Sé que el
policía local ama los suspiros,
la
transparencia gigantesca de los mapas,
en este mayo
en el que los ciervos extranjeros
duermen con
la posibilidad de convertirse
en árboles
cargados de hojas besadas por la culpa.
Mis saludos,
brisa ardorosa, júrame
que las
cariátides no han robado los ojos de los ancianos
en los
parterres donde los amantes descabezados
copulan y se
untan con la confitura rara de los magnolios.
El policía
sigue abrumado por los números
que traen en
sus cuadernos los colegiales despistados:
un seis
corre panzudo por los jardines
y un dos
viste de cisne anglófilo
y se desliza
impune por el estanque del parque.
Las madres
sin ojos, con cuévanos de mercurio,
hablan de
nada entre linternas diurnas
y la tarde
se vuelve tatuaje desconsiderado de un tiempo
patriarcal
que ya es óxido. Desciende el sol
hacia los
desvanes y el reflujo de la noche intuida
transporta
algas
desde el
fondo del mar que son gemidos sin eco
de las
sirenas profanadas.
¿Por qué las
estatuas saludan en francés a las muchachas
que llevan
hierba en los ojos? Sus voces pomposas dejan
un plumaje
de nieve en la primavera y flotan, livianas,
sobre los
pedestales como insectos
inseminados
por un cardenal atlético.
Se ríen las
chicas con carcajadas de glasé parisino.
A veces
meriendan luciérnagas mientras los fontaneros sin suerte
buscan un
desagüe para la gramática indemne
de almas que
enseñan orgullosas
sus antiguas
venas de cristal.
No, nunca
debes hablarle a las estatuas jactanciosas
de la
corrupción de la carne y de los besos culpables,
de los
suicidas que se reúnen en un ágape
para
discutir sobre el temor enfermizo de los pájaros.
Nunca les
hables de la cabellera
de un
profeta infantil en la que se ahorcan
las víctimas
del amor
cuando llega
setiembre.
Veo a un
fotógrafo que retrata el dolor cisterciense
de un ángel
caído, y de los viejos monasterios
de la
ciudad, ya abandonados, llega el rumor de los orcos,
su queja
instantánea. Cruza el parque
un Orfeo
furtivo como un submarino sin ancla
que trae
noticias íntimas del infierno eterno
de los
hombres.
Ahora
comprendo que el policía local es un ángel
disfrazado,
el ángel de la guarda que nunca encuentra
a su dueño,
y los cisnes anglófilos le dejan plumas
para sus
alas pastorales. Labios bárbaros, vencidos
por el oro
de la tarde, lo acosan
con
orfebrería de lujurias y los amantes sin boca
juran que
desde las playas mordidas por el cielo
grita el
verano
su melancolía de
muerte.
Júrame
ahora, brisa triunfal del sur,
que los
arzobispos no son enemigos de las hormigas
y que este
año abrirán las terrazas subterráneas,
allí donde
el mar es un contrabandista
de un
manantial de sangre que tartamudea
incendios
menstruales.
Sé que allí
abajo, al resguardo
de
la culpa,
hay una
ciudad de los niños huérfanos
en la que
las madres taquígrafas leen
un cuento en
llamas con mayordomos malvados
y brujas
analfabetas que robaron el abecedario.
Cae la tarde
y juego sin tregua a las canicas
con mis
penas y mis sueños.
Soy el niño
que huyó de un cuadro de El Bosco
para
perseguir lechuzas en las noches bíblicas
y susurrarle
a la muerte
que todas sus promesas ensucian el alma
como una tarta de nata venenosa y caducada.
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Domingo, 29 de Agosto del 2021
Sábado, 28 de Agosto del 2021
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Viernes, 26 de Abril del 2024