Simplemente
desalentador. Creo que ese es el adjetivo que mejor define la situación
política actual de nuestro país y, en contra de lo que pudiere parecer a
primera vista, la internacional. Ello es debido a que, si haces un titánico
esfuerzo para mantenerte al margen de las sesgadas informaciones que recibimos,
logras hacer un análisis medianamente objetivo y riguroso del fenómeno en sí
mismo, la demoledora conclusión es que no hay lugar al mínimo atisbo para la
esperanza, que como alguien dijo (lamento desconocer o no acordarme del autor)
es una mala consejera, pero una excelente compañera de viaje.
La
historiografía, quiérase o no, viene a ser el relato darwinista de la autoridad
despótica que, desde ancestrales tiempos, nos ha acompañado. Quienes han
ejercido algún tipo de dominio sobre sus semejantes han terminado utilizando las
prerrogativas de éste en su propio beneficio, sin que el perjuicio para el
interés general supusiese un impedimento. Incluso no son pocos los casos de
personajes autores de loables gestas que, durante la ejecución o a la
finalización y disfrutando de su merecido reconocimiento público, han empañado
su imagen por fragantes contradicciones entre su comportamiento y lo que
propugnaban, han justificado la utilización de medios deleznables e
inadmisibles por la grandeza del fin que se ha alcanzado, o se pretendía
alcanzar teóricamente, han tergiversado el relato para apoderarse del
protagonismo que merecían otras personas, valiéndose del refugio y opacidad de
su intimidad han sido los verdugos del héroe público que ellos mismos han
creado, etc. Cada cual es muy libre de poner los ejemplos que le vengan a la
mente o le parezcan más oportunos al caso.
Lo que
parece indiscutible es que, si en el transcurrir del tiempo ha habido distintos
sistemas organizativos y en todos ellos ha ocurrido lo mismo, el problema es
psicológico y no sociológico. El poder suele representar la cúspide de la
pirámide del crecimiento personal y profesional. Por otra parte, el éxito, para
ser tal, necesita de exposición pública y reconocimiento. Así, aquella persona
que haya logrado alcanzar todos sus anhelos, sintiéndose plenamente realizada y
contenta consigo misma, pero que, por decisión propia o por imposibilidad,
carezca de dicha proyección social, estará excluida del grupo de los
triunfadores.
Así,
se podría decir que el éxito, lejos de ser una variable fija y constante,
admite graduación, de manera que quienes alcanzan o se acercan al pináculo de
esa imaginaria representación piramidal, necesitan exteriorizar su
preponderancia en el grupo mediante la realización de actos imposibles y/o
severamente prohibidos para el común de los mortales. Ya en el año 65 de
nuestra era, Séneca acuñó el aforismo “haz lo que yo digo, pero no lo que yo
hago”.
La empírica
prueba de todo ello está en nuestras bicamerales Cortes Generales, donde sus
ilustres señorías debaten largo y tendido sobre lo dicho, a lo que denominan
corrupción, incluso crean comisiones especiales de investigación, más que nada
para entretener al personal, pues sus conclusiones carecen de efecto alguno.
Sienten una singular fijación por el aspecto cuantitativo del asunto, sea en
base al número de casos sea por su gravedad, como sólido argumento intelectual
para neutralizar e invalidar acusaciones de los adversarios, políticos por
supuesto. O sea, no solo no niegan su envilecimiento, sino que, implícitamente,
lo categorizan como inevitable, al igual que el desastre meteorológico tan
predecible como indestructible.
En
cambio, no se ha visto aún un debate serio y sosegado sobre qué tipo de medidas
se pueden adoptar para erradicar el fenómeno, si existen o no otros países que
hayan sido pioneros en este sentido y, en su caso, los resultados que han
obtenido, la posibilidad de crear un comité interdisciplinar de sabios para
abordar la problemática o, en definitiva, cualquier otra señal, siquiera
indiciaria, que denote una verdadera intencionalidad de erradicar este tipo de
abusos.
Para
el estadista la corrupción es un arma muy útil por polifacética y eficaz, pues
actuando como cómplice pasivo (dejando hacer) puede adquirir apoyos
incondicionales y duraderos en el tiempo, de los cuales se puede librar en
cualquier momento, sea porque ya son prescindibles, porque se han tornado en
enemigos que hacen peligrar su liderazgo, porque esas sinecuras se necesitan
para otros personajes más relevantes en ese momento o cualquier otro motivo.
También muestra óptimos resultados como arma arrojadiza para con los oponentes
políticos pertenecientes a otros partidos.
Esta
podredumbre institucional tiene un innegable componente sistémico que suele
actuar como variable descalificadora para los postulantes, de manera que, si te
muestras prurito, reacio a cualquier tipo de complicidad con determinados
contubernios, excesivamente moralista o ecuánime, los normales obstáculos
aumentarán exponencialmente.
Partiendo
de ello, se explica perfectamente la causa de que escándalos palmarios y por
todos conocidos se hayan mantenido en el tiempo por desesperante e impúdica
inacción de quienes deberían haberlo cortado de raíz. El motivo de que viles
personajes, si bien útiles para tareas altamente cualificadas, hayan sido
admitidos en movimientos políticos emergentes para después desecharlos como si
de un objeto se tratase, quedando impoluta la reputación de quienes de antemano
conocían la situación y consintieron. Maniobras para inculpar a personas que
luego se demostró ajenas al turbio asunto en cuestión y un largo etcétera.
Justo
es decir que, teniendo en cuenta la actual importancia del capital y la
influencia que puede ejercer quien lo posee en abundancia, la corrupción no es
exclusiva de la clase dirigente, dándose también en el sector privado y con
consecuencias no menos dramáticas para el interés general.
Tampoco
está de más puntualizar que, a pesar de la sobreinformación propia de los
modernos sistemas de comunicación, de conocimiento público solo es una parte,
no toda, de la punta del iceberg, existiendo muchos más casos silentes por
espurias conveniencias. Una de ellas, sin duda, es el no quebrantamiento de la
paz social.
Cada cual es muy libre de pensar y creer lo que estime oportuno, pero hay que ser memo en grado sumo para suscribir que los principales beneficiarios de un fenómeno pernicioso, como lo es la corrupción, van a tomar las pertinentes medidas para erradicarlo, perjudicándose a sí mismos. Lo dicho, esperanza ninguna.
Ramón Moreno Carrasco es Doctor en Derecho Tributario
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