No
sé si ustedes han caído en la cuenta, por lo que respecta a mí, si bien algunos
episodios había presenciado ya, los creí algo puntual hasta hace unos días. El
caso es que la libertad de expresión, el debate, la sana confrontación de
ideas, la respetuosa discrepancia y la crítica constructiva están situándose en
el campo del descrédito, de manera que ahora ante planteamientos que
consideramos erróneos estamos indefensos, ya que si éstos gozan de una
aceptación más o menos generalizada y osamos oponernos, cuanto menos, nos
mirarán raro, y no sería de extrañar que se perdieran amistades, nos excluyeran
de determinados círculos sociales, incluso, en casos extremos, el prestigio
ganado con el esfuerzo de toda una vida desapareciera o perdiésemos nuestro
empleo. Dicho en corto, ante planteamientos que nos sientan como una patada en
el duodeno hay que ser cautos y cogérselas con papel de fumar.
Fue
el otro día cuando un buen amigo y excompañero de mis días de funcionario que
me soporta teniendo la amabilidad de leer los artículos con los que de vez en
cuando les doy la brasa, tras la publicación del último, pseudoprogresismo
nacionalista, y en un uso de lo que para mí siempre formó parte de la más
absoluta normalidad, me hace acertadas críticas sobre el mismo, centradas más
sobre la forma que sobre el fondo, con infundados temores de que ello me lo
tomara como un ataque personal y no como lo que es, visiones distintas de la
realidad propias de las personas singulares e irrepetibles que todos y cada uno
de nosotros somos.
Posteriormente
me doy de bruces con la expulsión que el PSOE hace a su histórico dirigente
vasco Nicolás Redondo Terreros, por manifestar públicamente su descontento con
las supuestas concesiones que su partido está dispuesto a hacer con Puigdemont
y su tropa para mantenerse en el poder, dando voz a otros muchos socialistas
que piensan como él. No pude evitar acordarme de los tiempos de Felipe
González, también discrepante con la complicidad de quienes intentaron destruir
nuestro actual sistema jurídico y democrático, y las críticas, en no pocas
ocasiones bastante cruentas, realizadas por personas de su propio gabinete o
del partido. El famoso guerrismo, que debe el nombre al apellido de su fundador
Alfonso Guerra, o el propio Nicolás Redondo que aun siendo diputado por su
partido le organizó una huelga general, con dos cojones, sin que se planteara
siquiera la posibilidad de expulsión de ninguno de los dos.
El
hecho de que el debate y la confrontación ideológica son un ejercicio sano y
saludable no lo digo yo, sino que lo avala su fomento dentro del sistema
educativo antes de que nuestros ilustres gobernantes cayesen en la cuenta de
que los ciudadanos cultos eran una especie de artefacto incontrolable que
podría volverse en su contra, pudiendo llegar a constituir movimientos de
presión social que pusiera en jaque sus sillones, elevados sueldos y resto de
privilegios. De ahí vienen las reformas educativas que desprecian la formación
humanística y la capacidad crítica del individuo. Es triste, pero nos prefieren
sumisos y tontos.
Cuando
está en juego lo que ahora más veneramos, el dinero, no dudamos en que las
decisiones sean tomadas por un grupo de personas, no así unipersonalmente, a
sabiendas de que, por preparada y experimentada que sea una persona, jamás será
infalible y ante una decisión equivocada sin oponente capaz de rectificarla las
consecuencias pueden ser irreparables.
Las
actuales generaciones han olvidado que sus padres, abuelos y bisabuelos no
podían, aunque quisieran, manifestarse contra las imposiciones gubernamentales,
pues con un poco de mala suerte se llevaban una buena somanta de hostias y en
el peor de los casos pasaban una temporada en la cárcel. También olvidan que
las vejaciones sufridas por sus madres, abuelas y bisabuelas consistían,
precisamente, en la imposibilidad de poder discrepar del padre o el marido de
turno, haciéndolas sentir más como ovejas de rebaño que personas con capacidad
de razonar. ¿Qué clase de feminismo
sería aquel que no reivindicase el derecho de la mujer a la libertad de
pensamiento y a que sus opiniones fueran tomadas en cuenta en igualdad de
condiciones que las de los hombres?
El
que (o la que) ante una crítica razonable y respetuosa actúa como si de un
ataque a su dignidad personal se tratase, solo está poniendo de manifiesto la
debilidad de sus opiniones y su imposibilidad de sostenerla con razonamientos
lógicos. Quien emite opiniones avaladas por argumentos sólidos y contrastados
no precisa del amparo de este tipo de argucias, en tanto puede contrarrestar a
su oponente desde el uso tranquilo y respetuoso de la palabra. Si la única
respuesta que el PSOE tiene a las críticas de su ilustre y conocido militante
es la expulsión, pueden tener por seguro que es portavoz de una corriente de
pensamiento interna que no pueden contrarrestar ideológicamente.
Es
la crítica del profesor al alumno, del veterano compañero de trabajo al
aprendiz, del amigo o de la pareja la que permite al ser humano su crecimiento
y mejora personal, y una de las razones por las que a veces escribo aquí, permitiéndome
conocer opiniones y pensamientos que me son ajenos. También es el mecanismo que
hace posible el control de los limitados y separados poderes consustanciales a
un estado democrático y el verdadero significado del término tolerancia, sin el
cual no es posible una pacífica convivencia en sociedad.
Así que, por mi parte estimado amigo, y te consta que no es una simple fórmula de cortesía, sigue discrepando cuanto gustes, a sabiendas del riesgo que corres (y no imaginan el resto de lectores hasta que punto esta palabra es indicada en tu caso) de ser vilmente plagiado. ¡Discrépame, discrépame mucho! ¿No era así la canción? Bueno, da igual.
Ramón Moreno carrasco es Doctor en Derecho Tributario.
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Domingo, 11 de Mayo del 2025
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