En estos días de obligada reclusión hospitalaria estoy leyendo a Raymond Carver. Como anteriormente había leído otro libro suyo, no me resulta extraña la narrativa de este escritor norteamericano porque tiene un estilo personal muy definido.
Catalogado dentro del movimiento del realismo sucio, Carver es un especialista del relato. Sus textos reflejan el modo de vida de los trabajadores y la conducta de la clase media baja americana sin hacer concesiones a la retórica. Si acaso, el escritor se permite hacer algunas descripciones para situar el contexto de los personajes.
En casi todas sus historias se muestra el comportamiento de una sociedad confusa e indecisa, casi nómada, donde a pesar de las evidentes carencias económicas, no falta efectivo para consumir cerveza, whisky, comida rápida o gasolina para emprender un viaje que, en la mayoría de ocasiones, suele ser una huida.
Estas jornadas de aislamiento me animan a reflexionar si no estaremos copiando a pasos agigantados ese modelo de vida. Y así, en los tiempos que corren, el trabajo precario, la falta de vivienda y la invitación al consumo no nos permiten muchos privilegios ni nos proporcionan la posibilidad de mantener una estabilidad económica, mucho menos la emocional.
Ahora tengo todo el tiempo para pensar, pero a pesar del retiro, no soy ajeno a lo que sucede al otro lado de la puerta. Desde el control me llegan las risas y las conversaciones intrascendentes en el cambio de turno de las enfermeras. También los lamentos y los desvaríos de algún anciano ingresado a los que nadie puede dar solución. Es cierto que a veces suelo preguntar qué tal tiempo hace afuera, porque el hospital tiene su micro-clima que nos protege del calor en estas jornadas de verano.
Este tiempo de pausa me permite seguir leyendo otras cosas, por ejemplo, y para ocupar las horas del amanecer leo también a Charles Bukowski, otro escritor encuadrado en el realismo sucio, solo que Bukowski es mucho más duro y transgresor que Carver.
"Los escritos de un viejo indecente", que así se titula el ejemplar que tengo entre las manos, solo puedo leerlo a ratos o a sorbos. A veces pienso que este tipo de lectura es como tomar una copa de cazalla o aguardiente al despuntar el día. De tal manera que, aunque los años me han vuelto más tolerante, las descarnadas situaciones de borracheras, sexo, desenfreno y maltrato son demasiado fuertes para mi timorata moral. De todas formas persevero en la lectura porque no tengo otra cosas que hacer y el tiempo se hace eterno en el hospital.
Parece, o tengo la impresión de que para ser un genio se exige una reputación de maldito para que una obra sea considerada esencial, no habiendo lugar para la mediocridad en la creación. Es cierto que de vez en cuando Bukowski es brillante y suelta algunas sentencias contra el sistema pero, en general, entiendo que su obra tenga tantos admiradores como detractores, así la polémica está servida.
Frente a los excesos que me muestra la lectura está mi austero régimen alimentario, si acaso las únicas demasías en estas jornadas son los pinchazos para las analíticas y los botes de suero y antibiótico. Todo para conseguir la ansiada mejoría.
Cuando no leo miro a través de la ventana, pero el paisaje es frío, casi desolador. No hay nubes en el horizonte y solo se percibe el atenuado ruido de la autovía. Si acaso, y al atardecer, se aprecia el murmullo de las visitas que transitan por el pasillo.
En algún momento he pensado que un plano así puede parecerse a un cuadro Hopper aunque con menos colorido o más cromático por la simplicidad de colores. Sin embargo, sobre el sofá azul rompe la monotonía una hoja con un dibujo que me ha traído mi nieta para que me anime. Ella dice que me ha dibujado un toro, aunque por lo bajinis reconoce que se parece a una cabra. Echándole un vistazo parece más un gamusino porque no logro identificar a qué especie pertenece este raro animal. Lo cierto es que su imaginación infantil me ha provocado una sonrisa y me da ánimos para perseverar en mi pronta recuperación.
Por eso, cada mañana espero con ansiedad la visita de la doctora porque, si todo va bien, pronto me dará el alta y podré seguir viéndola crecer compartiendo risas y juegos.
En estos días y a pesar de las evidentes carencias en sanidad he vuelto a reparar en la importancia de los servicios públicos, pues también, y aunque parezcan invisibles, hay un tropel de médicos que son grandes profesionales a pesar de su juventud. Demasiadas veces nos instalamos en la queja y no valoramos las prestaciones que nos asisten, sobre todo cuando estamos enfermos.
Por cierto, después de algunas jornadas, la bilirrubina y otros indicadores poco a poco han vuelto a sus valores normales. Todo parece indicar que ha pasado el susto inicial, además he aprovechado este arrechucho para leer a Raymond Carver y a Bukowski, total no tenía otra cosa que hacer.
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Lunes, 18 de Agosto del 2025
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