Cuando bajamos por la escalera adivinamos ya el afán de los propietarios en cuidar su cueva. Los peldaños de la escalera se han revestido con una piedra natural que va muy acorde con la estética de una cueva que conserva su original tono ocre.  Excepto en su primer tramo, la escalera es ancha, justo el espacio que permitía bajar las tinajas de barro por ella. La cueva alberga doce tinajas, seis de cemento, de unas 450 arrobas de capacidad, y otras seis de barro de unas 380. En las tinajas de cemento, José María Díaz descubre la mano de su padre. Hay otras dos más pequeñas que son las tinajas del gasto y la del vinagre. Por debajo de las tinajas asoma una iluminación anaranjada que queda francamente bien, 

Lsa tinajas están unidas por un empotre en perfecto estado y algunas de las bocas de las tinajas conservan sus tapas de anea.  Aunque se respira un cierto ambiente a humedad,  la cueva está seca, sin desprendimientos en techo y paredes. Tanto las tinajas de barro como las de cemento presentan tapones a diferentes alturas para extraer el vino.

La cueva presenta un aspecto impecable con el techo en la pura tosca y dos lumbreras de desgarre trapezoidal. Sus tonos terrosos le da mayor solera a una cueva que guarda dos magníficas prensas de barrón, una destrozadora y otros aperos de losa  vinateros como remecedores,  ganchos para coger las serillas, otro gancho que se utilizaba para colgar las pajuelas de azufre, una rastrilla que deshacía la casca de la uva y la esteva de un garabato.