Ni tengo la camisa negra como dice Juanes, ni me la rompo como cantaba
Camarón. Pues menudo anda el patio para escoger entre los límites que propone
la formalidad o la tristeza de un funeral frente a la alegría desbordada de una
boda. Bastante tengo con procurar salir indemne de la aparente calma que me
plantea la vorágine diaria. Porque, aunque quisiera, no soy capaz de vestir una
camisa distinta cada día.
Además, y en cuestión de camisas, ya me gustaría ser tan ordenado como
mi peluquero que, en conversación informal, y mientras me apaña, me confiesa
que él tiene la manía de ordenarlas en el armario por colores, por rayas o por
dibujos y separadas las de invierno con las de verano.
Por otra parte, también reconozco que sería incapaz de llevar una camisa
con chorreras como hace con desparpajo mi primo Pedro Luís en algunas
ocasiones, que en alguna foto le he visto luciendo una camisa
"gabinetera". Él las llama así porque es un fiel seguidor de
"Gabinete Caligari" pues su líder, Jaime Urrutia, solía marcar
tendencia luciendo esas prendas tan vistosas como extravagantes. No, imposible.
Admito que ni soy tan ordenado ni tan atrevido. A lo más que llego es a ponérmelas
sin planchar cuando creo que no se notará demasiado y el debate no va más allá
de si por fuera o dentro del pantalón.
Aunque no me disgusta ese estilo, tampoco soy un fiel seguidor del
eslogan que utilizó un modisto famoso diciendo que la arruga es bella. Una idea
brillante que conlleva un cierto desenfado a la hora de vestir. Aunque no por
más arrugada es más barata. Al contrario, porque ese falso concepto lo han
utilizado muchos personajes tratando de aparentar informalidad frente al
conservadurismo de las ideas cuando en realidad algunas de esas prendas tan
aparentemente "progres" cuestan un potosí y solo pueden lucirlas
aquellos con posibles, es decir, los burgueses o aquellos que aspiran a serlo.
Las modas son caprichosas y siempre terminan por volver. Así, una camisa
de cuello tirilla, que podía ser habitual de los jornaleros de antaño, si algún
personaje influyente se atreve a lucirla, se puede convertir en tendencia y
elevarla a la categoría de exclusiva para determinada clase social. Los demás
se conformarán con una copia del diseño con menor calidad, y como un sucedáneo,
en el intento de querer y no poder.
Como tantas otras cuestiones, a mí las camisas y sus modas me trasladan
a la infancia. Admito que nunca llegué a ver aquellas prendas de cuellos falsos
y que podías contemplar en algunas escenas del cine mudo. Pero en contadas
ocasiones pude ver palanganas con agua y almidón para dar prestancia a cuellos
y puños. Igualmente observé cómo deslizaban sobre la tela aquellas pesadas
planchas de metal que se calentaban a la lumbre y, comprobé, cuánta pericia
había que demostrar para no manchar la prenda por exceso de calor.
Hay, sin embargo, otro tipo de camisas que nada tienen que ver con lo
anteriormente expuesto. Me refiero a las camisas de los ofidios, una segunda
piel de usar y tirar que podías encontrarte en el campo, restos de queratina
tras la muda y que siempre te alertaban de la presencia o el paso de alguna
culebra o serpiente cuando querías atrapar un grillo o una lagartija.
Desconozco si existe alguna relación entre la mala prensa que tienen
estos animales y el normal rechazo a
aquellos que cambian de ideas o de bando como quien cambia de camisa. Ellos,
los animales, reptan y serpentean, mientras que los individuos sin escrúpulos
ni valores se someten y envilecen ambicionado el estatus que proporciona el
dinero y el poder.
Sin negar lo anterior, cambiar de camisa también puede suponer
renovarse, tratar de evolucionar dejando atrás etapas amortizadas. Bien pudiera
darse la situación que, tratando de defender viejos valores, la camisa se nos
puede quedar sucia, vieja y desgastada, pues suele suceder que la línea entre
conceptos opuestos es demasiado sutil y cuesta mucho definir de qué lado está
cada uno, o cuál es el acertado.
Quizás lo ideal sería vestir una camisa a medida que se ajuste a nuestro
físico para que no chirríe o desentone y, metafóricamente, en lo emocional, que
se adapte a lo que pensamos y defendemos con nuestras particulares ideas.
Para terminar, me pregunto: Quién pudiera tener la determinación del personaje que reflejan las bellas estrofas del poema de Luís García Montero titulado "La poesía solo existe como una forma de orgullo" y que en un fragmento dice así:
Parecía un mendigo entre la gente.
Luego llegaba a casa, se duchaba,
abría los armarios,
con cuidado elegía una camisa nueva,
un pantalón planchado
y unos ojos más suyos
con los que sostener por un minuto
la verdad del espejo receloso.
Cuando ya estaba limpio,
se sentaba a escribir.
El Globosonda: Texto para la Caja Negra de diciembre del 2024.
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Miércoles, 4 de Diciembre del 2024
Miércoles, 4 de Diciembre del 2024