Opinión

Domesticar mascotas

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 13 de Abril del 2024
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Llevamos un rato Ciri y yo cumpliendo con la costumbre de los viernes, que ya conoces, lectora o lector amigos, he de deciros que a veces os percibimos sentados en la mesa junto a nosotros dos, aunque sin los manjares del café y las magdalenas.

No ha salido ningún tema de interés especial, lo normal, el tiempo en abril, las numerosas actividades culturales que se realizan en el pueblo y poco más. Me siento relajado con la ausencia de ideas, a veces peregrinas, de mi amigo. Llevamos un prolongado silencio, entre nosotros esto es señal de tormenta de ideas, respuestas, propuestas y más indagaciones. Cuando digo estar callados, el tiempo no se prolonga más de unos segundos.

Efectivamente, ahí salta la mirada inquisidora, la sonrisa oculta y la pregunta imperiosa:

—Oye, amigo, —me dice— a ver si tienes respuesta para esta cuestión ¿Quién domestica a quién, los humanos a sus mascotas o las mascotas a los humanos?

—Hombre, Ciri, me planteas la pregunta como si se tratara de un partido de futbol entre amigos, el resultado es de importancia liviana, —digo, para ínterin conseguir alguna idea con suficiente valor que lo convenza, pero no da tregua.

—A ver ese pozo de sabiduría… —dice en plan de mofa, porque sabe que no me daña— imagina un loro, canario, perro, gato, tortuga iguana, burro caballo…  ¿te vale con estos ejemplos? ¿los doma el hombre o es éste el domado por ellos?

Hay momentos que debo hacer un esfuerzo, lo reconozco sinceramente, para concentrarme en sus preguntas tan peregrinas, a cuento de qué hablar de esto ahora, qué me importa a mí la relación entre una persona y un animal de compañía, ellos verán, mientras no se hagan daño… Ah, se me ha ocurrido una idea brillante voy a dejarlo atónito.

—¡Ciri, el vocabulario que utilizas en la pregunta no me gusta!

—¿Ah sí? Y ¿eso por qué? No creo que te haya insultado, no me gusta hacerlo y menos faltar a un amigo, —responde mientras muestra preocupación en la cara y en los gestos, ha llegado a dejar la taza en el plato cuando estaba el trago inmediato.

—No me gusta porque has utilizado dos verbos peyorativos que además no me son simpáticos, incluso, yo diría, denigrantes y maltratadores, propios de dictadores y prepotentes, de personas sin escrúpulos.

El pobre Ciri no da crédito a lo que le estoy diciendo, me mira fijo y por momentos se le abre la boca entre asombro, incredulidad e incomprensión, parpadea repetidas veces, mira por la ventana y de nuevo me observa, entre cierra los ojos y como en un susurro me dice:

—Harto de mosto para que no te funcione bien la cabeza no cuadra, por lo menos hasta hace un instante, la otra opción es que me estás gastando una broma. Te conozco demasiado, amigo.

No puedo más que dar rienda suelta a una carcajada. Me gusta este estilo de toma y daca que practicamos, nos hace ser más comprensivos y agudos para desestabilizar la mente del otro durante un instante, se asemeja a una partida de ajedrez. Ciri disfruta cantidad con ello. Consigo dominar mi chacota y ya le respondo en serio.

—Los verbos que has usado y utilizamos comúnmente como “domesticar”  o “domar” lo hacemos para demostrar que algún animal, de los que somos compañeros de viaje en la Tierra y por ello en el Universo, cumple las órdenes que les dictamos, posiblemente incluso en contra de su naturaleza. Te recuerdo, antiguamente en los circos los números de los perros, elefantes tigres leones…, los “domadores” a base de látigo conseguían imponer su voluntad a las “fieras”, así los llamaban.

—No puedo más que darte la razón. Es muy cierto lo que dices. En nuestros tiempos hemos conseguido casi erradicar esas actividades, —me responde Ciri muy serio y en seguida continuo.

—Yo me refería a los casos, y también los hay abundantes, en que parece que los humanos están al servicio de sus mascotas de un modo evidente. Por ejemplo: está la familia sentada en un bar tomando una caña o comiendo y hay gente que tiene al “perrito” en el halda como si fuera un niño, o el otro que tiene un perro tan fuerte y grande que arrastra al compañero humano (no se puede decir “amo”) de farola en farola para regarlas o bien olfatear el agujero negro de otros canes, —oyendo esto, el compañero explota con una risa estrepitosa; aguanto un momento que se expanda en su disfrute y le respondo.

—Del mismo modo que detesto esos dos verbos, odio el comportamiento de los humanos que castran a sus mascotas, para que no procreen sean machos o hembras, igual que los que extirpan las uñas de sus compañeros gatos, para evitar que las limen en las patas de sillas mesas o muebles.

—Evidente que hemos recorrido un gran camino en la relación de los humanos con las mascotas, pero sigue siendo demasiado largo el trecho hasta conseguir respetarnos entre nosotros mismos y a nuestra Madre la Naturaleza, —concluye Ciri con más “razón que un santo”.

 

Joaquín Patón Pardina

13 de abril de 2024

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