Opinión

La braquiterapia contra el cáncer de próstata (una decisión a tomar)

Juan Camacho | Lunes, 13 de Octubre del 2025
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Me llamo Juan Camacho, y hace más de diez años me sometí al primer control de PSA mediante una analítica rutinaria. Los valores no eran preocupantes: se movían entre 1,5 y 2. Confiado en aquella normalidad, seguí con mi rutina diaria hasta que, tres años después, el PSA pasó de 2 a 4. El médico consideró que seguía dentro de una zona segura, aunque el ascenso quedó anotado. Pasó el tiempo y, hace dos años, el valor se situó en 7. Fue entonces cuando me derivaron al hospital para valorar opciones quirúrgicas: una intervención abierta o una laparoscopia.

Confieso que me sentí confundido y abrumado. Me costaba creer que aquello me estuviera ocurriendo, máxime cuando llevaba años controlando el PSA con regularidad. La palabra cáncer me golpeó con la fuerza de algo que, aunque ajeno, de repente se vuelve propio. Es una sensación de soledad absoluta, un enigma que desconoces y que parece apartarte del mundo.

He de reconocer que sentí un gran temor al pensar que quizás tendría que someterme a radioterapia externa o a quimioterapia. Tenía muy presente el recuerdo de un familiar directo, ya fallecido, que sufrió las consecuencias de esos tratamientos. Esa experiencia me acompañó desde el primer momento, haciéndome valorar cada opción no solo desde el punto de vista médico, sino también desde el emocional. Fue, en buena medida, lo que me llevó a buscar alternativas menos agresivas.

Buscando información en Internet, descubrí la existencia de una tecnología llamada robot Da Vinci, un sistema quirúrgico mínimamente invasivo que permite realizar la prostatectomía con gran precisión y una recuperación más rápida. Sin embargo, este robot no está disponible en todos los hospitales, y tampoco en el que me correspondía a mí. Es inevitable entonces plantearse ciertas cuestiones: después de toda una vida cotizando a la Seguridad Social, ¿cómo es posible no tener acceso a una tecnología que podría reducir riesgos y secuelas? Nadie te informa de ello directamente; tienes que buscarlo por tu cuenta. Es una lástima, porque en momentos de vulnerabilidad la información clara debería ser un derecho, no una conquista.

Finalmente, tras valorar todas las opciones y consultar en Quirón e IMQ, me decidí por la braquiterapia, una técnica menos invasiva, con menos riesgos y una recuperación más rápida. También me animó saber que el ingreso sería breve: unas nueve horas en total.

El procedimiento se realizó con anestesia epidural, por lo que no sentí nada. El doctor que llevó a cabo la intervención era un profesional experimentado y seguro, lo que me transmitió una confianza que, en ese momento, fue esencial. En total, me implantaron cincuenta y cuatro inyecciones radiactivas, distribuidas por toda la próstata. Durante un año y dos meses conviví con esa irradiación interna, sin incidentes ni complicaciones.

Hoy, dos años después, puedo decir que no he tenido pérdidas de orina, inflamaciones ni molestias en la vejiga o el recto. Mis valores de PSA se mantienen estables, entre 0,2 y 0,4, lo que confirma que el tratamiento fue un éxito.

Durante estos dos últimos años he tenido revisiones semestrales. Quiero recalcar este aspecto porque demuestra el seguimiento y la atención constantes de los profesionales médicos. No te dejan solo: están ahí, vigilando tu evolución, atentos a cada detalle.

Otro aspecto que considero fundamental es hablar con los hijos. El cáncer de próstata tiene un componente hereditario importante: los descendientes directos pueden tener hasta un 45 % de posibilidades de padecerlo. Compartir esta información no es alarmar, sino prevenir. Saberlo a tiempo les permitirá realizar controles de PSA de manera temprana y responsable. En familia también se puede cuidar la salud.

Asumir la palabra cáncer fue, sin duda, lo más difícil. No por miedo a la enfermedad en sí, sino por lo que representa. Sin embargo, con el tiempo comprendí que el conocimiento, la confianza y la serenidad interior son también parte del tratamiento.

Por eso me gustaría insistir en algo fundamental: hacerse el control de PSA es vital. A partir de los 45 años, todo hombre debería incluir esta analítica en sus revisiones médicas. Es un gesto sencillo, pero puede evitar muchas sorpresas desagradables. En cuestiones de salud, la prevención siempre será el mejor tratamiento.

Este texto nació a raíz de la invitación de un buen amigo que hoy lucha contra el cáncer de próstata. Es, además, el responsable del Grupo Oretania, en Castilla-La Mancha, donde un grupo de poetas nos hemos unido para apoyar esta valiente y necesaria iniciativa suya. Escribir sobre mi experiencia no busca otra cosa que sumar una voz más a la prevención, la esperanza y el compromiso con la vida.

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