Que el ser humano desde sus
orígenes ha tenido muy presente la muerte es un hecho incuestionable avalado
por someras investigaciones. El enigma y misterio de la muerte data ya desde la
prehistoria. 75.000 años después, en esta época del transhumanismo en la que el
ser humano parece estar convencido de alcanzar la inmortalidad, a la muerte se
le quiere quitar el sentido de trascendencia, se la quiere apartar de la vida
como si no formara parte de la misma.
Uno de los fenómenos más
patentes que caracteriza esta postura es la irrupción de Halloween. Fue en el
siglo IX cuando a la noche del 31 de octubre se llamó All Hallows´Eve, antesala
del día 1 de noviembre, Fiesta de Todos los Santos. Con el tiempo se pasó a
denominar Halloween, derivando en una celebración pagana destinada curiosamente
a hacer mella en niños y jóvenes, que son las generaciones donde la muerte no
tiene la más mínima cabida en el pensamiento.
De ahí que la fiesta de
Halloween -si es que se le puede llamar así- adquiera principal protagonismo en
los últimos años la noche del 31 de octubre, si bien parece que va decayendo entre
los españoles si nos atenemos a una encuesta de Sigma Dos. El 50,9% declara no
celebrarlo nunca, frente al 42,8% en 2024. Un 15,6 % en 2024 afirmaba
celebrarlo todos los años; en 2025, solo el 11,1%. Datos preocupantes para los
que sacan rédito económico a tan singular celebración. Aún así, los índices son
demasiado altos para una población española donde algo más de la mitad (54%) se
declara cristiana.
Nada tiene de extraño el auge
de este fenómeno social si nos atenemos a la valoración que el prestigioso
neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco, Viktor Frankl, hizo a comienzos de
la década de los noventa en su libro Psicoterapia y Existencialismo: “Lo
que amenaza al hombre contemporáneo es la supuesta falta de sentido en su vida,
o tal como yo la llamo, el vacío existencial interior”.
¿Y cuál es el sentido de la
vida ante la muerte? El matemático y pensador francés Blaise Pascal dio un
consejo para los incrédulos, que se le llamó la Apuesta de Pascal. Proponía apostar
a que Dios existe, “si ganas, lo ganas todo, y si pierdes, no pierdes nada; así
que apuesta sin duda a que Dios existe”. Murió a los treinta y nueve años y sus
últimas palabras fueron: “que Dios no me abandone jamás”.
El sacerdote español Cesáreo Gabaraín Azurmendi (1936-1991) al morir el organista de su parroquia a la edad de 17 años, creó una composición musical que fue llamada “La muerte no es final”. En 1981 un teniente general propuso que fuera interpretada para el traslado de la corona de laurel hasta la cruz en homenaje a los Caídos en el día de las Fuerzas Armadas. Estos versos que destaco son un compendio de lo que supone para los cristianos la esperanza de una vida sin final.
Cuando, Señor, resucitaste
Todos vencimos contigo
Nos regalaste la vida
Como en Betania al amigo.
Si caminamos a tu lado
No va a faltarnos tu amor
Porque muriendo vivimos
Vida más clara y mejor
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Lunes, 3 de Noviembre del 2025
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