La disminución de la natalidad, el aumento en la edad de
jubilación y la reducción del tiempo que media entre la aparición de la
enfermedad y el fallecimiento, conforman los ingredientes de una sociedad que
estará hambrienta por extinguirse y que, finalmente, deberá recurrir a la
guerra o a un profundo recalibrado en sus estándares de vida, capaz de revertir
un proceso demográfico adverso y con inercias poderosas.
Natalidad significa evolución, mejora y cambio. También
sacrificio y desgaste para quienes sostienen los primeros años de vida de esos
seres humanos. En definitiva, natalidad implica dejar espacio a los que llegan
y ello conduce a que, los que llevan un tiempo entre nosotros, marchen, tras
haber desarrollado su ciclo vital. Nadie es indispensable para la continuidad
de la vida.
Seguir trabajando acrecienta el apego a lo que creemos que
no funcionará sin nosotros. Reconforta ser útil y, al mismo tiempo, angustia
conocer que el reemplazo aguarda a unas pocas cuadras de distancia. Sentirnos
exprimidos o útiles, extraer el jugo de lo que se acaba o afligirse por el
coste de oportunidad de un ocio que no llega.
Caer enfermo y apagarse al instante, sin tiempo para
despedirse ni asimilarlo. Sin que nos brinden la oportunidad de dejar de luchar
y bajar los brazos, dejándonos ir. Morir en un instante, cuando apenas nos
acabábamos el café de una última cita que prometía ser la primera de muchas.
Desaparecer sin lecho ni últimas voluntades.
De repente, soy consciente de algo seguro. Que no quiero
todo el progreso. Al menos este.
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Miércoles, 15 de Enero del 2025
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