Opinión

Sol y sombra (I)

Joaquín Patón Ponce | Miércoles, 6 de Agosto del 2025
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¡Esta llanura es la antesala del infierno! Era lo único que se le ocurría pensar aguantando el sol inclemente del mediodía. Con el traje, la corbata y el chaleco no se podía respirar a 40 grados en Julio; tuvo que empezar a quitarse prendas y dejarlas en los asientos del turismo.

¡El coche! Un modelo caro, 70.000 euros, 210 caballos, todos los extras… y lo deja tirado en mitad de este horno de llanura manchega, a medio camino de dos poblaciones, en una carretera con poco tráfico que une Campo de Criptana y Arenales de San Gregorio. ¿Cómo se había metido por esta carretera? Todo le fallaba hoy: el coche, el GPS, todo. Bueno, por lo menos el móvil no le había fallado y del seguro le dijeron que en una hora tendría un taxi y una grúa a su disposición. ¿Quién aguantaba una hora en este infierno calcinado? Menos mal que paró un agricultor que pasaba por allí en su furgoneta y le ayudó a echar el vehículo un poco fuera de la carretera, a colocar los triángulos de peligro y todo lo demás. ¡El tío estaba tan fresco, con un sombrerillo que llevaba en la furgoneta, se lo puso y estaba bien! Él estaba achicharrado, tenía ganas de vomitar. El agricultor se ofreció a llevarlo a Criptana o Arenales; él agradeció el ofrecimiento, pero lo rehusó, dijo que tenía que esperar a la grúa. Entones Gregorio –así se llamaba- le dijo: “Lo llevo a usted hasta la “Carrasca Gorda” y allí se queda a la sombra hasta que venga la grúa, que entrará por el lado de Criptana”-

¡A la sombra, si aquí no hay sombra!  Fijándose bien, vio que la llanura estaba salpicada de algunos árboles, seguramente encinas. Gregorio lo llevó a la Carrasca Gorda y le dijo que se tenía que marchar a sus viñas, le dejó el número de móvil por si necesitaba algo y se fue con su furgoneta. Le dejó también una botella de agua con hielo. Bueno, aquí se estaba mejor. ¡Qué árbol tan enorme! Situado junto a la carretera, a la sombra de la encina no se le podía escapar la grúa, pues en esta llanura se ve llegar un vehículo a varios kilómetros de distancia.

¡Dichoso GPS!  Venía todos los años a Campo de Criptana, a negociar visitas turísticas a sus famosos molinos. Se sabía el recorrido de memoria para llegar Criptana y volver a Madrid. Pero este año su jefe se había empeñado en que pasase por Mota del Cuervo, que también tiene  bonitos molinos de viento. El GPS lo había metido por el lugar equivocado y ahora estaba aquí, en medio de esta llanura ardiente. Y la ayuda que no llegaba. Estuvo un rato a la sombra de la encina; se estaba bien, una sensación de frescor en medio de un horno. ¿Cuántos años tendría un árbol tan enorme como éste? Doscientos, trescientos, cuatrocientos, o quizás más aún. Se salió un rato de la sombra de las añosas ramas y miró el paisaje. Era precioso, una llanura casi perfecta plantada de viñas y olivos; salpicada de buenos ejemplares de encinas. ¡Pero bueno, si ahora le iba a empezar a gustar el paisaje! Él no era un turista, sino un directivo de una agencia de viajes internacional, que es muy distinto. Viajaba mucho, siempre muy atareado y casi nunca tenía tiempo de fijarse en los atractivos turísticos que negociaba en ciudades y países a veces lejanos, a veces cercanos. Los molinos de Campo de Criptana los había visto de lejos. No iba a encapricharse ahora de esta llanura reseca y ardiente en la que se había perdido y en la que se le había fundido un cochazo... (CONTINUARÁ)


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