Opinión

Negros, blancos y Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 1 de Febrero del 2025
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No nos dejan los fríos. El termómetro de la farmacia marca tres grados cuando paso. Siento una sensación muy intensa de frío, por lo que me arrebujo más en la bufanda, que  de por sí me cubre casi toda la cara. 

Cuando llego a la cafetería Ciri ya ocupa su lugar, no debe hacer mucho tiempo que ha llegado, porque se frota las manos en las perneras de sus pantalones, es una costumbre típica de él. 

La sensación de bienestar dentro del local es muy reconfortante, por lo que no puedo reprimir, que el instinto humano estremezca mi cuerpo en un movimiento de sacudida  incontrolada.

Detrás de la barra el camarero levanta su mano a  mi paso, con dos mensajes: saludo y «enseguida preparo lo vuestro».

Nos traen los cafés y las magdalenas, como de costumbre, pero  no el camarero habitual, si no una chica que no habíamos visto aquí, trabajando otros viernes.

—Con el permiso de ustedes —dice con un muy notable acento francés africano y, con sumo cuidado, va colocando sobre la mesa el contenido de la bandeja—. ¡Que les aproveche, Señores!

Los dos miramos a la chica y posteriormente al habitual camarero, que se mantiene detrás de la barra y nos mira con una sonrisa de complacencia. 

—¡Muchas gracias! —decimos al unísono Ciri y yo.

—Una chica de color, africana, trabajando en la cafetería, —comento al amigo— te confieso que me alegro por ella, ha debido costarle mucho trabajo, sufrimiento y lucha llegar hasta aquí, porque esta mujer no es española.

—Además —me corta Ciri— no se te ocurra decir que es negra, el cinismo de las ideologías, llamadas a sí mismas progresistas, correctoras de lo que no sean sus ideas te van a correr a gorrazos  y te sacarán en las redes sociales como un machista maltratador y dañino. 

—Por ahí no, amigo. Esta chica tiene la piel negra, yo tengo la tez blanca, el otro tostada, el demás allá amarilla.  Quedarse en el tono de la piel de las personas y tomarlo para insultar es una de las imbecilidades más grandes. Todos los seres humanos tenemos derecho a que se nos respete, sea cual sea la diferencia con los demás. 

—Si yo estoy de acuerdo total contigo… —apoya el compañero—, pero conoces la presión de la que te hablo. Nunca falta en las redes sociales el imbécil de turno, que lanza su anatema, ya que  su única neurona no entiende que el otro sea diferente, piense o actúe de modo distinto.

—Esta mujer que nos ha traído los cafés seguramente es inmigrante y se está ganando la vida tan honradamente como cualquier otro hijo de vecino y tiene todo el derecho del mundo. No hay que olvidar que, desde el día siguiente de comenzar la existencia del primer homo sapiens, ya se originaron las migraciones.

Pasa  la camarera cerca de nosotros, Ciri la mira, levanta la mano y dice:

—Por favor, venga cuando pueda.

Termina de servir el pedido de la mesa del fondo y se acerca a la nuestra, todavía con la bandeja en la mano.

—Dígame, señor.

—Perdone el atrevimiento —dice Ciri con la misma ternura con que pudiera hablarle a su hija y confirmando la evidencia—. No la habíamos visto antes por aquí. ¿Cuál es su nombre?

—Me llamo, bueno…, me llaman como dicen en España: Kali, el nombre es africano. 

Necesita el compañero que lo animen poco para encontrar respuestas a los interrogantes que surgen en su mente. Al cabo de cinco minutos y excusándose Kali, porque la requerían en otras mesas, nos ha explicado que lleva en España dos años. 

Su padre  había venido de Costa de Marfil hacía diez, trabajó en lugares distintos, al principio de temporero en el  campo, después aprovechando que tenía conocimientos de mecánica gracias a los misioneros Salesianos, que educaban en varios de su país, consiguió colocarse en un taller de chapa y pintura de coches. Fue ahorrando algún dinero hasta que consiguió situarse y pudo traer al resto de familia, la mamá y dos niñas, ella era la más pequeña. 

Kali consiguió  que le convalidaran los estudios, mediando algunos exámenes necesarios. Había  comenzado  enfermería, le gustaba mucho lo referente a sanidad. Los fines de semana colaborando en la cafetería podía ayudar en casa. 

Mientras que Ciri hablaba con la chica he  encontrado en internet un poema que hace muchos años me gustó mucho. Es de Leopold Senghor poeta de Senegal.

—Atiende amigo que te voy a leer un escrito concerniente a la conversación, que tenemos sobre si blancos, negros o amarillos, cien por cien actual, y muy elocuente; fue escrito en francés, guardo una copia en casa, pero te lo leo en español, dice así:


“QUERIDO AMIGO BLANCO,

Cuando yo nací era negro

Cuando crecí, era negro,

Cuando estoy al sol, soy negro,

Cuando estoy enfermo, soy negro,

Cuando muera, seré negro.

En tanto que tú, hombre blanco,

Cuando tú naciste, eras rosa,

Cuando creciste, eras blanco

Cuando te pones al sol, eres rojo

Cuando tienes frío, eres azul

Cuando tienes miedo, te pones verde

Cuando estás enfermo, eres amarillo,

Cuando mueras, serás gris.

Así pues, de nosotros dos,

¿Quién es el hombre de color?” (1)

Se ha adelantado Ciri a pagar la cuenta, ha añadido un par euros de propina con la intención de que fueran para Kali, pero ella los ha depositado en el recipiente con inscripción “Bote”, al final del mes se reparte entre los empleados, nos ha aclarado.

(1) Poema: “Querido amigo blanco” de Leopold Senghor


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