Opinión

Safo, la poetisa olvidada

Daniel Cuadrado Morales | Lunes, 12 de Marzo del 2018
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Con motivo del pasado Día Internacional de la Mujer, y aprovechando que Tomelloso es tierra en la que abundan los poetas, he querido rescatar “de su exilio involuntario” a una de las figuras poéticas más importantes y trascendentales del mundo antiguo. Me refiero, evidentemente, a una mujer: la gran Safo. 

La historia de Safo nos resultar difusa hoy en día debido a leyenda que rodea su figura, de modo que no podemos hacer un retrato completamente fiel sin caer en las conjeturas acerca quién fue y cómo vivió. Safo nació en la ciudad de Mitilene, en la isla griega de Lesbos, hacia mediados o finales del siglo VII a.C. Allí, en la isla de Lesbos pasaría prácticamente toda su vida si exceptuamos el pequeño exilio al que se vio forzada durante un tiempo en la ciudad de Siracusa, enclave perteneciente a Sicilia.

Safo pertenecía a la aristocracia local y quizá por eso aprendió a leer y escribir y se convirtió en una persona culta. Formó la llamada “Casa de las Servidoras de las Musas” y allí enseñaba a sus alumnas, entre otras cosas, a escribir poesía y a cantar. Es por esto, y por la interpretación que se ha dado a sus poemas, por lo que se piensas que Safo se sintió atraída por algunas de sus discípulas y que incluso llegó a mantener relaciones con varias de ellas. No ha sobrevivido demasiada poesía de Safo pero la que tenemos nos describe la vida de las mujeres y sus relaciones, centrándose en la belleza de varias de ellas y en su atracción por las jóvenes féminas de la Casa.

Como curiosidad hay que señalar que hoy en día utilizamos la palabra “lesbianismo” para referirnos a la homosexualidad femenina, y esto es así por la isla de Lesbos, que fue, como he señalado antes, la patria de Safo. 

La obra de Safo

Desgraciadamente, avatares del destino, no tenemos mucha información ni sobre su vida ni sobre su obra, pero ya los autores antiguos y los círculos literarios la recitaban, respetaban e incluso trataban de emularla. Y es que Safo llegó a ser considerada la décima musa y sus poemas eran muy utilizados en la Atenas del siglo V a.C. Siglos después, ya en los tiempos de la dominación romana, los escritores latinos alabaron la obra de Safo. La obra de Safo ha sido una de las más traducidas de la antigüedad.

Los poemas de Safo, en contra de las obras de otros autores de la época, no ofrecen una perspectiva histórica de los conflictos y la situación política de su tiempo, sino que nos hablan del entorno inmediato que la rodea y de sus avatares internos, nos habla de sentimientos propios tales como amores o celos y de ellos deducimos que Safo era una persona profundamente sensible. Las figuras masculinas son utilizadas como un complemento del mundo femenino. Safo plasma sus sentimientos y pasiones sin ningún tipo de censura, ofreciéndonos un retrato de su “yo” más profundo. 

El final de la poetisa

No conocemos con precisión el final de Safo ya que está muy entremezclado con leyendas e hipótesis que no podemos demostrar. La más extendida es que, tras un fracaso amoroso y describirse a sí misma como “incapaz de amar” Safo acaba suicidándose arrojándose al mar desde la roca Léucade, el lugar al que, supuestamente, iban los enamorados no correspondidos a terminar con su desdichada vida. Lo que no podemos saber es quién fue el amor de Safo. En uno de sus textos menciona a Faón, un hombre de extrema belleza del que se dice que hasta la diosa Afrodita se enamoró, dejando de lado a la pobre Safo. Aunque hay quien afirma que toda esta historia no es sino una treta para enmascarar la verdadera identidad de su amor, una de las mujeres que convivían en la Casa. Sea o no verdad, lo cierto es que parece que Safo, la poetisa que narraba como nadie el amor y la pasión, murió sin encontrar esos sentimientos.

Para concluir este pequeño artículo/homenaje dedicado a la poetisa Safo, dejo un brevísimo fragmento de su obra:

La luna luminosa

huyó con las Pléyades;

la noche silenciosa

ya llega a la mitad.

La hora pasó, y, en vela,

sola en mi lecho, en tanto,

suelto la rienda al llanto

sin esperar piedad.

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