Como tantas otras veces circulo por la autovía y a lo lejos ya diviso
"El Cerro de las Aguzaderas". En un acto reflejo giro la cabeza y
también vislumbro al este los aerogeneradores que ahora coronan la sierra,
horizontes que reafirman mis sensaciones porque mi destino está próximo.
Reconozco que llegado el momento es conveniente e inevitable ampliar los
paisajes de referencia. Por ejemplo, la Sierra del Peral es un lugar que
siempre me trae a la memoria las excursiones de la infancia, un paraje que,
aunque austero, entrañaba la mayor aventura imaginable. La caminata hasta
llegar, la pendiente de la subida bordeando barbechos y olivares; y justo a
medio camino de las cumbres de los dos cabezos, "La Piedra del
Condenado". Hacer una pausa y subirse allí para otear el horizonte era
algo reconfortante.
Rodeada de matas de jara y de plantas de aliagas sobresale imponente
entre los arbustos de los chaparros. Se la denomina así porque, según cuentan,
le ofrecieron a un condenado a muerte que si era capaz de moverla podría eludir
la fatal sentencia. El suceso es tan irreal que roza la fantasía porque el
pedrusco tiene unas dimensiones considerables.
Sin embargo, por el lugar donde está ubicada, el relato me recuerda a la
condena en el inframundo de Sísifo empujando una piedra enorme cuesta arriba
una y otra vez.
Pero como todos los de mi generación la relación con las piedras es
mucho más banal y cotidiana; pues hábitos, juegos y costumbres estaban
asociados a este mineral tan accesible
como necesario.
Todavía recuerdo con añoranza aquellas tardes de sábado jugando en las
eras al fútbol hasta que el sol se ocultaba. Parcelas de las afueras que ahora
son irreconocibles porque sobre ellas se han construido naves y chalets a
cascoporro, pero que antes estaban empedradas y, en las oquedades, entre canto
y canto, crecía la hierba en primavera. Para marcar las porterías siempre
colocábamos dos pedruscos de mayor tamaño.
Anteriormente sabía del oficio de empedrador porque muchas calles de la
ciudad estaban pavimentadas de cantos rodados. Quiero imaginar a aquellas
cuadrillas de peones arrodillados en sus esteras de pleita, encorvados durante
toda la jornada, colocando a mano y golpeando con un mazo y pisones para dejar
el terreno igualado. Después, y si mirabas a lo lejos, podías distinguir las
armónicas figuras geométricas de un rompecabezas inmenso. Como curiosidad en
muchas villas de la zona siempre hay una calle "Empedrada" como
nombre popular. Años más tarde el asfalto sepultó sin piedad todo un legado de
piedras y adoquines.
En cuanto a los juegos con las piedras creo que alguna vez debí jugar a
los "pesucos", tejos o cantos rodados, pero cuando no encontrábamos
la piedra adecuada los construíamos con trozos de ladrillo macizo a los que
previamente les habíamos redondeado la forma a golpes con otra piedra.
Otro entretenimiento de la chavalería de la época eran los apedreos.
Porque lo de las pandillas no es algo nuevo, que algunos barrios tenían sus
grupos de muchachos cuya mayor diversión era enfrentarse a pedrada limpia con
otros críos de las afueras. No era extraño que de vez en cuando alguno pasase
por la Casa de Socorro para que le curasen de una brecha en la cabeza, aunque a
mí esa historia me venía de largo, pues los apedreos nunca entraron en mis
juegos y solo me llegaban de oídas estos lances de los más pendencieros.
Aunque el término de la ciudad donde nací es frontera divisoria entre el
Campo de Montiel y el Campo de Calatrava, en aquella zona de la Mancha
predomina la piedra caliza. Por eso, además de las habituales labores agrícolas
y después del arado de las viñas se solían acumular las piedras más grandes que
llamaban "lanchas" (seguramente por su forma generalmente aplanada y
con picos) las depositaban en uno de los lados de la linde en enormes montones
que se denominan "majanos", un lugar ideal para que cualquier animal
pequeño pueda anidar, hacer madrigueras o resguardarse.
En Tomelloso y pueblos de alrededor, desde mediados del siglo XIX han
aprovechado este material para hacer construcciones rurales que sirven de
refugio a los labradores y los animales durante las faenas agrícolas. Suelen
ser de forma circular o elíptica y las lajas se superponen formando una cúpula
sin necesitar ningún tipo de argamasa. A esta edificación se le llama
"bombo" y están perfectamente integrados en el paisaje manchego.
Pero supongo que mis compañeros de El Globosonda han propuesto "La
misma piedra" pensando en algún dicho popular. Mas yo me aferro a la
diferencias del abundante mineral, porque ni siquiera las catedrales están
construidas con la misma piedra. Hay templos edificados con granito o mármol y
otros con piedra arenisca; como si fuesen reflejo de la fe de los fieles, unos
duros e incorruptibles y otros con las creencias erosionadas y envueltos en un
mar de dudas.
Tampoco son iguales las sosegadas piedras de los viejos molinos que
molían grano o molturaban la aceituna, de la mansa roca desgastada por el agua
del arroyo a la insignificante piedra de la honda de David que, aunque
minúscula, se utilizó para matar.
Quizás ellos aluden al título pensando en la condición humana, aquello
de tropezar en la misma piedra, de cometer los mismos errores y las mismas
torpezas una y otra vez, incapaces de salvar los retos que la vida propone.
Aunque el mito de Sísifo se suele utilizar como ejemplo de superación por su
empeño en subir una y otra vez la piedra.
Sin embargo, y para concluir, tampoco tiene sentido la historia de David frente a Goliat, una metáfora que alienta el coraje de los débiles. Según parece y en los tiempos que corren, David y los desheredados nada pueden frente al poder del Goliat de turno. Aunque en este mundo nadie es inocente porque, como reza el dicho: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
El Globosonda: Texto para la Caja Negra de febrero del 2024.
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Miércoles, 4 de Diciembre del 2024
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