Opinión

Relaciones paterno filiales, una importantísima cuestión

Fermín Gassol Peco | Martes, 7 de Enero del 2025
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“Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, las raíces de los principios; otro, las alas para volar”. Hodding Carter

La educación que recibimos en los primeros años supone la raíz a la que estamos vinculados de por vida. La educación es como un prolongado bautismo que también imprime el carácter, el estilo... el aire de familia. Un estilo que siempre aparece en los momentos de las grandes decisiones que los hijos han de tomar en la vida y en el ejemplo a dar ante situaciones donde la decencia y moralidad están en juego. La calidad de los principios recibidos resulta ser así como los olores…nunca desaparecen de nuestra memoria. 

La familia es la primera escuela donde aprender a vivir y comenzar el aprendizaje de las relaciones personales. A través de ellas descubrimos la realidad total de nuestra identidad basada única y exclusivamente en la libre apertura y donación a quienes nos rodean, en principio, los padres y hermanos. Su talante, su nivel lo aporta de manera definitiva el ejemplo de esos mismos padres trasmitiendo los valores naturales presentes en todo momento: Sentido de unión, aprendizaje, cariño, comunicación, generosidad y austeridad. El ser humano dentro de la familia como lugar de encuentro de esa vocación amante, o la persona como un ser abierto, como pura relación. Esta apertura, esta salida de nosotros mismos es lo que nos marca de una manera radical. Y en esa relación es fundamental la condición de hijos que nos define.  

Una relación que es reflejo de la que Dios mantiene con cada uno de sus miembros y que se torna única e irrepetible. Una relación de amistad que se descubre y profundiza a través de la oración, del conocimiento intelectual y de las obras y que tiene como característica más profunda la posibilidad real del conocimiento completo de uno mismo ya que nos hace descubrir de manera gozosa nuestra verdadera identidad, la de ser Hijos de Dios.  

Una relación que se erige en la máxima expresión entre las personas pues trascendiendo la capacidad natural de amar, satisface y colma a la propia naturaleza a la vez que hace sentirnos sorprendidos por la dimensión que ese acto de amor conlleva. Se trata pues de una experiencia real que inunda a todo el edificio del ser humano y que se alza más allá del mismo ser…hasta perderse en la inmensidad de lo Eterno.  

Renunciar a la filiación es renunciar a la familia y por ende hacerlo a nuestra verdadera naturaleza. Sin la filiación, el hombre no existe ni tampoco la familia. La filiación es lo que identifica por tanto al ser humano, pues todos somos hijos, es el único regalo universal consecuencia del amor humano que se da y se recibe. Se da cuando los padres engendran una nueva vida y se recibe cuando el hijo agradece y toma conciencia de ello en ese acto de amor entre sus padres.

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