Opinión

Problemas con el cumpleaños de Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 4 de Enero del 2025
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Esta tarde se me ha adelantado Ciri al encuentro coloquial, está situado como cada día en su lugar acostumbrado. Comenté en mi crónica del viernes pasado que mi amigo sufre Neosetosfobia, no llega a ser enfermedad, se lo calificaron los facultativos más bien como un desarreglo mental temporal, para entendernos se trata de miedo inconsciente al año nuevo,  mejor dicho, al hecho de cambiar de año, por lo tanto, no puedo preguntarle nada relativo a la fiesta nocturna del 31, ni campanadas, ni cena…

—¡Buenas tardes Ciri! ¿Qué tal… —mira que lo he pensado, pero me ha faltado el canto de un duro para meter la pata— estás…? 

—Maravillosamente bien, amigo ¿y tú?

—Ya me ves, como si no hubiéramos cambiado de…, digo, como un roble.

Se me está haciendo difícil no hacer referencia al cambio de año, pensaba que me iba a resultar más fácil; no quiero molestar al compañero de correrías. Mejor espero que tome él la batuta de la conversación.

Aparece el camarero elegantísimo, le ha cambiado la empresa el uniforme, se presenta con pantalón negro y chaqueta blanca impecables, adornado con pajarita negra perfecta. La bandeja también es a estreno, la anterior tenía el reverso con excesivo brillo a causa  del trabajo diario, casi infinito. Se acerca hasta nosotros y va colocando sobre la mesa los manjares. Al terminar su esmerada faena y en un alarde de confianza, pregunta:

—¿Qué tal han comenzado los señores el nuevo año? Espero que la salida del anterior y la entra en este haya sido felicísima.

Permanece con la bandeja sustentada por los cinco dedos de la mano izquierda, mientras la derecha la dobla a la espalda. Educadamente espera la respuesta. Ciri fuerza una “tosecita nerviosa” demasiado alargada, como asomando cierto desazón. Me interpongo en el momento tan tenso, pretendiendo que el servidor de la cafetería no perciba rareza alguna y respondo: 

—Bien, muy bien, ha sido extraordinaria.

—Me alegro, señores, que disfruten de su estancia en el local, —responde con una inclinación y desaparece de nuestra vista.

El compañero disimula con un interés desmesurado por lo que ocurre detrás de las cristaleras. Es evidente que se siente tocado. En estos casos la mejor medicina es que se le pase sola la tensión. 

Con todo esmero introduzco la cucharita en la taza de café, previo vertido de medio sobre de azúcar, es el momento que explota una tormenta de perfume cafetero en el aire de la tarde anochecida, se percibe la necesidad de ser disfrutado por los amantes, maridados con las efigies de las magdalenas expectantes en sus tronos blancos de papel. El prodigioso espectáculo trastrueca el inconsciente del compañero y, como si volviera de una catalepsia,  sus ojos se imantan en la nube de perfume engendrado en los platos. Parpadea, dibuja la mejor de las sonrisas y con ojos anhelantes vuelve del más allá.

—¡Por fin, Ciri, amigo, has despertado, que te teletransportas al más allá!

—Son técnicas que aprendo en las sesiones de yoga, —responde el enamorado magdaleniente, como por boca de especialista— para superar sin traumas los  golpes producidos por situaciones no dominadas.

—Ahora que estás relajado y disfrutas laxamente del café ¿puedo hacerte una pregunta quizás comprometida para ti?

—Dispara, compañero, estoy fuerte como pezón de breva, te responderé, aunque me cueste la vida —dice Ciri dominando la situación y con la sonrisa y sorna con las que acostumbra a dialogar.

—Sabes que las crónicas  de nuestras reuniones las publican en el periódico digital la Voz de Tomelloso y, por vía de internet, llegan a cualquier punto del mundo. Una señora llamada Azucena, que vive en Madrid quiere saber, puesto que, odias los cambios de años, y solo cuentas en tu haber con días y meses, si celebras tus cumpleaños. 

Me observa con sorpresa incrédula, remueve las últimas gotas de café girando la taza asida elegantemente por el asa, las deposita en la boca con el mayor deleite. Pasa la servilleta por la boca. Se me hace que está tomando tiempo para conseguir una respuesta certera y propicia.

—Me alegro que me hagas esa pregunta, como dicen los políticos importantes en las ruedas de prensa después de haber negociado las interrogantes. De ningún modo puedo celebrar los cumpleaños, eso va en contra de mi sentir psicológico profundo, sería un trauma insalvable. Solo celebro, escúchame bien, el día en que mi madre me nació; por lo tanto he celebrado hasta el momento 67 veces ese día, pero no años. Es como otra costumbre cualquiera, en mi caso me sirve para protegerme de la Neosetosfobia que padezco desde siempre. 

—No me negarás que esa actitud tuya no es algo rara, como poco.

—A ti, compañero de cafés, te parecerá extraña, pero a mí me respalda el actual gobierno de la nación. Es mucho más fuerte e implica más situaciones y responsabilidades el que una persona cambie de ser, dependiendo del sentimiento que lo invada el momento de levantarse de la cama, por ejemplo, en cuanto al sexo.

Tengo que aceptar que por esta línea Ciri tiene razón. No cumple años, su vida la cuenta por meses o días… la lógica me lleva a pensar que podría haber quienes contasen sus días por siglos, por ejemplo, tengo vivido el 56  por ciento de un siglo, en vez de tengo 56 años. Lo pensaré un poco y cualquier día lo plateo a mi amigo. Confieso que esto me provoca cierta estulticia.

Podéis comprender amigos, lector y lectora, que los cotilleos en torno a Cristina Pedroche o Lalachus en las campanadas de finde año no puedo plateárselos.

No nos faltan los sendos mantecados como epílogo de la consumición, hoy y sin que sirva de precedente pagó Ciri. Dudo si mi colega  habrá convencido con su explicación a la señora Azucena.  Ya nos dirá ella.


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