Mantener los mismos gustos, idénticas ideas, maneras de pensar, opiniones y costumbres durante toda la vida es algo que raya en lo imposible y asaz insano para la mente. La edad, la adquisición de conocimientos, las realidades vividas, las mismas circunstancias hacen que nuestras perspectivas sobre aquello que pensamos se vean modificadas, a veces de una manera sorprendente y drástica.
Estos cambios relacionados con múltiples facetas, mantienen un comportamiento muy diverso y a veces errático según la personalidad y la importancia de los temas tratados. Los hay quienes son difícilmente o para nada influenciables, permaneciendo con una idea prefijada y monolítica ante todos los aspectos de la vida, haciendo de ellos permanentes dogmas vitales, mentes cuadriculadas y poco receptivas y aquellos que tienen un cerebro más esponja y son más proclives a la recepción de señales, acontecimientos o experiencias vividas, a veces hasta unos límites que hacen dudar sobre su capacidad para mantener un criterio propio en el tiempo. Responderían a las comúnmente llamadas personas de fuerte y débil carácter o personalidad, cuestión que en el fondo responde a componentes más profundos y complejos, como son la importancia objetiva y aquella que tiene para cada sujeto el hecho sobre el que opinar.
Los cambios que se producen, ya sean de opinión, gustos, ideas o costumbres, suelen tener su máxima actividad en los años centrales de la vida cuando las neuronas han adquirido experiencia y a la vez mantienen suficiente elasticidad para el razonamiento más complejo, la creatividad. Aunque bien es verdad que con los años, la sabiduría acumulada suelen hacer estos cambios más certeros, sobre todo cuando atañen a asuntos relacionados con la vida pública. De tal manera que en edades avanzadas no es infrecuente saber de personas que presentando dificultades para el cambio en sus gustos y costumbres personales mantienen paradójicamente cierta facilidad y frescura a la hora de analizar la conveniencia o no de modificar algún extremo.
En todo caso, los cambios en las ideas y opiniones requieren de un examen mental previo afectando en consecuencia a nuestra forma de pensar sobre un determinado asunto. Responde así mismo a esa capacidad que nos procura la inteligencia para poder razonar.
Cuestión distinta son los cambios de opinión que responden a una estrategia de cualquier tipo que en este caso el pensamiento seguiría siendo el mismo no así el hecho o acción que se pretende alterar o modificar. Estaríamos hablando no de cambio de opinión sino de una estrategia de praxis o necesidad para conseguir un objetivo, en todo caso por un interés ajeno la originaria manera de pensar.
Estaríamos ante un escenario contrario a una decisión de la inteligencia y en caso de estar relacionado con la cosa pública, con la vida política, de un oportunismo motivado por pura estrategia y no por un cambio de mentalidad o filosofía política.
Y creo que llegados a este punto creo que no está de más hacerse esta pregunta: Quienes cambian de opinión de manera muy frecuente, sobre todo cuando ese cambio se trasforma en una antítesis de la anterior, ¿No estará ello respondiendo en realidad a una ausencia o falta de convicción mental ante aquellos extremos que pretenden cambiar? Dicho de otra forma: ¿Tienen o han tenido alguna idea original sobre esos asuntos que en el tiempo se evidencian como contradictorios?
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Lunes, 14 de Octubre del 2024
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