Opinión

La sinceridad de Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 12 de Octubre del 2024
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Mi amigo Ciri es como un libro abierto en el ámbito que los psicólogos denominan lenguaje no verbal. En bastantes ocasiones, te he comentado, querido lectora o lector, que observando sus gestos, bien al andar, bien al gesticular con alguien en la calle, puedo adelantar el parte emotivo-comportamental del compañero tan querido.

Esta tarde ha aparecido con la cabeza gacha, que levantaba sólo para saludar a los conocidos. Viene como cuando siendo niño le regañaban en casa, pensativo y pasando el dedo por la pared de tramo en tramo; acusado de alguna trastada de la que le había cargado la responsabilidad; utilizo el término responsabilidad, porque culpabilidad sería demasiado grave para la buena persona que es Ciri.

He conseguido que me salude con una sonrisa, no por ser yo, es porque a nadie que “le dé la hora” se la niega. El servicio de los cafés y las magdalenas despetrifica algo su semblante. Unos minutos de silencio concentrado y el primer sorbo del líquido tostado le hacen soltar la tensión mental.

—Qué pandilla de inútiles. Qué jauría de gandules. A picar piedra los mandaba yo, y si no algo peor, los traía a nuestro pueblo de Tomelloso para vendimiar a destajo.  

Estoy atónito. No he visto muchas veces así a mi amigo. Hasta rojo se ha puesto, bueno, rojo no (no le gusta la palabra, quiero adivinar el porqué) ha enrojecido toda la cara hasta unos tintes morados.

—Amigo no es propio de ti estar como estás. ¿A qué se debe el acaloramiento tan monumental que traes? —le inquiero con tono suave para aligerar la presión.

—No, no es acaloramiento, se llama berrinche, cabreo, asco, estar hasta las p…, de la pandilla de inútiles que nos gobiernan y que asientan sus culos o posaderas en las bien mullidas butacas del Congreso de los Diputados.

Ciri a la vez que habla gesticula con manos y brazos, yo diría que demasiado violentamente para lo que él es. Intento tranquilizarlo,  pero pienso que es mejor dejarlo que desfogue. Hago girar mi café, doy un bocado a la magdalena, lo miro de reojo, intento disimular. Alego alguna razón sanitaria, que pueda chocar con el estado de nervios.

—Amigo, ¡Tranquilo! ¡Relaja esos nervios un poco! ¡Sabes que tensionarse de este modo no es bueno para nada!

—Pero ¿tú sabes lo que han hecho? ¡Han aprobado leyes que van a rebajar las penas de los asesinos etarras y en poco tiempo estarán en la calle paseando como tú y como yo! Pero que las han aprobado por mayoría. Que los grupos de la oposición no se han enterado de lo que votaban y lo han hecho a favor. ¡Amigo, ¿tú te das cuenta de la gravedad del caso?!  ¿Qué calaña de gente nos gobierna? 

—Ciri, —le respondo con una pregunta retórica— ¿podemos hacer algo ahora mismo, de inmediato?  No —me respondo a mí mismo—. Pues si no podemos hacer nada, lo mejor es que te tranquilices. Y el día que haya votaciones, te acuerdas de este enfado y votas en consecuencia. Mientras tanto por favor “Carpe Diem, carpe coffeam canephora et carpe amicitiam”.

La cara de sorpresa que ha puesto mi amigo con estas últimas palabras era para enmarcar. Ha girado la cabeza y abre los ojos en demasía, los vuelve en dirección a la taza y al pedazo de magdalena que le queda. Medita unos instantes.  Y al momento exclama:

—Pues claro que sí. Por una vez y sin que sirva de precedente te doy la razón, hay que disfrutar del día, del café y de la amistad. ¡Tienes más razón que un santo, compañero!

Lo invito a levantar las tazas con el poco líquido que aún contienen y a modo de brindis digo:

—¡Por la buena gente y por la amistad sincera!

—¡Por nosotros!

Con unas sonrisas, pero con el rescoldo de lo hablado anteriormente conseguimos continuar nuestro coloquio.

—Aún con estos pensamientos no se terminan los disgustos —insiste Ciri de nuevo—. Me he enterado esta tarde de que Rafa Nadal se retira de las competiciones.

—Lo más natural del mundo, compañero, no querrás verlo jugar con la raqueta en una mano y un bastón en la otra, —lo contradigo, con lo que le saco otra sonrisa de nuevo.

—Además, compañero, venía esta tarde preparado para darte una buena noticia.

—Cuanto antes es tarde, como decimos aquí, suelta por tu boca a ver si conseguimos ver lucir el sol.

—La buena noticia es, que me han dado el Premio en el Certamen Literario Local de Villahermosa “Fernando de Ballesteros Saavedra”. 

El compañero se pone de pie, hace que me levante y me da un abrazo fuerte mientras dice en tono suficientemente alto para que lo oigan los asistentes de las mesas. 

—¡Enhorabuena, amigo querido! Vas a conseguir ser un escritor famoso. Hace unos meses publicaste el libro “Relatos en la trasnochada”, con bastante éxito por lo que he visto y me han contado, ahora este premio. ¡Muy bien!

—¡Muchas gracias, Ciri, pero no exageres! Escribo porque me gusta contar cosas con un lenguaje muy de nuestros pueblos e intentando que no se pierdan esas expresiones tan nuestras y que, a la vez, son portadoras de nuestra cultura.

El compañero se alegra de verdad con lo que le estoy diciendo. Lo toma como la gente buena, como si fuera también un regalo para él.

—Esta tarde te invito, —le digo guiñándole un ojo.

—A la merienda y a la copita de ese brandy con el que celebramos las ocasiones que lo merecen.

Imposible negarme, cuántas personas serían más felices si disfrutaran de una amistad como esta.


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