Opinión

Servidores de luz ajena

Fermín Gassol Peco | Martes, 2 de Julio del 2024
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(A tantos hombres y mujeres que durante lustros pisaron lagares, varearon olivos, segaron y trillaron la mies en tierra ajena)

Estamos en tierras de Castilla y campos de La Mancha, campos y tierras abundantes en buen pan, mejor aceite y vino generoso. Tres “hijos buenos” paridos cada año por la madre naturaleza.

Tres testigos de un tiempo que no pasa, destinados a saciar estómagos, saborear paladares y alimentar espíritus. Convidados seculares a los que antaño se comía y bebía en hogares sin mantel ni platos, en casas con mejores mesas y cubiertos y en Iglesias como vivo sacramento.

Estamos en verano y el campo está en plenitud de olor y de colores, rebosante de luz, lleno de vida, en un año que a dios gracias ha mostrado su mejor cara, harto de mies, recogida de manera más cómoda, rápida y segura; por una vez “la máquina se ha hecho más humana”.

Que atrás quedaron las faenas del campo con el estigma del calor agotador, la sed y el hambre de los hombres mujeres y niños que nunca tuvieron mejor horizonte que tierras y hoces ajenas y los callos propios en sus manos, polvo en la frente y sudor en el alma, sed de agua y vida, hambre de pan y de esperanza, sin escalera para salir del maldito círculo heredado. Sirvientes de una luz ajena.

Esta fue la imagen permanente de nuestros campos, de nuestros pueblos, de nuestros antepasados en los meses donde la luz abrió corazones y también heridas aquí en nuestra tierra de Castilla, tierra de castillos y labriegos, de casas de labranza y chozas de carrizo.

Hoy el mes de julio en nuestra tierra es el mes de la luz que no se acaba y desde donde todos pueden verla. Cuando al atardecer el sol se hace más esquivo en la todavía Extrema y dura, la luminaria permanece inalterable como si otros soles más cercanos alumbrasen nuestros campos con luz propia. Allá en el último horizonte, en lo alto se adivinan tenues las últimas claras del día que ya acaba y es entonces cuando los rastrojos recién aparecidos nos invitan con su difícil y vivo colorido pálido y ámbar a permanecer despiertos y listos para iluminar la noche.

Es la hora de mirar a laderas y pedazos, a impregnarse de la brisa de ese luminoso atardecer sereno. Cuando la noche por fin vence a la tarde, la joven rastrojera se revela descarada contra el empeño del sol por ocultarse. Es la luz vigilante para que el nuevo día inunde de más claridad a todos los amantes de la tierra. Junio es hoy por fin un mes donde la luz sólo abre corazones, cicatriza las heridas, libera hormonas y emociones e inunda el alma de la gente agradecida.

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