Opinión

Profetas de calamidades y Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 25 de Enero del 2025
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Detrás de las cristaleras de la cafetería se disfruta de la tarde algo dilatada y menos fría que la anterior; ya una semana desde la fiesta de San Antón y a mi parecer se cumple el refrán tan antiguo y tan nuestro: «Para San Antón de enero camina una hora más el arriero».

Ciri llega menos abrigado, pero sin dejar aún el sombrero y la bufanda. Saluda educado y cortés como hace siempre; si no trae tema de conversación tengo preparado uno interesante. 

—Estoy hasta las narices de los profetas de calamidades, —afirma el colega desgarrando el sobre del azúcar y vertiendo en el café humante parte del contenido.

—¿Y eso… por qué? —lo interrogo con plena ignorancia de lo que intenta decirme, sé que la frase es un resumen de su estado de ánimo.

—Compañero, ¿sabes qué es un profeta?

—Sí, claro, una persona que adivina el porvenir, sucesos venideros a la población y casi siempre son catástrofes,

—Pues no, estas totalmente equivocado, —opone Ciri con gran ímpetu, cosa rara en él, especialmente cuando disecciona la magdalena sobre el ara del plato con suma delicadeza de sacerdote de Baal en trance místico. Toma, el trozo del bollo extirpado, con dos dedos impregnados de delicadeza quirúrgica junto al bisturí, lo introduce en la boca y el sabor  le produce un relax facial de degustación.

—Pues tendrás que aclarar el concepto que quieres que entienda, —respondo en voz dos tonos más altos de lo normal, pienso que el sabor de estos manjares cada día lo eleva en arrobos celestes.

—Sencillamente, un profeta no es lo que tú has dicho; su nombre viene del griego “pro faino” lo podemos traducir por “la persona que habla en nombre de otro”.

—Ciri, está gustándote la temática de las etimología, el viernes pasado ya me hablabas de la del diablo, ahora del profeta, —recrimino al amigo pensando que quiere hacerse el intelectual.

—De ningún modo pienses de mí eso, no vayas por esa derivada, porque te alejas de lo que quiero decir con la expresión, que te dije al comienzo de la charla.

—Perdona, continúa con la explicación.

—Los profetas, —reanuda Ciri—, aparecen en el Antiguo Testamento. Son personas que hablan en nombre de Dios al pueblo y a sus jefes para que puedan corregir sus comportamientos de acuerdo a los mandamientos que sostiene su religión. En muchas ocasiones conseguían sus propósitos y la nación se convertía de sus malas costumbres. En otras, también numerosas, terminaban apedreados,  costumbre malsana de los hebreos, o separados de sus cabezas como le pasó a Juan el Bautista.

—Estás dejándome in albis, compañero. ¿Debo entender que esos profetas de los que hablas te tienen hasta las narices? O no estás en tus cabales, cosa que me extraña y odio, o soy yo el que está fuera de juego, —le respondo más alarmado que un gato en una fábrica de sifones.

—No, no, no. Cuando digo que estoy hasta las narices, por no decir otro sitio más obsceno, de los profetas de calamidades, quiero decir que estoy harto de que continuamente nos estén amenazando con desastres, disgustos, malaventuras…, en casi todos los medios de comunicación. Por ejemplo, junto a la noticia de la toma de posesión de Trump, presidente de Estados Unidos como bien sabes, una nube de agoreros catastrofistas vocifera los desastres, que va a traer su gobierno al mundo entero, y se apoyan para ampliar sus invectivas en sucesos concretos, expulsión de inmigrantes, limitación de sexos, subida de aranceles.

—Sí, eso es cierto, —debo afirmar porque pienso lo mismo.

—Pero la última en España, nuestro país, ayer el ministro Bolaños amenazaba a miles de pensionistas, entre los que me encuentro, que hemos cotizado y seguimos cotizando meticulosamente nuestro impuestos, con la profecía calamitosa de no cobrar la pensión en febrero; posteriormente pude aclararme que se refería a que, como no habían apoyado el resto de partidos el decreto Ómnibus, no se cobraría la subida, como si eso fuera el fin del mundo, luego me enteré de que era la subida que había dado en enero la Seguridad Social.

—Entonces evidentemente quedaste más tranquilo, —respondo con cierta condescendencia a Ciri,

—Tranquilo dices, pues sí, tranquilo del todo cuando hice cuentas. Escucha con atención, en mi caso la subida es de 39´07 euros. Al cobrar más me suben el impuesto del IRPF, con lo cual la subida se me queda en 17´77 euros. ¿No te abulta? Me pagan el 44 % de lo que dicen subir. Y ¿encima tengo que asustarme porque en febrero se queden con esos 17´77 euros? Pues va a ser que no. ¿Me van a atemorizar Bolaños  y sus cohortes, a modo de profetas de calamidades, cuando he pagado 170 euros de IVA por el gasoil de calefacción?

—Compañero a ti nunca te han gustado los gobernantes ¿verdad?

—Aciertas, amigo, nunca me han gustado. Mi amigo Sigmund Freud les daría el dictamen clínico del “síndrome del gallo de pelea”. Su trabajo se resume en lanzarse picotazos a la  cabeza e intentar clavar los espolones en algún punto vital del contrario. 

—Voy a tener que darte la razón, Ciri. No había resumido yo de ese modo la actuación de muchos políticos nacionales

—¿Dices nacionales? Y de cualquier pueblo. Si no estás convencido date una vuelta por los medios de comunicación leyendo los artículos repletos de puyas y acusaciones que se lanzan unos a otros. 

He conseguido al final de nuestra reunión que mi amigo vuelva a casa más tranquilo. Ha pagado él. Dice que con la subida de la pensión en enero tenemos para varios días de disfrute con cafés y magdalenas, que los brujos tienen el poder limitado al tiempo que  dura el aquelarre. 


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