Ayer, Julián López “El Juli” se despedía de los ruedos tras veinticinco años de alternativa, pero no se cortó la coleta.. Torero por vocación, desde niño tuvo claro que quería serlo, dado que a los doce años comenzó a torear como becerrista, a los catorce debutó con caballos y antes de cumplir los diez y seis tomó  alternativa, confirmándola en la monumental de Méjico.

Un cuarto de siglo toreando, lidiando casi cuatro mil astados, de los que treinta y uno fueron indultados, uno de ellos, Golfo, aquí en Ciudad Real en agosto de dos mil catorce. Quizá sean estas faenas las que mejor pervivan en su recuerdo, pues los indultos se dan cuando el toro demuestra una bravura extraordinaria y el torero le responde con una magnífica faena. El indulto es por ello, el  momento más emotivo, aunque no frecuente, de esta fiesta.

Atrás quedarán esas puertas grandes fallidas por la espada, o por la intransigencia de un presidente, pero será algo que se vaya borrando con el tiempo. Y las cornadas, alguna muy grave, que no le arredraron para seguir toreando, madurando y ahondando en el arte que llevaba dentro, (Hace unos días declaraba: Tengo más dentro de lo que he podido desarrollar y es un castigo que Dios me ha dado”) ¿Un guiño al futuro?

Julián López, El Juli, ya es historia en los ruedos…de momento como torero, quizá para siempre, aunque seguirá viviendo del y para el toro con su ganadería y será desde esa faceta donde lo veremos. Allá en las dehesas extremeñas de Olivenza seguirá unido al mundo del toro porque siempre fue su vocación y profesión. Cambiará su profesión de torero a ganadero, pero su vocación permanecerá…como toda verdadera vocación, hasta que la vida se lo permita.