Opinión

·Estampas de mi barrio

Rafael Toledo Díaz | Viernes, 10 de Octubre del 2025
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Últimamente duermo mal o quizás menos de lo recomendado, pero no creo que sea algo patológico, es más, lo achaco a que aún no me he desprendido de los hábitos de mi época laboral. Ahora, más relajado o menos cansado, mi organismo ha debido adaptarse a las horas de sueño necesarias ante las nuevas rutinas.

Cada mañana, y al amanecer, intento asumir los quehaceres que me propone la jornada, pero antes de emprender la tarea siempre busco un momento de reflexión  personal e íntima que me ayude a tener una actitud positiva ante lo que se avecina. Y así salgo a la terraza para comprobar la temperatura, la nubosidad o la luminosidad y, sobre todo, otear el runrún de la calle para tomar consciencia del entorno que me rodea.

A veces, y más los fines de semana, me gusta desayunar disfrutando de la brisa fresca antes de que el calor me arrincone dentro del hogar, o ahora, en otoño, antes de que el frío consiga el mismo resultado. Eso siempre que el servicio de limpieza con sus ruidosas sopladoras respeten ese aislamiento tan individual.

Esta mañana el alboroto de una bandada de cotorras argentinas me ha devuelto a la realidad. Eran casi treinta, y su vuelo e intenso parloteo me desquició momentáneamente. Estos bichos abundan cada vez más en nuestras ciudades, una especie invasora que construye nidos enormes en los árboles y que se han adaptado al ambiente hostigando a otros pájaros autóctonos como gorriones y jilgueros, disputándoles el alimento. También he notado el gran aumento de palomas, cigüeñas, mirlos o urracas, pero son especies que siempre han sido habituales en las calles y los parques de la ciudad. Aunque también las palomas se están convirtiendo en un problema por los inconvenientes que causan en monumentos y viviendas, o las burracas (urracas) que tienen mala prensa, pues, son capaces de consumir carroña. Pero estamos tan acostumbrados a su presencia que sus ruidos y sus vuelos apenas nos incomodan ni causan novedad.

Después de esos nimios sucesos, la mañana sigue su curso y, más tarde, tendiendo una lavadora, otro alboroto consigue que vuelva a prestar atención a la calle. Desde el bulevar me llega el sonido de una música poco habitual, un popurrí de canciones de lo más variado, una mezcla de pop, coplas y baladas pasadas de moda. De vez en cuando escucho la voz de Teo que, como un DJ, canturrea algún estribillo y anima a los viandantes con frases graciosas e infundiendo ánimo.

Teo se está convirtiendo en un personaje pintoresco del barrio. De vez en cuando se pone a hacer ejercicios de Tai Chi en el bulevar, pues, algunas mañanas lo puedes observar cómo, acompañado de su móvil, y atento a una música relajante, dibuja con su cuerpo movimientos de este arte marcial importado de oriente. Aunque yo creo que todo ese postureo se lo inventa, en cualquier caso, siempre está pendiente de sus espectadores y les anima a acompañarlo en su supuesta relajación.

Otras veces se planta en la explanada de la iglesia y, escuchando sevillanas, se pone a bailar de forma espontanea. Teo se pasea por el mercado tratando de conversar con todo el mundo, todos le conocen y le sonríen, aunque algunas veces es un poco cansino. Sin embargo, y desde que le observo, a pesar de su extravagancia su humor es blanco y siempre es respetuoso con aquellos que le ignoran.

Otro asunto muy diferente es el acordeonista que se coloca entre el restaurante árabe y la oficina bancaria. Este verano y cada mañana nos ha dado la lata con la repetición de tres o cuatro canciones, no más. Yo creo que es una cinta grabada de antemano, porque me parece que no mueve los dedos. A veces se va un rato y el altavoz sigue sonando igual.

Mira que me gustaba a mi la Cinquetti y su canción "Qué tiempo tan feliz" pero... ¡¡qué hartura!! la estoy aborreciendo de tanto escucharla.

Como en cualquier zona de una gran ciudad en mi barrio tienes la posibilidad de proceder de dos maneras, puedes elegir la discreción y el anonimato o, como Teo y el acordeonista, ser protagonistas del ambiente.

Y aunque comprendo que todos tenemos derecho a ganarnos el pan y me resigno porque hay cosas peores; perdóname, pero frente a tu cantinela, yo apuesto por la simpatía de Teo. Es más, aunque tengo todo el respeto por los músicos callejeros y, siempre desde mi punto de vista, has sido un poco tostón.

En algún momento pensé que eras un fingidor, como dice Pessoa, pero esta tarde sí movías el fuelle de tu acordeón y presionabas las teclas. Por cierto, has cambiado de sitio y te has situado justo enfrente del habitual, estabas interpretando un pasodoble y te confieso que me has descolocado... Será el otoño. 

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