Si, escuchar, si hablar y encarar el malestar
fruto del sufrimiento que vive la persona. Fuera frases hechas, fuera juicios rápidos,
dentro paciencia, apoyo, ayuda y consuelo. Favorecer herramientas y habilidades
para solventar los momentos de crisis. Este es y tiene que ser el trabajo de
los profesionales y de las personas que quieren ser agentes activos en el
proceso de intervención en conductas suicidas.
Todas las personas que intentan el suicidio son personas con un gran
sufrimiento, que necesitan de ayuda. Las personas que recurren al suicidio como
fuente de liberación, no quieren terminar con su vida, lo que quieren es terminar
o poner fin a su dolor emocional que llevan consigo.
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Lunes, 25 de Noviembre del 2024
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