Opinión

El ocio de los séniors

Rafael Toledo Díaz | Martes, 2 de Julio del 2024
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Aunque su afición favorita es la lectura, Tomás reconoce que después de leer tres novelas seguidas necesita cambiar de género literario. Confiesa, además, que la novela gráfica no le gusta demasiado. Pese a que se inició leyendo tebeos, no consigue evitar las reticencias sobre estos textos. Sin embargo, admite que sus ediciones son excelentes y muy cuidadas, pero que en la mayoría de los casos y, desde su punto de vista, aprecia demasiado equilibrio entre el relato frente a las ilustraciones. Leer para él significa imaginar, disfrutar e inventarse paisajes y situaciones en su cabeza, que se lo den todo resuelto aunque sean libros muy bonitos no le entusiasma especialmente.

No obstante, en su pequeña biblioteca hay varios volúmenes de cómics popularmente conocidos que le han regalado. Últimamente ha vuelto a hojear uno que trata sobre un par de abuelas, de sus vidas y sus recuerdos; me refiero a "Estamos todas bien", de Ana Penyas.

Después de releerlo, Tomás siente un cierto alivio al comprobar que, a pesar de su originalidad, muchas historias se parecen, porque en la vejez existen situaciones comunes que reflejan las carencias, las enfermedades o la soledad.

Igual que en otras ocasiones, además del relax que le proporciona la lectura, siempre aprende algo que le sirve para su vida diaria; porque también en su familia sobreviven dos abuelas.

Como sus maridos fallecieron muy pronto, las ha calificado cariñosamente con el apelativo de "viudas de largo recorrido"; con sus recuerdos, sus achaques, sus manías y sus entretenimientos. Menos mal que a pesar de su longevidad todavía son independientes, aunque cada vez más necesitan ayuda y asistencia.

Como en el cuento referido, las dos tienen y tuvieron trayectorias muy dispares, seguramente por eso su ocio y sus aficiones varían bastante de una a otra.

Felisa fue profesora durante muchos años en un instituto de una gran ciudad, a poco que la conocieras, todos reconocían que era una docente preparada y atrevida que se desenvolvía con soltura en la vorágine diaria de la urbe. Como mujer trabajadora era resolutiva y práctica compartiendo con su esposo las tareas del hogar, aunque ella reconocía que no le gustaban demasiado.

Por el contrario, Pura y su marido emigraron del ámbito rural cuando ya tenían una edad madura buscando el abrigo de sus hijos. Ella apenas tuvo formación académica y la costura fue su actividad y su refugio. Sin embargo, su viveza y su sentido común le ayudaron a sobrellevar el cambio que supuso la viudez.

Pero últimamente Pura trae de cabeza a toda la familia, sobre todo a los nietos. A ella, a pesar de no haber estudiado, siempre le encantó la tecnología, sobre todo “cacharrear”. Cuando el abuelo cambió el primer vídeo Beta por el sistema VHS, se encargó de copiar todas las cintas en el nuevo formato. Más tarde volvió a realizar el mismo proceso y pasarlas a CD para preservar todas las películas y reportajes que grabó de la tele. Por eso, todos alababan su desenvoltura con las nuevas tecnologías. En tono de broma, sus nietos le decían que era una "máquina", elogiando su habilidad.

Pero ahora sufren las consecuencias del empoderamiento de Pura porque la era digital se le resiste, y de qué manera. A cada momento los llama o los requiere porque ha desconfigurado algo, no recuerda la contraseña, o no le funciona el “Yutube”, como ella dice. Con frecuencia, demanda nuevas aplicaciones que le ha recomendado alguna vecina y, como una adolescente cualquiera, visiona compulsivamente vídeos sobre punto, comidas o bizcochos en un intento de reafirmarse o, simplemente, para vencer el aburrimiento.

Menos mal que no le ha dado por las redes sociales, porque entonces les habría abierto otro frente complicado de gestionar. Ella es incapaz de leer aquello que le indica la pantalla del móvil y aduce, como pretexto, su falta de vista y toca cualquier tecla pensando que en alguna acertará.

Felisa, sin embargo, es la antítesis de Pura. Después de jubilarse, y cuando falleció su marido, decidió comprar una casa con huerto en un pueblo alejado del ruido de la capital. Ahora, una vez realizadas las pocas tareas domésticas, la puedes ver con su azada quitando las malas hierbas. Cada año siembra verduras y hortalizas que abastecen a toda la familia. Ella, que antes era una apasionada de la literatura, ahora solo lee manuales que tratan de injertos, de pesticidas o sobre los cultivos de temporada. Para colmo, al poco de llegar, compró unas cuantas gallinas y, aunque nunca le gustaron las mascotas, ahora tiene un perro y dos gatos con los que habla y les regaña como si fuesen personas. Cuando se instaló, se encontraba tan eufórica que en algún momento se le pasó por la cabeza comprar un par de ovejas, pero afortunadamente consiguieron quitarle la idea razonándole que iba a suponer demasiada tarea.

Al principio todo fue sobre ruedas, aunque ahora Tomás y su familia deben visitarla cada fin de semana para hacerle un seguimiento, porque ya está muy mayor. Menos mal que los vecinos de alrededor siempre están atentos a cualquier incidencia para avisarles.

De vez en cuando se llaman por teléfono entre ellas, pero son tan diferentes que solo las une el civismo y la cortesía por ser familia política. Como apenas tienen nada en común, sus conversaciones finalizan siempre contándose sus dolencias y la cantidad de pastillas que toman diariamente en una competencia sin sentido ni razón.

Pura es dicharachera, extrovertida y algo cotilla. Felisa es tímida y retraída, tanto que pudiera parecer hosca, sin embargo es generosa en exceso, porque siempre que la visitan les llena el coche con productos de su huerta.

Ante la atención que demandan las abuelas, a Tomás no le falta trajín de ir o venir. Aparte de leer, nunca se aburre y apenas le queda tiempo para el ocio. A veces piensa que también él llegará a necesitar atenciones y cuidados, otra cosa es pensar en quién se los prestará. Mientras tanto, siente envidia de algunos de sus vecinos que, cada mediodía, disfrutan del aperitivo contemplando desde el bar las obras de la esquina, enfurruñados por las incomodidades que provoca la hormigonera pues, esta mañana, y desde muy pronto,  han vuelto a cortar la calle y nadie puede aparcar en el barrio.

 

El Globosonda: Texto para la Caja Negra de julio del 2024.

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