Dino Segré fue un periodista italiano de origen judío que empleó para sus análisis sobre la sociedad de su tiempo, mediados del siglo veinte, un lenguaje irónicamente contundente sin concesiones ni salvedades para nadie. Su fino estilete periodístico resultó muy incómodo para la hedonista y aburguesada sociedad de entonces. Pues bien, él fue el autor de la frase: "El hombre no vive, como las bestias salvajes, en un mundo de cosas meramente físicas, sino en un mundo lleno de signos y símbolos”.
Si algo diferencia al ser humano de los demás animales es su capacidad por preguntarse, interrogarse, censurarse, analizar lo que sucede tanto a su alrededor como y a él mismo; la posibilidad de utilizar los cinco sentidos, penetrando a través de ellos, más allá en esa realidad que existe, para además de ver, mirar; escuchar al oír, sentir al tiempo que palpar, pensar, gozar, sufrir y, por último, amar.
Las personas hoy, positivas, inmediatas, pragmáticas, impresionadas por las conquistas, vivimos tan pegadas al suelo que nos sostiene, a las posibilidades físicas que los conocimientos e inventos nos procuran que difícilmente podemos atisbar más allá de nuestro “estatus” o “estatura”.
Vivimos admirados por aquello que podemos hacer, por lo que creemos saber y poseemos, pero mostramos muy poco interés en saber quiénes somos, donde estamos y sobre todo porque y para qué vivimos. Esta filosofía que mantenemos a ras de tierra donde prima lo tangible, lo físico, y sensorial, conlleva el importante inconveniente de no poder ver ni oír aquello que existe en la distancia, en los amplios horizontes que la naturaleza nos ha puesto, menos próxima pero más altiva y convincente a la hora de responder a nuestra puntual situación vital.
Es el peligro de vivir de una manera estrechamente racional, seudo intelectual y emocional actuando de manera instintiva, dando respuestas inmediatas y primarias a cualquier contratiempo con que nos sorprende nuestra, creemos, controlada existencia, sin estar atentos a los signos que se nos presentan y que hacen preguntarnos, como animal racional, esperanzado, ilusionado y amante el porqué de nuestra naturaleza tan bella y al mismo tiempo tan cobardemente egoísta con los más débiles, con los indefensos, con los "imperfectos”.
El horizonte, la esperanza, la mañana que nos trae al nuevo día, lluviosa o nublada, soleada y templada o heladora, es el mejor signo vital de lo imprevisible, variada y sorprendente que puede ser nuestra existencia. Salgamos a su encuentro sin recelo y dejemos de mirar permanentemente al suelo.
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Sábado, 13 de Diciembre del 2025
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