El pasado sábado, durante el partido de liga disputado entre mi querido Osasuna y Real Madrid, un jugador del equipo blanco fue expulsado con roja directa. En el acta arbitral figuraba el motivo de la decisión arbitral: unas palabras dirigidas por el jugador sancionado al juez de la contienda. La frase pronunciada en inglés, según el colegiado suponía un insulto personal. El jugador dijo que se confundió y la entendió mal…y ahí nació la polémica que parece ser va a trascender al ámbito meramente deportivo.
Lo que sucede en el mundo del fútbol no ocurre en ningún otro deporte. El principal motivo está en que hace tiempo el balompié se convirtió en algo más que eso, un lugar propicio donde realizar grandes negocios. Y como consecuencia de esto, el dinero es el que manda.
Contratos con cantidades estratosféricas que en algunos casos casi ocupan el ancho de un folio, marcas publicitarias que manejan pastones de dinero y millones de seguidores para quienes el fútbol es una afición y en no pocos casos una religión.
Y entre unos y otros, unos árbitros que antes vestían de negro ahora con colores más vivos y que han de juzgar los lances futbolísticos y verbales de estos jugadores supermillonarios que se consideran y así los hacen creer, pequeños dioses.
Resulta inimaginable que, en un partido de balonmano, baloncesto o cualquier otro deporte un jugador llamara a un árbitro sinvergüenza, comprado u otras lindezas con fondo insultante. Seguro que dejaría de jugar por mucho tiempo. Pero en el fútbol estas largas ausencias resultan hoy por hoy inimaginables y con dos partidos, como es el caso del jugador expulsado el pasado sábado en El Sadar, se soluciona el agravio.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Viernes, 21 de Febrero del 2025
Viernes, 21 de Febrero del 2025