Juan ha llegado a casa por los pelos. El reloj del sistema de acceso
marcaba las 21:59:38 cuando insertaba su tarjeta de autorización de entrada al
portal. Ya en el salón, casi a salvo, respira profundamente mientras consulta
la cena permitida por la LGSJS (Ley General de Sostenibilidad y Justicia
Social). Esta noche toca pescado hervido, procedente de una granja que cumple
con los estándares establecidos por la sociedad civil. Sin duda, es la mejor
opción para su salud. La ingesta continuada del menú público contribuye a
lograr ciudadanos sanos, vitales y comprometidos con el bien común, el mismo
que logró erradicar miles de antiguos alimentos, ya que su propia existencia
incitaba al odio, al racismo, a la prevalencia de clases, incluso al peor de los
males de la Humanidad, la libertad. Juan respira aliviado mientras reflexiona
sobre ello, diseccionando el pescado, ayudado por las líneas marcadas que el
mismo trae de fábrica. Al fin y al cabo, el pescado debe comerse de una sola
manera. Hacerlo de otra cualquiera ofendería, al menos, a cinco colectivos
sensibilizados con la LPE (Ley Pública de Especies).
A eso de las once, Juan ha terminado de cenar. Los minutos que restan
antes de registrar en el sistema el comienzo de su período de sueño, los dedica
a escribir. Desde que Juan descubrió el placer de opinar en la RESOP (Red
Social de Opinión Pública), no puede dejar pasar una noche sin tener contacto
con el resto del mundo. Le costó dos años comenzar a hacerlo, ya que debió
obtener una autorización de clase SIGMA y para ello tuvo que superar las
pruebas de aptitud. Juan ya es apto para escribir en el sistema. Sabe que miles
de almas debatirán con él cualquier cosa que escriba. El debate, como así reza
la Norma, es libertad de expresión y enriquece a la sociedad, con los límites
fijados por el CPV (Consejo Público de la Verdad). En su día, el CPV estableció
sus normas positivas: lo que es bueno, lo que puede hacerse, lo que debe
decirse, lo que es objeto de debate, lo que está permitido, lo que nos iguala.
También el CPV elaboró su reglamentación negativa: listó todo aquello que
ofende, que denigra, que separa, que segrega, y el hecho más grave, el mismo
que nos amenaza como sociedad armoniosa e inteligente: todo aquello que nos
diferencia.
Juan regresa de su mirada perdida al techo. Su búsqueda ha dado
frutos. La recién llegada inspiración lo hace mirar hacia la pantalla blanca,
Respira y escribe por fin, «C». Pulsa enviar y espera con los ojos cerrados.
Las respuestas no se hacen esperar. Lee alguna de ellas:
—¡Otro imbécil insinuando que los Caracoles deberían Comerse! ¡Asco de
gentuza carnívora!
—¡Gente opresora que se ríe de la tercera letra de nuestro alfabeto!
¡Ojalá te mueras!
—No quiero ni pensar qué habrás querido decir con eso, pero si es lo
que sospecho, deberías suicidarte ya.
—¿Por qué motivo escribes únicamente la letra «C»? ¡Estás marginando
al resto de letras y lo sabes, clasista de mierda!
La cuenta RESOP de Juan ha sido bloqueada por un vigilante de la CPV a los pocos minutos de publicar su escrito. Su acceso SIGMA, revocado, su puesto de trabajo será objeto de revisión, los cajones de su mesa, inspeccionados, su familia, advertida, su mascota, regalada y su cerebro, explorado a través de un TAC. La CPV debe auditar con recelo aquellas mentes pensantes que osan discernir de manera individual qué es lo bueno y qué es lo malo. Como si ahora estuviera permitido escribir libremente una C.
Este relato fue escrito en agosto de 2018. La libertad de expresión
debiera ser tal que permitiera debatir los argumentos y posturas que no
compartimos para que, finalmente, la razón se imponga sobre determinados
discursos. La cultura de la cancelación y, de manera más reciente, lo que está
ocurriendo en el Reino Unido, nos conducen hacia una sociedad más oscura, donde
el bien y el mal son conceptos que delimita el soberano, sea cual sea su forma.
Es curioso comprobar cómo, amparándonos en el progreso, retrocedemos hacia la
misma Edad Media.
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Miércoles, 4 de Diciembre del 2024
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